viernes, 21 de enero de 2011

De la lectura del libro a la lectura de la realidad en el mismo viaje y de regreso: los talleres de lectura en la biblioteca pública como herramienta de formación del bibliotecario.

In memoriam Armando Gómez Pozos

Que ahora dudes creer, lector sesudo,
lo que a decirte voy, no me molesta:
yo lo vi por mis ojos, y aún lo dudo.
Dante Alighieri

Como casi siempre que inicio un escrito todas las ideas previas a él, se esconden, se encogen, se ocultan, desaparecen. Eso resulta muy frustrante porque no tengo esperanza siquiera de decir un inspirado ¡Wingardium leviosa!, o al menos un Chin, pun, pan, tortillas, papas, para hacer aparecer las palabras adecuadas de esta comunicación. Siendo de esta manera, se me ocurre que tengo poco que decir en un evento como este, es por ello que durante los siguientes minutos dejaré hablar a las y los asistentes a los talleres que oferta la Biblioteca Pública Central Estatal “Mauricio Magdaleno”, de Zacatecas, Zac., siendo materia prima principalmente “Mis Vacaciones en la Biblioteca” con alguna que otra moderación inmoderada de este servidor.

Hasta principios del milenio, la biblioteca en cuestión atendía en los talleres de verano “Mis Vacaciones en la Biblioteca” a niños y preadolescentes. En escasas ocasiones se atendió el público juvenil y adulto. Al momento de escribir estas líneas la memoria no me alcanza para ubicar el año con exactitud, pero debió ser 2002, cuando se conjugaron varios factores para que se abriera un grupo para mayores de 13 años. La asistencia fue de apenas superior a una decena. Ahí fuimos testigos del desencuentro familiar de una madre y su hija por la elección de la carrera profesional. No existía una planeación como tal para las sesiones. Dialogábamos y a partir de ahí surgían lecturas y adaptaciones de las actividades de los manuales.

Al siguiente año el pequeño espacio ya no fue suficiente. El grupo se había duplicado. Habían regresado algunos y con invitados, otros más se integraron por curiosidad. Pero para nosotros no representaba eso sino un aumento en la estadística. No conservábamos copia de los trabajos realizados, no pedíamos opiniones o sugerencias a los asistentes. Eran las inscripciones, el taller, la clausura y el convivio.

Para 2003, la inscripción había superado las treinta personas. Aunque regularmente acudían alrededor de 28. Ese fue un grupo muy especial porque de ahí surgieron inquietudes, se detectaron intereses, aparecieron ideas, nos comprometía a mejorar.

De ese grupo, tomaré la evaluación de una pequeñita de trece años que descubrió que podía escribir algo propio, ser dueña de su discurso. Para variar, y como he mencionado, aún en ese tercer año se planificaba al momento o un día antes. Así sucedió con el siguiente ejercicio. La consigna fue llevar a la biblioteca aquel objeto que fuera altamente significativo para ellos. Llegaron almohadas, peluches, pulseras, libros, discos, ¡piedras!, sí también llevaron piedras.

La actividad consistía en hacer una serie de preguntas en torno al objeto significativo, responderlas y con las respuestas elaborar un texto. Dejemos la palabra a Cristina Silva Jiménez que en aquel entonces tenía 13 años:

Mis muñecos huelen a hospital, medicinas, inyecciones, enfermedades y enfermeras y esto me lleva a recordar a las personas que me las regalaron. Mi mamá huele a tela e hilo y mi abuelo a soledad, entonces recuerdo las noches de miedo que mi mamá me consolaba, y mi abuelo nos veía jugar con las mangueras del parque Sierra de Alica y nos llevaba a ver el teleférico desde el mirador del periférico.
Mis muchecos (sic) son tierno, caliente, bello y mientras veo llover me provoca ronchas, pienso en las tardes cuando nos mojabamos (sic) con mi abuelo y regresabamos (sic) a la casa para que mi mamá me regañara.
El sabor del limón me lleva a las fiestas donde mi mama (sic) tomaba tequila Jarro viejo con limón.

