viernes, 28 de enero de 2011

La muerte del libro

Por Rafael Iglesias (*) 

Con la irrupción de las distintas tecnologías algunas cosas se ganan y otras se pierden. La aparición de la escritura determinó la pérdida de la memoria como sostén de la palabra, pérdida muy lamentada por los socráticos. Mucho más tarde, la narración oral -apreciada especialmente en los talleres de los artesanos medievales como único medio no sólo de distracción para el trabajo monótono, sino para conocer noticias sobre parajes y pueblos extraños- depone su preeminencia ante la aparición del libro gracias a la imprenta. Un tiempo después, la lectura -que se realizaba en voz alta- se vuelve silenciosa y la escritura, liberada ya de su sujeción respecto de la transmisión oral prestará más atención a su propia materialidad física y silente. Hoy lo que parece estar en peligro es el predominio del texto impreso. Quizás no desaparezca por completo, pero ya no será el primer actor de la escena, a lo sumo su rol será el del mayordomo que en lo mejor de la historia impecablemente interrumpe para avisar que la cena está servida. Un libro: tan sólo papeles irrelevantes. 

Con las nuevas tecnologías el sustantivo libro pierde protagonismo, en tanto sobrevive el verbo leer. Esto, sin duda, no dejará de producir en nuestro hacer impensadas mutaciones. Cada vez está más cerca el día en que tengamos que preguntarnos qué hacer y para qué.

Me refiero a que cuando la arquitectura casificaba (de casa) un medio diverso para mundalizarlo (es decir, hasta hace poco tiempo), el espacio del libro, su ámbito específico, era la biblioteca. Al parecer, en este momento el libro y la biblioteca están en pleno divorcio, como tantas parejas. El libro abandona su casa para integrarse a la red multimedia y, como de costumbre, se va de la mano de alguien más joven: la informática. No habitarán bajo el mismo techo, pero siempre podrán salir juntos por la pantalla. Si la biblioteca pierde su anclaje espacial desaparece como visibilidad, como espectáculo. Esto supone la transformación en flujos de uno de los espacios propios de la arquitectura simbólica, con lo cual es claro que nuestro hacer se deshace. La arquitectura pierde materialidad, se deshumaniza y pasa a ser un animal en extinción, del que sólo quedará su osamenta. 

El libro ya no pasa los días y las noches en la biblioteca, y ésta parece no tener medios para evitar que aquél pernocte en otro sitio y deje su lecho vacío. Y aunque no se sabe bien qué va a hacer, está viendo cómo reedificar su vida. Por lo pronto, se reciclará asumiendo su nuevo estado como lo hacen quienes pasan por estas circunstancias. 

Ante esta situación, el editor se convierte en un agente comercial, el bibliotecario en un especialista en programas de computación, las librerías en bares temáticos, museos o lo que mande el mercado. El libro como tal tiende a desaparecer, ya no se lo ve por los lugares que solía frecuentar. Sin la biblioteca como su espacio propio, será más fácil encontrarlo en algún sitio sin muros ni fronteras, donde se lo localizará de un modo distinto, tal vez más eficaz, gracias a los buscadores. 

Así como se presentan las cosas, no es extraño que existan estados como el de California que hayan decidido no construir más bibliotecas universitarias destinando estos recursos a la creación de bibliotecas virtuales. Sin el libro como objeto, los espacios físicos que lo contienen pierden su razón de ser. 

Habrá quien se escandalice pero, al fin y al cabo, en un principio y por mucho tiempo la información se transmitió a través de imágenes. Puede decirse que el único siglo "textual" por excelencia fue el siglo XX, donde la mayor parte de la población mundial aprendió a leer y escribir. Frecuentemente escuchamos que vamos hacia una cultura de imágenes; de ser así, en todo caso estamos volviendo.

Con la muerte de la biblioteca se ve claramente este desandar, ya que la primera "biblioteca" tampoco ocupaba lugar: residía en la memoria humana. Seguramente de allí viene eso de el saber no ocupa lugar. Como no lo ocupará en el futuro, ya que los textos virtuales estarán atrapados en una red infinita de conexiones, habitarán en la memoria de una PC. Aún falta ajustar el diseño de un soporte que supere la practicidad de la estructura del texto encuadernado. 

