Eduardo
Campech Miranda
Concluyendo la
lectura del libro La Vaca de Camilo
Cruz, vino a mi mente la reflexión del por qué ese tipo de texto tiene tanta
demanda y aceptación entre la población. Aclaro que no soy partidario de ese
tipo de obras, pero que he leído algunas de ellas por diversas circunstancias.
El título referido como –por citar sólo dos- ¿Quién se ha llevado mi queso?, o La búsqueda, explotan comercialmente alguna carencia emocional.
Estos libros narran historias endebles, frágiles, anticipadas y predecibles, y
en ocasiones, mal escritos. Pero no que exigen mayor esfuerzo intelectual por
parte del lector.
La razón es simple:
su propósito es ofrecer un aprendizaje práctico para la vida (como si ésta
fuera un pastel que todos podemos hornear del mismo modo y con el mismo sazón).
El lector de este tipo de textos es un lector que no ha encontrado una
motivación de vida, que se encuentra en un momento de crisis (de cualquier
índole), que es más cercano a las telenovelas que a las novelas, a los versos
forzados de Arjona que al propio José Alfredo, a la televisión que a los
diarios. El lector de este tipo de textos, muchas veces no ha sido auxiliado
para leer otros libros.
También es cierto
que en función de lo anterior hay un menosprecio (o desprecio) casi
generalizado de los lectores de literatura hacia los lectores anteriores y sus
preferencias lectoras (por muy cantinflesco y redundante que parezca esta
última frase, así es). Las sentencias lapidarias de “eso no es literatura”
resuenan en la cabeza del incipiente lector. En efecto, eso no lo es. Pero es
el material que tenían para leer. El primer contacto placentero con la letra
impresa, el primer eco a sus problemas (si leyera poesía, por ejemplo, el eco
se multiplicaría).
Los libros de
superación personal, no son “para jodidos”. Jodidos estamos todos, pero la
manera como enfrentamos a nuestros demonios cambia y está condicionada por
nuestras lecturas (del mundo y de textos), por el carácter que nos identifica,
por las expectativas que nos planteamos.
Los libros de superación personal son un gran negocio, quien los escribe
nos muestra que ganó celebridad, fama y dinero a partir de explotar una breve
historia y llenarla de “enseñanzas”, de “mensajes”, de vender cuentas de vidrio
para hacer gafas rosas.
Hay adultos que
comparten y recomiendan estas lecturas a los niños y adolescentes. ¡Vaya manera
de asumir responsabilidades!, ¿no sería más efectivo, creíble y contundente
hacerles sentir en carne propia que son valiosos, autónomos y todas las
virtudes que les dirá cualquiera de los autores del género abordado? Y aquí
volvemos a los propósitos: que el libro (ese extraño objeto al que se le
confieren tantas y tan positivas virtudes, tantas, que asusta a los lectores)
asuma el papel educativo de los hijos, pero no cualquier libro, no. No es lo
mismo leer Los Miserables que El monje que vendió su ferrari. El libro
que lean, debe complementar los estereotipos televisivos.
Publicado en "La Gualdra", suplemento cultural de La Jornada Zacatecas, septiembre 30 de 2013.
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