Al momento de compartir los escritos esta niña fue la que se llevó la ovación y también la primera sorprendida con su producto. Quiero resaltar, de igual manera, la presencia de un chico de nombre Francisco y al cual le agradaba le dijeran Paco. Pues bien, Paco nos había acompañado desde un año antes, cuando él tenía 12. Siempre había acudido con sudaderas de capucha que le cubría la cabeza. En esa época alguien en la biblioteca consideró pertinente que quien ingresara a la misma se descubriera la cabeza cual si entrara a un templo religioso. Siempre me pareció absurda la medida, pero había que acatarla. A Paco se le permitía que no cumpliera con esa norma, había algo en él que manifestaba su rechazo absoluto a ella. Hacia la segunda semana, por sí solo, Paco se quitó la capucha y descubrimos algo: sólo tenía una oreja, pero nadie hizo el más mínimo comentario ni expresión alguna. Paco se desenvolvió bastante bien, se interesó por la poesía de Neruda e incluso bosquejó un grafitti a partir de un soneto del vate chileno, en su cuaderno con la firme intención de realizarlo en una pared de su colonia.

Ese fue el primer taller donde pedíamos a los asistentes que nos evaluaran junto con  el espacio, la temática y la coordinación. Comparto la opinión de Paco:

igual que el año pasado al curso que vine estuvo un poco mas divertido por casi no asemos (sic) nada y puro juego y en este taller es igual pero por mayor rason (sic) pues aprendi (sic) cosas que no sabia (sic) bien o no las memorisaba (sic) y me yevo (sic) un recuerdo de unos amigos muy especiales por varias rasones (sic) que me trataron como una persona.

Cuando leímos las últimas seis palabras de Paco nos conmovimos. ¿Entonces cómo lo habían tratado en otros espacios? ¿Hablamos de la escuela, la calle, incluso la casa? Ese año aprendimos lo importante que es hacer consciente al ser humano de su propio discurso, de su capacidad de crear con las palabras. Por eso Cristina estaba emocionada. Escribir ya no era sólo copiar, era inventar, recrear, componer el mundo. También aprendimos que la biblioteca pública siendo una institución humanística, antes que formar lectores, debe formar seres humanos. Paco nos dio la muestra.

No tengo muy claro si fue ese mismo año o uno anterior que al momento de las inscripciones llegó un señor con una edad oscilante entre 65 y 70 años: J. Carmen Carrillo C., lo llamábamos Don Carmelo. Él llevaba a su nieta de 14 años a los talleres. Lo convencimos que se inscribiera también él y después de mucho negociar lo conseguimos. Después de dos días de actividades, la jovencita no regresó. Pero Don Carmelo estuvo las cuatro semanas. El primer día se quiso retirar cuando observó que él era el mayor y había muchos adolescentes. Siempre participaba y era escuchado, siempre aportaba y consolidaba el respeto de los jóvenes anarquistas. Al concluir esa edición de los talleres, Don Carmelo nos pidió unos minutos para compartirnos algo muy especial: sus poemas. Vaya sorpresa, el hombre en plenitud, vendedor de chocolate de metate, el cual se autodescribía como precario culturalmente, era un poeta. Un poeta con sus fronteras, pero un poeta.

Si la biblioteca no es capaz de despojar del aura académica a la lectura. Poco se puede realizar. Los siguientes testimonios también aportaron luz en este interminable aprendizaje de la promoción de la lectura:
Qué me pareció? `¡Uff! Yo quisiera decir muchísimas cosas, ya que me parecieron excelentes, la verdad yo no me los imaginaba así y me llevé una grata sorpresa al ir descubriendo lo maravilloso que era.
Si quisiera hacer un resumen diría lo siguiente: Hagan de cuenta que yo fui a divertirme, a pasármela bien, y al mismo tiempo aprendía cosas, me daba cuenta de muchos textos interesantes, por otra parte, conoces gente, y lo que más me gustó es que como cada quien tenía muchas cosas que aportar y compartir, el enriquecimiento y el aprendizaje fue increíble. Cada día aprendí algo nuevo que nunca me hubiera imaginado.
Cada sesión era relajante, motivante, estaba ansiosa de levantarme cada mañana porque ya quería llegar a la biblioteca al taller, ya que no sabíamos qué veríamos ese día, pero estaba segura de que sería algo padrísimo, como siempre.
Se puede decir, que con sólo haber venido a este taller valieron la pena las vacaciones.
María Fernanda Arellano Iracheta (17 años)

