Eduardo Campech Miranda
Hace unas semanas leía una nota, en este mismo diario, que tomaba las declaraciones de un Coordinador Municipal de Bibliotecas Públicas. El funcionario aseveró que las reciben pocas visitas, que los usuarios llegan a cuenta gotas. En esa misma nota, un destacado y reconocido académico, declara contundente: “tenemos que crear un espacio solitario, no para que vayan los novios a platicar, sino para que el lector se sumerja en la lectura y tenga una experiencia literaria, pero hay que crearle ese espacio”. Lo anterior, porque una de las bibliotecarias declaró que el recinto cumple funciones de encuentros amorosos, además de servir como sede para distintos eventos que poco o nada tienen que ver con la lectura.
De acuerdo a las Directrices IFLA-UNESCO, los principales objetivos de una biblioteca pública son: “prestar apoyo a la autoeducación y la educación formal de todos los niveles”; “constituirse como un centro de información que facilita a los usuarios todo tipo de datos y conocimientos”; “brindar posibilidades para un desarrollo personal creativo”; “crear y consolidar el hábito de la lectura en los niños desde los primeros años”. En tanto, dentro de las funciones encontramos: “servir de núcleo al progreso cultural y artístico de la comunidad y ayudar a dar forma y apoyo a su identidad cultural”; “desempeñar un importante papel como espacio público y como lugar de encuentro, lo cual es especialmente importante en comunidades donde la población cuenta con escasos lugares de reunión. Representa lo que se ha dado en llamar «el salón de la comunidad».
La nota periodística en general, y las declaraciones del Coordinador, en particular, me dejan varias ideas. Percibo una necesidad de curarse en salud. Y trataré de abordar cada una de sus declaraciones, y de la bibliotecaria que intervino. Si bien es cierto que el ideal plateado por las Directrices IFLA-UNESCO es que las bibliotecas públicas sean también centros de desarrollo cultural y comunitario, también lo es que no se puede supeditar los objetivos a las funciones. Es decir, si los libros tienen la palabra, los usuarios (confieso que no me gusta el término, me inclinaría más por la palabra lectores) deben tener preferencia por y sobre otro tipo de actividades.
Si en la Biblioteca Pública “Roberto Cabral del Hoyo”, ya tienen identificado el público que acude (por los motivos que sean), entonces, deben buscar lecturas que acompañen la estancia de estas personas. Si son una pareja de enamorados, podrían recomendarles un poema, un cuento, un ensayo, una novela de amor. La labor del bibliotecario, y del promotor de lectura que debe ser todo bibliotecario, es un camino de retos, hay que asumirlos.
En lo referente a la ausencia de talleres de lectura y escritura por falta de materiales, mi experiencia y trabajo en el ámbito de la promoción de la lectura, me llevan a estar completamente en desacuerdo con ello. Se pueden realizar talleres de lectura con hojas de reuso, con lápices que los niños llevan a la escuela, con el acervo, cierto es pobre, con que cuenta la biblioteca, es sólo cuestión de creatividad e interés por hacerlo. Si la mayoría de las personas que acuden a la biblioteca, lo hacen para utilizar las computadoras, pues ahí hay una enorme oportunidad de generar escritura y vincular a las nuevas tecnologías con los libros, mostrar su complementariedad.
De esta manera, comprobaríamos que no puede ser justificante la existencia del Internet como explicación de la falta de lectores y visitas a las bibliotecas. Vaya un dato, para quienes gustan de hacer comparaciones tramposas y ahora guardan silencio, el año pasado, las bibliotecas públicas de Barcelona tuvieron 18 millones de visitas y prestaron 12 millones de ejemplares. Estamos hablando de unas bibliotecas que cuentan con mucho más presupuesto (como bien lo dice Baez Zacarías), pero también mejor equipadas y dotadas de acervos (porque incluyen otros soportes como videojuegos, películas, además de libros), pero también con un plan de fomento a la lectura bien elaborado, con conocimiento de su comunidad.
Creo que las declaraciones vertidas en la nota, deben poner a reflexionar tanto a las autoridades municipales, como al personal de la biblioteca y trabajar en conjunto para beneficio de su comunidad, para que la biblioteca deje de ser sólo una bodega de libros. Finalmente, si los asiduos y anónimos visitantes verspertinos, no quieren leer, y prefieren disfrutar de otros placeres, más carnales, más terrenales, tampoco hay que alarmarse, esa elección no es nueva, en La Divina Comedia una pareja decide hacer lo mismo. Hasta la próxima.
Publicado en "La Gualdra", suplemento cultural de La Jornada Zacatecas, marzo 26 de 2011.
Publicado en "La Gualdra", suplemento cultural de La Jornada Zacatecas, marzo 26 de 2011.
¡Muy buena publicación, felicidades!
ResponderEliminarEstoy de acuerdo contigo Eduardo.
Considero que como bien dices, no todo tiene que ver con presupuesto. Tanto la imaginación como la creatividad, son elementos medulares para la promoción de la lectura. Es cuestión de querer hacerlo.