Eduardo Campech Miranda
Mi postura ante la, eufemísticamente, llamada Reforma Educativa ha sido de solidaridad y apoyo al movimiento magisterial. No obstante, reconozco serias deficiencias en la formación y práctica didáctica de algunos docentes. En el mundo del profesorado, como en todos los mundos, hay surtido rico. Mal haría en generalizar un vicio o una virtud. Por otro lado, los mentores no fueron educados en enfoques que ahora intentan aplicar y evaluar.
Por lo anterior, y en función de
situaciones como las que describiré, mi desconfianza de los beneficios de la Reforma Educativa es directamente
proporcional a los spots
publicitarios que resaltan sus alcances. Aclaro que escribo estas líneas con
indignación, enojo y ofuscamiento.
Reviso, por indicaciones de sus
maestros, los exámenes de mi hijo que cursa la secundaria. Los resultados obtenidos
no son ni remotamente cercanos a los que obtuvo en la prueba enlace. Primera explicación (que en su
momento fue tema de una colaboración anterior): la estructura y tipo de
preguntas, utilizadas en las guías para los exámenes bimestrales, nada tienen
que ver con las usadas previa a la prueba ya erradicada. Dos, lejos de
preocuparme, la evaluación bimestral me impulsa a ocuparme (más) en la
supervisión de los tiempos de estudio y distractores de mi hijo.
Revisar el examen implica, en mi
opinión, no sólo saber qué ponderación obtuvo. Por el contrario, hago un
análisis del tipo de preguntas y cómo están planteadas (determino qué es lo que
quiere saber el profesor). En malestar contenido por los números se desborda
cuando veo en ellos las siguientes linduras: “Matemático físico y filosófico (sic) que ideo (sic) los planos cartesianos y relacionó la geometría con el algebra
(sic)”; “Es una mescla (sic) de varios tonos que combinados
generan sonido”; “Se relaciona con la frecuencia y nos permite distinguir entre
sonidos grabes (sic, sic, sic)
y agudos”. La cosa no para ahí. Como decía Raúl Velasco, “aún hay más":
“Describe en cada formula (sic)…”;
“Realiza la siguiente grafica (sic)”.
En otro más, encuentro la falsa
idea de que las mayúsculas no se acentúan. Todo el examen está escrito así. Hay
uno en particular que es una escultura monumental (casi, casi como La Giganta de Cuevas) al acento: brilla
por su ausencia. Ni uno por error de dedo. Me detengo aquí y reflexiono. ¿Hay
alguna diferencia entre Dante Algheri y Dante
Alighieri, entre Chrlotte Bronte y Charlotte
Brontë o entre Mario Bennetii y Mario
Benedetti?
Si consideramos que la queja
constante de los maestros, padres y medios de comunicación (¿no me creen?
Esperen el próximo doce de noviembre) de la poca lectura, y por ende
comprensión lectora de los jóvenes adolescentes, este tipo de errores genera en
ellos un conocimiento falso. Pero si son capaces de resolver acertadamente la
pregunta, a pesar del error, estarían corroborando un planteamiento de Goodman:
Leemos con el cerebro, no con los ojos:
Leer es más que reconocer palabras que se suceden unas a
otras. Algo le impulsa mientras lee, le ayuda a anticipar qué es lo que viene
de forma tan acertada que todo lo que tiene que hacer es utilizar pistas en la impresión para llegar al
significado. Su cerebro no es un prisionero de los sentidos: ¡es quien dirige
el proceso! Construye expectativas e instruye a sus ojos para que se deslicen
por la superficie de la impresión, utilizando esa información para encontrarle
sentido al texto. (Goodman, Ken: Sobre la lectura, p. 77).
De lo anterior se generan nuevas
interrogantes a mi cabeza: ¿si alumnos confirman los postulados de Goodman por
qué no están teniendo comprensión lectora? Y dos: ante deficiencias tan visibles
como las expuestas aquí, ¿a qué se atienen estos maestros ante la Reforma? Toda vez que no manifestaron su
apoyo a la expresión disidente, ¿a su buena suerte?, ¿a los años de gracia para
prepararse?, ¿al currículum consanguíneo?
Publicado en "La Gualdra", suplemento cultural de La Jornada Zacatecas, noviembre 4 de 2013.
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