martes, 25 de enero de 2011

Quizá, Saturnino lo leyó…

Uno. José Herrán y Bolado leyó a Clavijero, Torquemada, Prescott y Alamán. De sus textos tomó lo conveniente para establecer los referentes básicos de los relatos que integraron la novela Seliztli. El guión es sencillo: los nobles indígenas Seliztli y Xólotl se enamoran; su historia transcurre en los años inmediatos al arribo español a (para ellos) el México inhóspito. El acontecer de los personajes sucede entre el descubrimiento personal y el encuentro con lo que portan los frailes: “una religión de paz y amor”.
Los relatos fueron publicados por entregas, en el periódico oficial del estado de Aguascalientes: El Instructor. Los textos están en las páginas cuatro, cinco, seis y siete; en los números uno, tres, cuatro, seis y siete (entre mayo y agosto de 1884). Las extensiones diferentes de las entregas, permiten suponer que la inserción dependió del espacio que dispensaron los textos oficiales (decretos, oficios, informes) y los avisos gubernamentales y de particulares (pregones, edictos). Los primeros eran los dueños de las tres primeras páginas, y tenían los lectores cautivos (burócratas, políticos). Las otras son las que corresponden a los mirones de información ocasional.
Dos. Interesado en torno a los rasgos de la cultura escrita de las sociabilidades francmasónicas, tengo en la mira a José Herrán y Bolado por dos cuestiones. Una es porque ideó una máquina de escribir, y lo hizo cuando también se proyectaba el artefacto en Europa. En este tenor, por ahora imagino que sus lecturas ocurrieron más en la prensa foránea. Además lo hizo en Aguascalientes, es decir: fuera de los círculos dominantes de patentes tecnológicas.
La otra motivación es por su pertenencia a la masonería. Admito la acusación de que esto no es una novedad, pues estuvo integrado a la sociabilidad del estratega cultural por antonomasia de Aguascalientes: el doctor  Jesús Díaz de León. Pero valoremos la trayectoria de Herrán, quien nació en Fresnillo en 1851 y su itinerario burocrático-político sucedió en una entidad que tenía sus propias redes familiares para ocupar las instancias de poder. Entonces, la inclusión de Herrán debe acreditarse a sus méritos y su capacidad para forjar nuevos vínculos adquiridos.
Tres. José Herrán y Bolado procreó un hijo (1887).  Le llamó Saturnino. La madre del chico fue Josefa Guinchard Medina. El vástago, andando su jornada, fue un connotado pintor. La obra de Saturnino es de esa que llaman “nacionalista”, por que en ella representa escenas y figuras indígenas con ambiente prehispánico. Parte de su obra está en el Museo de Aguascalientes (el edificio porfiriano cerca del templo católico de san Antonio). Situemos algo más. Herrán hijo es el autor de la primigenia portada del libro La sangre devota, de Ramón López Velarde. Su nexo inicial sucedió en los estudios preparatorios de estos jóvenes.
La cultura letrada (referente a la lectura) de Saturnino da cuenta que no estuvo circunscrita a la de sus estudios, ni la emergente entre sus amistades. Otra posible realización fue lo que ojeó en los libreros del padre. Pero mirando su obra pictórica interrogo: ¿leería con intensidad lo que publicó su papá?
Como lector advenedizo, en las obras de Saturnino sitúo lazos comunicantes; pero advierto que corresponden más a la época que al reconocimiento de una influencia explícita. Admito, que en mi hojeo a Seliztli [“Una joven, casi una niña, recorre el estrecho espacio de su jardín flotante, cortando las flores más lozanas, entreteniéndose con pueril esmero en hacer con ellas un ramo… Algunas veces contempla ella con expresión melancólica el hermoso paisaje que se extiende a su vista, en el cual una Naturaleza exuberante, engalanada con todos los matices de la vegetación tropical…”] invoco a “Bugamilias” (1917).
Otras veces [por: “en la cabeza llevaba una corona de plumas verdes y amarillas, en las orejas pendientes de oro y piedras verdes, y el labio superior un colgante formado de una sola piedra azul… Hubo un momento de tregua para la víctima, durante el cual los sacerdotes practicaban ciertas ceremonias religiosas incensando al dios a quien la destinaban y entonando al mismo tiempo cánticos verdaderamente lúgubres…”] a “Nuestros dioses 1. Indígenas” (1914).
            Pero no ocurre a la inversa. Al mirar primero “Nuestros dioses antiguos” (1916), no me remite el recuerdo a los relatos de don José, sino a las posibilidades que ocurren en una clase de anatomía. Por esta situación, es pertinente dejar la posibilidad de la lectura. Más porque la novela fue publicada tres años antes del nacimiento del unigénito. Pero interroguemos con insidia: ¿el padre lo hizo leer la aburrida prensa oficial? ¿le hablaba de sus textos?
Ni como juego tengo una respuesta, por eso, dejo el enunciado: quizá, Saturnino lo leyó…

M.(c)

2 comentarios:

  1. EL SUEÑO DE LOS TESOROS

    De niño siempre soñaba
    haber hallado un tesoro:
    pingües monedas de oro
    que en contarlas dilataba.