Y ahora que se acerca el final de esta historia, donde aprendí muchas cosas, quien (sic) lo diría en un mes pueden cambiar muchas cosas, y en ocasiones una vida entera.
Elizabeth Villasana Mercado

Quando (sic) estube (sic) sabendo (sic) que ia (sic) tener “mis vacaciones en la biblioteca” yo pensaba que além (sic) de me ocupar mis tiempo en cosa util (sic), aprender el español, pues me gustou (sic) mucho pues los dos persona que coderna (sic) ese evento son muy buena onda. Sei (sic) que esse (sic) tempo (sic) que passei (sic) solo fue cosa buena y que cada dia que vengo aqui (sic) aprendo cada vez mas (sic). Pensava (sic) que yo iria (sic) ler (sic), jugar, bromar mucho y ser cosa muy divertida y no abujida (sic). Me quedo muy contente (sic) pues fue la mejor cosa que puedo hacer. Como normalmente en mis vacaciones me voy a la playa y aqui (sic) me voy a la biblioteca, se me mamá de Brasil soubese (sic) disso (sic), ella vas a pensar que yo estoy doente (sic)…
Pues ella sabe que yo no me gusto (sic) a ler (sic) y tanpoco (sic) estudiar… en vez de ir a la playa voy en la biblioteca a ler (sic), divertir y hacer muchas cosas buenas.
Yo me sinto (sic) muy contente (sic)... fue mi mejor vacaciones que passey (sic) en mi vida… yo solo aprendi (sic) y aproveitei (sic) tudo (sic) de bueno.
Sabe yo ler (sic) um (sic) Livro (sic) es un drama y aquí leio (sic) el libro de una forma mas simples. mi (sic) vida vai (sic) cambiar… pues ahora voy a impesar (sic) a ler (sic) mas (sic) libro, pues yo percibi (sic) como (sic) el libro nos dan (sic) mucha (sic) conocimiento. Vale a pena ira na (sic) biblioteca invez (sic) de ir para la playa.
Carolina De Pontes Picudo (18 años).

Al inscribirme pensé que todas las dos horas y media nos ivan (sic) a tener leyendo un libro grueso, grueso y sin dibujos y que para el siguiente dia (sic) tendriamos que traer un resumen del libro y asi (sic) todo el triste curso.
Ricardo Dávila Gutiérrez

Sin que fuera nuestro propósito y sin tener los conocimientos, fuimos y seguimos descubriendo los alcances de las actividades de lectura. Como escuchamos a María Fernanda, no sabía que íbamos a hacer cada día. A fuerza de ser francos, tampoco lo sabíamos nosotros. En esa época las sesiones se desarrollaban así: esperábamos que llegara la mitad más uno del grupo, lanzábamos alguna pregunta detonadora, por ejemplo: ¿qué te atrae de una persona? ¿qué haces en tu tiempo libre? ¿qué música te gusta?, las respuestas nos daban luz en torno al tema. Lo que siempre tuvimos claro, y también debo reconocer que en ese momento tampoco lo podíamos explicar, es que las actividades de lectura deberían estar acompañadas de la escritura. La circulación de la palabra debería ser explotada en todas sus vertientes.

Lo más sencillo para diseñar estas actividades de escritura era, y sigue siendo, reproducir los esquemas, es decir, reescribir, pero a partir de sus propios referentes, experiencias, palabras. Mi moderación en este diálogo pluripersonal volverá a ser inmoderada y me permitiré platicar una experiencia en torno a este asunto de la escritura.