Para ir más lejos respecto del tema de la separación del libro y la biblioteca, se me ocurre que aquí no habrá repartición de bienes ni de derechos de autor. Y puesto que las bibliotecas y los libros perderán su valor como espacio y como entidad, no habrá segundas ediciones y su reproducción carecerá de sentido o atentará contra la unidad del único libro que habitará en la inútil, infinita y des(t)echada biblioteca. La figura del autor -tan publicitada durante la modernidad- volverá a ser lo que fue, por ejemplo, durante la Edad Media: un dato sin importancia que obliga a historiadores y estudiosos a atribuir la copiosa iconografía religiosa y las historias que provienen de esa época a autores anónimos. Víctor Hugo pensó que la arquitectura desaparecería a manos de los libros, porque ésta era un modo inferior de comunicación respecto de ellos. En su momento sentenció: "Los libros matarán edificios". Y si bien esto no ocurrió así, la biblioteca, como edificio y los libros como "ladrillos", tendrán un final común: morirán deshechos en alguna de las bandas anchas de las carreteras informáticas. 

Desaparecido el libro e inutilizada la imprenta, el rol de la arquitectura para techar y ser el soporte de las distintas actividades del hombre tiende a minimizarse. Si el destino para muchas de las cosas que hasta ahora componen nuestro mundo es su virtualización, el libro es sólo el primero es perder sus razones de peso. Es el peso el que pierde sus razones. Habría que hacer una lista con las herramientas que han ido desapareciendo en nuestro diario quehacer: nos sorprendería. Algo muy similar nos ocurriría si lo pensamos a nivel social. Porque más allá de estas vanas presunciones, creo que lo verdaderamente preocupante es la pérdida del concepto de lugar como espacio de encuentro social indispensable en la construcción del individuo. Una desaparición que habrá que afrontar más que lamentar. 

Habrá que pensar qué hacemos con las cosas que se deshacen, que caen en desuso, ya sean libros, edificios y muchas de las invenciones que nos legó la modernidad: escuelas, circulaciones, ciudades (y demás recintos y sus destinatarios), obreros, políticos, sindicatos, ciudadanos y todos aquellos deberes y derechos que propician una igualdad social y el respeto por la diversidad. Nos referimos a las consecuencias de aquella primera declaración de los principios de libertad, igualdad y fraternidad, declaración que inició la gran aventura que nos trajo hasta aquí. Este es el tema "urbano" a tratar: la irrupción de las nuevas tecnologías y sus consecuencias espaciales. Y no si un edificio es más alto que otro, o cuál vieja casa hay que dejar en pie o, si a un pasado prostibulario hay que transformarlo en patrimonio o matrimonio. Porque todo esto, en comparación es sólo un entretenimiento. 
* Arquitecto
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Publicado originalmente en: 

http://www.lacapital.com.ar/2007/03/27/opinion/noticia_376551.shtml

CONDICIONES ACONSEJABLES PARA CONTAR CUENTOS

[...] Creemos importante matizar que éstos son unos consejos que cada narrador aplicará o no en función de sus necesidades y deseos. [...] Hay miles de fórmulas, tipos y maneras de contar cuentos en los que los narradores adaptamos nuestros recursos a cada ocasión sin requerir de ninguna “condición mínima”. En ningún caso estas condiciones aseguran que la sesión salga bien, pero sí que consideramos importante conocerlos porque, en todo caso, son facilitadores de ello. [...]


Pensamos que un narrador oral puede desarrollar satisfactoriamente su trabajo si se cuidan una serie factores externos que rodean al acto de contar, tales como:

ESPACIO

Preferiblemente el espacio debería estar exclusivamente dedicado a esa actividad en el momento de contar a fin de evitar que ruidos y otras actividades dispersen la sesión (como por ejemplo: servir copas en un bar, o realizar préstamos en una biblioteca). Deberían evitarse los lugares de paso, es mejor que el lugar sea recogido y tranquilo.

La ubicación del narrador en el espacio destinado a contar: el narrador debería ser visible por todo el público y en la medida de lo posible evitar que detrás de éste sucedan cosas que el narrador no domine con la vista. También es importante que la persona que cuenta tenga en su campo de visión a todo el público, evitando que quede detrás de una columna o en un rinconcito.
La acústica tendría que ser suficientemente buena para no obligarnos a forzar la voz, es preferible evitar lugares muy amplios. Cuidar el silencio.

