viernes, 1 de noviembre de 2013

Las bibliotecas públicas y los nuevos ayuntamientos

La semana pasada se dieron los cambios de administración en los municipios zacatecanos. Ello, obviamente, propicia una serie de movimientos en la estructura burocrática, dentro de la cual se encuentran las bibliotecas públicas.

En una época en que los municipios se caracterizan por la falta de recursos económicos, la optimización de labores es crucial para el ahorro. Sin embargo, los presidentes municipales, ajenos en su mayoría al quehacer bibliotecario, ven un nicho para pagar favores y cobrar facturas políticas. En este marco se da la movilidad del personal bibliotecario. Llegan nuevos elementos a atender una responsabilidad poco valorada y dimensionada: la facilitación de la lectura y soportes textuales.

Conferida, histórica y culturalmente, a la escuela, la lectura y formación de lectores ha trascendido sus muros, y conquistado espacios públicos fuera del ámbito educativo. Entre ellos las bibliotecas públicas. Éstas son penínsulas en el continente burocrático, que cada trienio pueden ser lugar de naufragios electorales o botín de bucaneros.

De tal manera que cada tres años hay, al menos cincuenta personas a las que hay que capacitar e el ámbito bibliotecario (organización y funcionamiento de una biblioteca pública, catalogación, servicios bibliotecarios, fomento a la lectura, etc.) y trabajadores con los conocimientos en el rubro pasan a otras labores. Por otro lado está el personal que se queda en la institución, personal que en ocasiones siembra con esmero vicios y prácticas nocivas para el servicio y pasa a segundo término. Es lamentable que ese perfil de servidor público se quede en un trabajo tan noble.

Hace años los ayuntamientos hacían un esfuerzo y enviaban a la Biblioteca Central Estatal “Mauricio Magdaleno” al personal de nuevo ingreso para su formación. Ahí, después de un par de días de teoría, pasaban a la práctica, atendían usuarios y se enfrentaban a las vicisitudes propias del trabajo. Eso se dejó de hacer, arrojando como consecuencia que llegaran a asumir el cargo de coordinadores municipales de bibliotecas lectores de nómina, pero no de libros.

¿Y si se ponderara el trabajo bibliotecario en función de metas y objetivos, en función del servicio y valoración de la comunidad por el servicio? (No, no se trata de una réplica de la mal llamada, y perversa, reforma educativa). La Dirección General de Bibliotecas (dgb) del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (conaculta) podría destinar recursos a otros rubros o capacitaciones de otra naturaleza (desde hace años he expresado la necesidad de una formación humanística para el bibliotecario público, y no una meramente técnica).


Lo anterior es sólo un botón de muestra de lo que falta por hacer en bibliotecas públicas. Creo que es momento de redefinir el rumbo y plantearse propósitos alcanzables. En veinte años de servicio he sido testigo de dos visiones al respecto: la de proyectar la biblioteca como institución fundamental y prioritaria para el desarrollo comunitario. Y la del culto a la personalidad de quien está a la cabeza de la(s) biblioteca(s). El primer caso, implica trabajo. El segundo, exhibe lisonjería.

Publicado en "La Gualdra", suplemento cultural de La Jornada Zacatecas, septiembre 23 de 2013.

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