En noviembre pasado acudió a la oficina un profesor que estaba a punto de doctorarse en un proyecto de lectura con jóvenes. Pidió el apoyo para implementar una actividad de animación a la lectura con alumnos de tercer año de secundaria. La sesión se llevaría a cabo en la misma escuela, ubicada en Sombrerete, municipio al norte de la capital zacatecana. Hay actividades que tenemos como caballitos de batalla. Una de ellas surgió en los primeros talleres. Y consiste en leer y narrar algunos capítulos de la novela de Antonio Skármeta, El cartero de Neruda. La trama que se trabaja tiene que ver con una historia de amor del cartero, Mario Jiménez, y Beatriz González. La tercera en discordia es la “institución temible en Chile”, según palabras de Skármeta: la suegra, quien se opone terminantemente a la relación. Esta situación la aprovechamos para dividir al grupo en tres equipos: uno conformado por puras damas serán Beatriz González y le escribirán una carta a Mario Jiménez contándole que su madre la envía a Santiago para alejarla de él. El equipo decidirá qué es lo que sigue. El segundo equipo, conformado por varones, será Mario Jiménez pero como todo lo que utiliza para enamorar a Beatriz González sale más que de su inspiración de los libros de Neruda, pues se les pide a los chicos que escriban una carta de amor con frases copiadas de poemas o canciones que se sepan (una aclaración, queda estrictamente prohibido el reegeton), Finalmente, el tercer equipo será el de la suegra, Rosa viuda de González, este equipo también estará conformado por mujeres, y ellas elaborarán una carta para Mario donde le piden que deje en paz a Beatriz.

Durante la primera parte de la actividad había un joven que se manifestaba inquieto. Guardé silencio y le sugerí que saliera si lo creía conveniente, pero que nos dejara trabajar. Siguió la lectura y narración. Al momento de pasar a la escritura, el equipo de Mario Jiménez no escribía pero discutía mucho. Me acerqué y pregunté: ¿qué pasa que no escriben?. Uno de ellos preguntó: ¿Jiménez se escribe con “J” o con “G”?. Haciendo señas con los brazos los invité a hacer “time back” como los jugadores de futbol americano y les dije: “A mi me vale madre la ortografía, es más que chingue su madre la ortografía, ¿cómo ven?” El resultado no se hizo esperar. El escrito que era por equipo pasó a segundo término y la mayoría quería leer su propia creación. Al final hubo aplausos para ellos mismos y reconocimiento por sus escritos.

De regreso a Zacatecas capital, el maestro me dijo: “Le voy a comentar algo, pero también quiero que me diga algo”. Adelante, respondí. “El grupo que le tocó es el más difícil, siempre se salen de la clase. Al muchacho que le llamó la atención lo venían a buscar para irse, pero él no quería, por eso se mostraba inquieto. Es el mismo que leyó el poema mejor hecho (y aprovecho para decir que fue de su propia inspiración), ahora dígame, ¿cómo le hizo para que escribieran? ¿qué les dijo cuando los juntó?”. Le platiqué la táctica y también le dije que esa era una ventaja mía: el poder comunicarme con los jóvenes con su lenguaje, sin ofendernos mutuamente.

Dicha situación me ha permitido entablar diálogos más estrechos con esta generación. Alguna ocasión tuve a un chico del Distrito Federal que iba de vacaciones a Zacatecas. Estuvo en los talleres y de la manera más natural se dirigía a mi como güey, al principio me incomodó, después pensé que era su registro oral e intenté ingresar en él, diciéndole también güey. El chico, lejos de molestarse, se mostró agradado. Meses después me lo encontré en el Messenger y me escribió que le había platicado a sus amigos que había conocido un maestro en Zacatecas con el que se hablaba de güey. Me dio risa y sólo respondí: Sí, somos dos güeyes bien contentos.

Otra enseñanza, los jóvenes se acercan más a la lectura cuando los registros del lenguaje están más cerca de su oralidad, cuando sienten que el libro les habla como un amigo y no como un sermón de alguien que ni conocen. Ellos, y siendo sinceros ni nosotros, hablan así: “Por cierto, fermosas señoras, yo soy muy contento de hacer lo que me pedís”, ellos utilizan la economía del lenguaje en su máxima expresión (y ahora con las tic’s más) y sólo mencionan: Me late lo que me pides.

Quiero apuntar que no se trata de desdeñar ni minimizar las grandes obras de la literatura, que por algo son grandes, ni matar a la ortografía, que por algo existe. Se trata de hacer más accesible el camino hacia la palabra escrita. Se trata de mostrarles que el mundo de la lengua es más rico que “Dame más gasolina” o Jordy Rosado o Luis García (con todo y su limitadísimo léxico). Que escuchar es más que oír. Que la lectura, la escritura, la conversación serán herramientas de aprendizaje permanente en la medida en que las utilicemos de forma creativa. Que si yo quiero ser Juan del Diablo, usted señora, puede ser con toda justicia Quiela y mentarle la madre a Diego Rivera. Se trata de asumir la palabra como algo propio, espejo que nos crea, nos modifica y nos perpetúa como especie y como individuos (e indivuduas).
Concluiré esta participación compartiendo una carta de Cristina Silva Jiménez, esa muchachita con la que inicié, la misma de los muñecos de peluche. Hace dos años había decidido que serían los últimos talleres que impartiera en la biblioteca. Problemas y desencuentro laborales con mis superiores me llevaban a tomar tal consideración. Así lo manifesté a los asistentes y el día de mi cumpleaños recibí un correo electrónico que me hizo rectificar:

