miércoles, 21 de marzo de 2012

Libro vs Televisión


Eduardo Campech Miranda

Hay un grupo en Facebook que se llama “Por favor… ¡apaga la tv y lee un libro!”. El nombre del grupo propicio la siguiente reflexión en mí. ¿Realmente leer un libro es mejor que ver televisión? Me parece una generalización, de esas que no acepta el acto lector. Si esa premisa fuera real, nos llevaría a afirmar que es mejor leer Cañitas de Carlos Trejo a ver un programa del Canal 22, de TVUnam o de Once Tv. ¿qué será más provechoso?

Será provechoso en la medida que se adecue y satisfaga los propósitos y objetivos de quien decide ver la televisión o leer un libro. La lectura, como acto de libertad, es a la vez una toma de decisión. Es por ello que la formación de lectores no es un proceso con tintes de industrialización, no surgen lectores como botellas de refrescos. Antes, durante y después de la lectura entran en juego una serie de factores que se relacionan con la escala de valores morales, apreciación estética, estados de ánimo, situación económica y social, conocimientos previos, etc. Agrego que también la televisión, así como el mundo, es susceptible de ser leída. Vienen a mi mente dos ejemplos de ello.

En la memoria del 1er. Coloquio de Salas de Lectura: Espacios para la libertad, se consigna la experiencia de una adolescente de secundaria, que una vez que leyó Lolita de Nabokov, intentó seducir a su profesor de educación física. Hace unos meses conocimos, a través de las redes sociales, el caso de una niña, asidua televidente al programa La Rosa de Guadalupe. En uno de los capítulos, se mostraba la soledad que padecía otra niña por los compromisos laborales de sus padres. Ante tal situación, la pequeña tomó la decisión de suicidarse. Justo antes de lograr su objetivo, se apareció la Virgen de Guadalupe, concediéndole el milagro de una mayor integración familiar, y evitando así, la muerte de la pequeña. Pues bien, la niña televidente se identificó con la protagonista toda vez que padecía una situación similar, y optó por la misma solución. Sólo que esta vez, la Morenita del Tepeyac, no hizo su aparición.

En ambos casos se perdió la visión de la realidad, el proceso de identificación y mimetización, tanto de la lectora como de la televidente, fue radical y contundente, al grado de desear trasladar la ficción a la realidad. Los comentarios vertidos por los cibernautas en torno al segundo caso, coincidían en satanizar y encontrar culpable a la televisión (entendiendo ésta no sólo como el aparato electrónico que es). Tengo la certeza que si el caso de la lectora hubiera tenido la difusión que tuvo el de la televidente, la suerte del libro hubiera sido similar.

Creo que esta postura minimiza al lector (y al televidente): El sujeto deja de ser sujeto para convertirse en objeto del objeto. Despojándolo con ello del criterio que pueda utilizar para discernir la información proporcionada por estos y otros medios. Ahora bien, el meollo será enseñar (si es necesario, con manzanas), cómo realizar una lectura crítica, y no sólo literal, del mundo, sus contextos y sus textos.

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