Eduardo
Campech Miranda[i]
Los
índices internacionales de lectura, primordialmente los manejados por la unesco o por la ocde, son argumentos que se esgrimen en favor de la
implementación de programas que incentiven esta práctica y como arma para
denostar al sector magisterial. Las comparaciones -además de odiosas, injustas-
con otros países olvidan que la lectura es un acto sociocultural, y por ende,
diferenciado entre épocas y naciones.
Todo
proyecto gubernamental que vaya dirigido a la formación de lectores y al
consumo de libros debe justificar su existencia en el renglón presupuestal. Por
ello aprovecharé una pregunta que invariablemente realizan los administradores
del erario ante proyectos de esta naturaleza: ¿para qué?, ¿para qué es
necesario leer?, ¿para qué se requiere un plan de fomento a la lectura?
La
lectura, como he dicho líneas arriba, es una práctica determinada por
circunstancias socioculturales. De tal manera que no siempre se ha leído de la
misma manera, ni en los mismos soportes. Ahí radica que no acepte una etiqueta
de obligatoriedad, ni que sea posible la copia fiel de un proyecto exitoso en
una nación. Armando Pretrucci lo tiene claro, y hace alusión al caso japonés,
tantas veces citado:
El
lector japonés lee abundantemente porque posee un nivel cultural muy elevado y
porque considera un deber estar informado y formado por la cultura escrita, en
un país en el que el prestigio de la escuela y la universidad están fuera de
toda discusión. Los sectores de mayor éxito son los manuales, la literatura de
entretenimiento y de información y los tebeos; los precios además son muy
bajos. En conjunto se trata de un fenómeno de lectura generalizada de masas,
con características de consumo inducido, probablemente único por la naturaleza
autoritaria y jerárquica de la sociedad japonesa y por ello no es fácilmente
exportable a ningún otro lugar.
Para
seguir con el caso nipón, si pensáramos reproducir su modelo de formación de
lectores, antes tendríamos que asegurar la solvencia económica de la nación,
así como revisar y reestructurar la distribución del ingreso. Sin contar con la
disciplina característica del pueblo del sol naciente.
Una
nación lectora es una nación preparada: para la creación, para la propuesta,
para la crítica, el cuestionamiento, el desarrollo. Pero como la lectura
tampoco es un acto abstracto, y toda práctica lectora debe llevar implícito un
propósito, leer no nos salva de no ser manipulados. Ahí están Alemania y Japón
de Hitler e Hirohito. Sin embargo, un país sin lectura, será un país colonizado
infinidad de veces, un país con grandes brechas sociales; el acceso a la
lectura sigue siendo un instrumento para ascender en la escala social, sin que
esto se automático y sin que el no leer impida mejorar las condiciones de vida;
un país lector, será un país más desarrollado en muchos ámbitos. Nuestro México
tiene una gran tradición literaria, no así lectora, a diferencia de Europa.
Victor Hugo narra en Los Miserables
la siguiente escena:
Jean
Valjean se había puesto a enseñarles a leer. A veces, sin dejar de hacer deletrear
a la niña, pensaba que era con la idea de hacer el mal que había aprendido a
leer en presidio. Esta idea, actualmente, se ha convertido en la de enseñar a
leer a la niña.
Publicada
en 1862 y con una trama que se desarrolla en la primera mitad del siglo xix. Valjean aprendió a leer en prisión.
¿Alguien se imagina que eso mismo sucediera en nuestro país en aquella época?
No. Nuestro territorio enfrentaba los proyectos de nación. Había situaciones
que exigían mayor prioridad. Aunque en la segunda mitad decimonónica hubo
diversos connacionales letrados y preocupados por la instrucción. He aquí uno
de los hechos para argumentar que las comparaciones son injustas: la tradición
lectora.
Siendo
un medio eficaz para difundir el conocimiento y la literatura, existe en
nuestro país una inminente asociación entre el libro y la escuela. Por ello se
cree que toda lectura debe dejar, forzosamente, una enseñanza o aprendizaje y
por ello Emilia Ferreiro (a quien cito de memoria) recuerda que “La lectura es
importante en la escuela, porque es importante en la vida y no a la inversa”.
Desde
luego un estudiante que lee, tiene mayores posibilidades de obtener, no sólo
buenas notas, sino un mejor desempeño académico. No se crea que esta
aseveración contradice lo expuesto en el párrafo anterior. La obtención de un
conocimiento o aprendizaje, dependerá de que ese sea el propósito de la
lectura. Un mismo texto puede ser informativo, formativo o recreativo, de acuerdo
al cristal con que se lea: Conocí a un hombre cuya pasión son los autos. Tenía
una biblioteca especializada en mecánica automotriz. Cada libro que adquiría y
leía con pasión, era una oportunidad, y pretexto, para desarmar y armar el
motor de su carro, aun cuando no requiriera ninguna compostura. Este hombre,
hacía de un texto utilitario, un texto recreativo. Cada quien hará de su lectura
un papalote.
Si
hiciéramos una encuesta para saber por qué se lee, o para qué sirve leer,
encontraríamos mayoritariamente las siguientes respuestas: “para aprender”,
“para viajar”, “para conocer”, “para dialogar”, “por placer”, y cientos de
motivos positivos y valorados. Sin embargo, la lectura también es sufrir,
enojarse, evadirse. El acto lector es una estrella con múltiples puntas. Un
lector, y es uno de las características más encomiables, es una persona con voz
propia.
