La colaboración
anterior hablaba de los libros de superación personal y autoayuda. Planteé, lo
que mi juicio son algunas de las características que los distinguen. En función
de lo anterior, me permitiré plantear una postura ante algunas prácticas de
promoción de la lectura, derivadas en este tipo de textos.
Hace años un joven
me decía, ufano, que había leído la obra completa (hasta entonces publicada) de
Carlos Cuauhtémoc Sánchez. Cuando le mostré un título de la colección “Punto de
Encuentro” de editorial Everest, lo devoró en los tres días que estaríamos en
la capacitación y concluyó que le había agradado más que lo que había leído
hasta entonces.
Si el joven en
cuestión leía a Sánchez, es porque era el material bibliográfico y de lectura
que estaba a su alcance. Igual que se entiende que quien no haya estudiado
tenga una mala ortografía, creo que es comprensible que quien sólo acceda a un
material de dudosa calidad crea que es un buen lector.
Un buen lector no
necesariamente es quien se atiborra de libros para luego vomitar (sin digerir)
los planteamientos. Puede tener buena memoria, pero nula capacidad de análisis.
Un buen lector no necesariamente ha leído el canon literario occidental, pero tiene la disposición de hacerlo, y
de dotarse de las herramientas necesarias para asimilar lo planteado. Un buen
lector sabe que cada lectura es un reto intelectual, que cada libro es un
diálogo inteligente con el autor, y no sólo un discurso de éste al lector.
Siempre me ha
parecido odioso, y ocioso, dar consejos cuando no los piden; decir a otros cómo
deben vivir cuando no he logrado solucionar mi vida; dar recetas para resolver
conflictos cuando los propios siguen mermando mi salud mental. Me parece una
práctica de promoción de la lectura pirata,
hablar del gusto por la lectura cuando, teniendo una gran diversidad y riqueza
bibliográfica –como puede ser una sala de lectura o una biblioteca pública- se
sigan privilegiando y ofreciendo sólo textos de superación personal.
Los propósitos
están confundidos. No buscan formar lectores, si no compartir su experiencia de
vida (ellos han padecido en carne propia las torturas de este valle de lágrimas
en que nos puso Dios) como argumentación. Intentan persuadir de las virtudes y
los vicios. Advierten sobre la decadencia, cantan, aplauden, lloran. Y algún
incauto dirá: “Qué buen trabajo, cómo hacen llorar a los adolescentes.”
No está mal,
insisto, cada quien hace de su lectura un papalote. Pero que no se ostenten como
promotores (y mucho menos mediadores) de lectura. Su trabajo va en otro
sentido, hacia otros terrenos. Su trabajo se dirige en abrirse una oportunidad
para el aplauso fácil, para tomar la palabra. Son predicadores de sus propias
limitantes.
Si los textos de
superación personal son literatura pirata, no podemos esperar que quien
“promueva la lectura” con ellos, sea un promotor serio y comprometido, porque
ni siquiera se ha otorgado a sí mismo, la oportunidad y el privilegio de
encontrar, y enfrentar, a sus fantasmas desde la literatura.
Publicado en "La Gualdra", suplemento cultural de La Jornada Zacatecas, 7 de octubre de 2013.
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