Hace 4 años aburrida y cansada de las vacaciones, literalmente mi hermana mayor me jaló a la biblioteca argumentando que un tipo que habían conocido ella y mi papá años atrás, estaba dando unos cursos de verano en la biblioteca, cuando escuché esa palabra “biblioteca, letras, libros, leer” ¡no!, era  semejante a ir a las tortillas a los dos de la tarde con el sol a todo lo que da.
Cuando llegué lo primero que vi fue a hombres y mujeres  de diversas edades reunidas por el mismo gusto o disgusto, según el caso – la lectura -, una cueva que le llamaban salón llena de cajas que goteaba y un niño que me pedía que le hiciera aviones de papel por que su papá no sabía.
Pasaron las semanas critique y disfrute a un tal Pablo Neruda que tenía un cartero un tanto distraído que años después llego para todos los que llevaron obligatoriamente al curso de verano, le gusta cuando callas y escribió los versos mas tristes en una noche.
A un tal Gabo que me dio un texto para dedicar a un par de personas:
“Por vos nací, por voz tengo la vida, por vos he de morir y por vos muero”
Me contó la vida de Úrsula al lado del otoño del patriarca y me enseñó que hay más demonios aparte del amor.
Francisco Hinojosa con léperas contra mocosos, y su peor señora del mundo. Don Luis y Gala paliando el amor de Solé, Quiela escribiendo cartas a su querido Diego y Tita sufriendo su triste destino.
Y lo mejor un fulano que se comía la luna a cucharadas, los amorosos lloraban cuando se iba canonizo a las putas, sufría la muerte de la Tía Chofi, odiaba que enterraran a los muertos evitando a que vinieran a contarnos de su muerte, miraba – junto al gato- a una niña tocar el piano, hay un de hacérsele completamente feliz, y me ayudo a entender que no moría de amor si no de los insoportable que era sin él, aunque la verdad yo no lo se de cierto pero supongo.
Cambiamos de edificio que “la verdad” también se goteaba pero solo cuando llovía, pero al menos teníamos muchos estantes en un salón denominado “tertulias y algo mas”, lleno de libros que conocieron cientos de historias en cada casa que visitaron y fueron tocados por muchas manos.
En julio de 2008 llegué a inscribirme y me encontré con un salón vacio, sin estantes y libros en cajas o en le suelo; y un maestro triste por que tal vez no llevaría acabo el curso, peor eso no permitió que el ánimo decayera y el curso se llevó a cabo.
Cuando menos acorde ya tenía una caja repleta de poemas, cuentos, definiciones de palabras raras, trabalenguas, incluso conocí el síndrome de Candy Candy y el de la Tía Sandra cosas que jamás yo podría haber hecho.
Y todo esto gracias a una sola persona que a pesar de las trabas, falta de material, espacio y de la desconfianza e incredulidad de sus superiores logró, a pesar de su odio a  mi afición al América, el Cuau y mi amor por Arjona enseñarme todo esto.
Lamentablemente tal vez éste sea el último año que nos veamos y que des curso, pero tendrás la satisfacción de que – así como conmigo- muchas personas sin ni siquiera darse cuenta escribieran y empezaran a disfrutar de la lectura.
Lo único malo es que escribí esto escuchando Arjona.

Cristina S. Jiménez
25 de Julio de 2008

La biblioteca propicia que hagamos cosas por otros y ni nos demos cuenta. He compartido con ustedes algunas historias de éxito, sin embargo, tengo mucho más de fracasos, de esas platicaremos en otra ocasión. Muchas gracias.

(Ponencia leída en el Encuentro Estatal de Fomento a la Lectura, Pachuca, Hidalgo, 22 de abril de 2010)

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