En
América Latina, los planes y programas de lectura y formación de lectores
comparten tres ejes: la inclusión social, desarrollo humano y fortalecimiento
de la identidad. Didier Álvarez Zapata, bibliotecario colombiano, experto en
lectura, ve los programas nacionales de lectura como una medida de ciudadanizar
al individuo:
“…se
percibe la lectura como una práctica vinculada con la promoción de la esfera
pública, en tanto que “construye” sujetos ilustrados frente al mundo y su
propia realidad personal, individuos capaces de establecer vínculos racionales
con el mundo.”
En
pro de lo anterior vemos diversas campañas de fomento lector. Algunas
ingeniosas y efectivas. Otras francamente son actos políticamente correctos que
poco o nada inciden en la formación de lectores. Hay programas e instituciones
de lectura que, en función de los apoyos otorgados, denotan más ser una carga,
un gasto, que una inversión.
Dicha
inversión debe propiciar varios aspectos para la formación de lectores:
accesibilidad, disponibilidad, diversidad de acervos. Generar una cultura
escrita, con la plena conciencia del poder de la palabra, de nuestra palabra.
Pero ante todo, debe fundarse en realidades sociales, no en supuestos. Eso lo
saben las capas gobernantes. De lo contrario, ¿por qué en los actos de campañas
proselitistas políticas no se distribuyen libros en lugar de despensas,
camisas, cubetas? Porque el libro, sigue siendo un objeto ajeno al grueso de la
población mexicana.
Ajeno
en una doble dirección: por un lado, no es un artículo de primera necesidad.
Nadie cree requerir un libro para sobrevivir (pese a la valoración y
canonización cultural que tienen éste y la lectura) y nadie ha muerto por no
leer (contrario a no comer, por ejemplo). Por otro, ese porcentaje mayoritario
de mexicanos, no sabe cómo usar el libro, no sabe leer (dado por la nula
práctica lectora que nos caracteriza).
De
ahí, creo, la proliferación de citas, información, estereotipos y verdades
únicas que pululan en las redes sociales y a través de cadenas Power Point. Textos que circulan una y
otra vez, asumidos como verdad, cuando la realidad es distinta. Lo mismo sucede
en otros ámbitos. ¿Qué ha pasado con la percepción nacional hacia los
comunistas?, ¿cuántos mexicanos han leído (en toda la extensión de la palabra)
el Manifiesto del Partido Comunista
de Marx? Las opiniones se gestan a partir de los medios masivos de
comunicación, es decir, de una visión única.
Aunado
a lo anterior, las conversaciones, el sentido estético, la actitud crítica, la
racionalidad, el sentir, e incluso el manejo de las emociones, se van
homogeneizando. Todo ello tiene una alta influencia televisiva. Tal es el éxito
de la programación, que se transmite una, otra y otra vez. Por medio de las
televisoras se construye el juicio social (¿recuerdan lo que se dijo cuando
asesinaron a Paco Stanley?), se educa emocionalmente (amar es sufrir). Se
establecen los umbrales morales (muchas veces con doble fondo): El chavo del 8 es un programa sano, pese
a que el bullying tiene gran fuerza
en el argumento.
Leer,
y leer no sólo de manera textual, propicia la creación de redes neuronales,
exige capacidades analíticas, críticas, sintácticas, organizacionales, etc.
Todas ellas fundamentales, otra vez, no para la escuela, sino para la vida
cotidiana, para enfrentar los problemas diarios, para incrementar nuestro
lenguaje, y por ende, mejorar nuestro pensamiento.
El
ser o no mejores como individuos no dependerá de la lectura. No le asignemos
metas que no están en el acto lector. Esa es decisión personal. La lectura no
es la panacea para todos los males sociales, hay carencias y demandas que deben
atenderse también (salud, educación, vivienda, empleo), sin embargo, con
auxilio y utilización de los libros, las brechas se podrán reducir. Leer amplia
la visión del mundo, la percepción de uno mismo y de los demás.
He
mencionado que los indicadores internacionales de lectura son un arma para
denostar al sistema educativo. El sector magisterial carga sobre sus hombros la
responsabilidad de formar lectores. Lectores autónomos. Me parece falso y
tramposo, porque de esta misma manera, la escuela debería formar matemáticos o
científicos, pero eso no se exige. Como tampoco se demanda una participación
más activa de otros actores sociales, llámense medios de comunicación,
instituciones políticas, etcétera.
Si a
lo anterior sumamos que los docentes de educación básica, mayoritariamente, no
son lectores autónomos, la estructura educativa difícilmente va a conseguir los
objetivos de formar lectores. Es este el punto al que me refiero, párrafos
arriba, a los supuestos.
Resumiendo,
respondiendo la pregunta eje de este texto, y citando a Donald H. Grives, es
necesario leer para acompañar y extender nuestras experiencias; proveer
reservorios de información, distracción y evasión; degustar y ampliar nuestro
lenguaje, impulsarnos a actuar.
[i]
Promotor de lectura y responsable
del Departamento de Fomento a la Lectura de la Coordinación Estatal de
Bibliotecas Públicas en Zacatecas.
Publicado en la revista La otra L, número 14, mayo de 2013.