    Y al despertar la amargura
    acibaraba mi boca,
    frustración de un alma loca
    con ansias de la aventura.

    Con las monedas del sueño
    pensaba que era posible
    desde volverme invisible
    a ser de un imperio dueño.

    Yo por entonces leía
    libros de héroes a cientos
    que poblaban Cenicientos
    y en su biblioteca había.

    Hernán Cortés y Pizarro
    y Colón y los Pinzones
    y los bravos marañones
    del Eldorado bizarro.

    Y me veía en Lepanto,
    codo a codo con Cervantes,
    entre españoles gigantes
    venciendo en un mar de espanto.

    Y con el Gran Capitán
    en las campañas de Flandes,
    y con Almagro en los Andes
    y alférez en Aquisgrán.

    Y con Cortés en Otumba,
    y grumete de Orellana,
    y en la nave capitana
    del Austria cuando retumba.

    Cuando el señor de dos mundos
    donde el sol no se ponía,
    al orbe lo dirigía
    desde Escoriales profundos.

    Pero los sueños son sueños:
    y el despertar los deshace
    al nuevo día que nace
    con su lucha y sus empeños.

    Después mi suerte dispuso
    trabajar entre las gemas
    que adornan cuantas diademas
    mi disposición compuso.

    Y por mis manos pasaron
    los brillantes a millares,
    y esmeraldas estelares
    que en silencio se alejaron.

    Los rubíes y zafiros
    destellando fugitivos
    entre mis dedos furtivos
    emprendieron nuevos giros.

    Y el vacío hecho en mis manos
    por ausencia del tesoro
    es aquel oro del moro
    que buscan los hortelanos.

    Y ahora pueblan mis sueños
    mis versos volando etéreos,
    y son frágiles y aéreos
    tesoros de mis ensueños.

    Saturnino Caraballo Díaz
    El Poeta Corucho

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  2. A LA VIRGEN DEL ROBLE DE MONTERREY
    GEMELA DE LA DE CENICIENTOS

    En coincidencia asombrosa
    que comparte Monterrey,
    pueblo de Dios somos grey
    que comparten Milagrosa.

    De nuestra Virgen se cuenta
    que ante un peligro inminente,
    por invasión de repente,
    la ocultan y los alienta.

    Más el peligro pasado,
    vuelta la normalidad,
    la imagen de la deidad
    en el lugar no es hallado.

    La descubren sobre el roble
    en un día de tormenta,
    y allí el pueblo la frecuenta
    a los sones de un redoble.

    Al tiempo nuestros mayores
    le levantan una ermita,
    y allí la Virgen bendita
    les recibe entre fervores.

    El roble allí permanece
    de la ermita en un costado,
    y la sirve de entoldado
    cuando la noche aparece.

    Entre tanto en Monterrey,
    misioneros franciscanos,
    llevan por los altiplanos
    nueva religión y ley.

    Aborígenes la siguen
    y otros se ven obligados
    a seguirla doblegados
    y otros la imagen persiguen.

    Se produce una revuelta
    y mexicas aguerridos
    se hartan de ser sometidos
    y al rencor dan rienda suelta.

    Y a la Virgen los cristianos
    temiendo verla perdida,
    la ocultan bien escondida
    del furor de los paganos.

    En el tronco de un roble hueco
    han hallado un escondrijo,
    un refugio y un cobijo
    expandido por el eco.

    Y aquel hueco lo percibe
    una humilde pastorcilla
    de las de saya y toquilla
    que en susurros lo recibe.

    Y nueva Virgen del Roble
    existe en la cristiandad,
    con visos de eternidad
    con retumbar de redoble.

    Cenicientos, Monterrey,
    y Monterrey y Cenicientos
    van en alas de los vientos
    y de igual Virgen son grey.

    Saturnino Caraballo Díaz
    El Poeta Corucho

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