La semana pasada se dieron los
cambios de administración en los municipios zacatecanos. Ello, obviamente,
propicia una serie de movimientos en la estructura burocrática, dentro de la
cual se encuentran las bibliotecas públicas.
En una época en que los
municipios se caracterizan por la falta de recursos económicos, la optimización
de labores es crucial para el ahorro. Sin embargo, los presidentes municipales,
ajenos en su mayoría al quehacer bibliotecario, ven un nicho para pagar favores
y cobrar facturas políticas. En este marco se da la movilidad del personal
bibliotecario. Llegan nuevos elementos a atender una responsabilidad poco
valorada y dimensionada: la facilitación de la lectura y soportes textuales.
Conferida, histórica y
culturalmente, a la escuela, la lectura y formación de lectores ha trascendido
sus muros, y conquistado espacios públicos fuera del ámbito educativo. Entre
ellos las bibliotecas públicas. Éstas son penínsulas en el continente
burocrático, que cada trienio pueden ser lugar de naufragios electorales o
botín de bucaneros.
De tal manera que cada tres años
hay, al menos cincuenta personas a las que hay que capacitar e el ámbito
bibliotecario (organización y funcionamiento de una biblioteca pública,
catalogación, servicios bibliotecarios, fomento a la lectura, etc.) y
trabajadores con los conocimientos en el rubro pasan a otras labores. Por otro
lado está el personal que se queda en la institución, personal que en ocasiones
siembra con esmero vicios y prácticas nocivas para el servicio y pasa a segundo
término. Es lamentable que ese perfil de servidor público se quede en un
trabajo tan noble.
Hace años los ayuntamientos
hacían un esfuerzo y enviaban a la Biblioteca Central Estatal “Mauricio
Magdaleno” al personal de nuevo ingreso para su formación. Ahí, después de un
par de días de teoría, pasaban a la práctica, atendían usuarios y se
enfrentaban a las vicisitudes propias del trabajo. Eso se dejó de hacer, arrojando
como consecuencia que llegaran a asumir el cargo de coordinadores municipales
de bibliotecas lectores de nómina, pero no de libros.
¿Y si se ponderara el trabajo
bibliotecario en función de metas y objetivos, en función del servicio y
valoración de la comunidad por el servicio? (No, no se trata de una réplica de
la mal llamada, y perversa, reforma educativa). La Dirección General de
Bibliotecas (dgb) del Consejo
Nacional para la Cultura y las Artes (conaculta)
podría destinar recursos a otros rubros o capacitaciones de otra naturaleza
(desde hace años he expresado la necesidad de una formación humanística para el
bibliotecario público, y no una meramente técnica).
Lo anterior es sólo un botón de
muestra de lo que falta por hacer en bibliotecas públicas. Creo que es momento
de redefinir el rumbo y plantearse propósitos alcanzables. En veinte años de
servicio he sido testigo de dos visiones al respecto: la de proyectar la
biblioteca como institución fundamental y prioritaria para el desarrollo
comunitario. Y la del culto a la personalidad de quien está a la cabeza de
la(s) biblioteca(s). El primer caso, implica trabajo. El segundo, exhibe
lisonjería.
Publicado en "La Gualdra", suplemento cultural de La Jornada Zacatecas, septiembre 23 de 2013.
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