La iluminación: centrada en el narrador para que el público vea bien la cara y los movimientos del que narra, es importante también que el narrador vea al público. Se deberían evitar las luces que ciegan al narrador.


Hay que tener en cuenta también la temperatura, ni demasiado frío ni demasiado calor; [...] a ser posible contar en lugares con buena ventilación.

Convendría la presencia de un responsable del evento en la contada.

PÚBLICO

Los cuentos no tienen edad, pero no todos los cuentos se cuentan para todas las edades, por eso es recomendable especificar bien al público para qué edades son los cuentos, o que el narrador sepa previamente qué público asistirá a la función.

Para que los asistentes a una sesión de cuentos se sientan cómodos: la cantidad de espectadores no debería sobrepasar la capacidad del espacio, la asistencia debería ser libre, convendría disponer de asientos adecuados a cada público.
TIEMPO

Creemos importante cuidar la puntualidad en el comienzo de las sesiones tanto por el narrador como por el público.

Tener en cuenta el lugar que la narración ocupe en el evento para valorar de antemano el nivel de cansancio del
público"

Cordialmente,

Gonzalo García, "Darabuc"

 Literatura: http://www.darabuc.com
 Títeres: http://cantitella.wordpress.com/

Tomado de ANIMACIONALALECTURA@LISTSERV.REDIRIS.ES

martes, 25 de enero de 2011

Quizá, Saturnino lo leyó…

Uno. José Herrán y Bolado leyó a Clavijero, Torquemada, Prescott y Alamán. De sus textos tomó lo conveniente para establecer los referentes básicos de los relatos que integraron la novela Seliztli. El guión es sencillo: los nobles indígenas Seliztli y Xólotl se enamoran; su historia transcurre en los años inmediatos al arribo español a (para ellos) el México inhóspito. El acontecer de los personajes sucede entre el descubrimiento personal y el encuentro con lo que portan los frailes: “una religión de paz y amor”.
Los relatos fueron publicados por entregas, en el periódico oficial del estado de Aguascalientes: El Instructor. Los textos están en las páginas cuatro, cinco, seis y siete; en los números uno, tres, cuatro, seis y siete (entre mayo y agosto de 1884). Las extensiones diferentes de las entregas, permiten suponer que la inserción dependió del espacio que dispensaron los textos oficiales (decretos, oficios, informes) y los avisos gubernamentales y de particulares (pregones, edictos). Los primeros eran los dueños de las tres primeras páginas, y tenían los lectores cautivos (burócratas, políticos). Las otras son las que corresponden a los mirones de información ocasional.
Dos. Interesado en torno a los rasgos de la cultura escrita de las sociabilidades francmasónicas, tengo en la mira a José Herrán y Bolado por dos cuestiones. Una es porque ideó una máquina de escribir, y lo hizo cuando también se proyectaba el artefacto en Europa. En este tenor, por ahora imagino que sus lecturas ocurrieron más en la prensa foránea. Además lo hizo en Aguascalientes, es decir: fuera de los círculos dominantes de patentes tecnológicas.
La otra motivación es por su pertenencia a la masonería. Admito la acusación de que esto no es una novedad, pues estuvo integrado a la sociabilidad del estratega cultural por antonomasia de Aguascalientes: el doctor  Jesús Díaz de León. Pero valoremos la trayectoria de Herrán, quien nació en Fresnillo en 1851 y su itinerario burocrático-político sucedió en una entidad que tenía sus propias redes familiares para ocupar las instancias de poder. Entonces, la inclusión de Herrán debe acreditarse a sus méritos y su capacidad para forjar nuevos vínculos adquiridos.
Tres. José Herrán y Bolado procreó un hijo (1887).  Le llamó Saturnino. La madre del chico fue Josefa Guinchard Medina. El vástago, andando su jornada, fue un connotado pintor. La obra de Saturnino es de esa que llaman “nacionalista”, por que en ella representa escenas y figuras indígenas con ambiente prehispánico. Parte de su obra está en el Museo de Aguascalientes (el edificio porfiriano cerca del templo católico de san Antonio). Situemos algo más. Herrán hijo es el autor de la primigenia portada del libro La sangre devota, de Ramón López Velarde. Su nexo inicial sucedió en los estudios preparatorios de estos jóvenes.
La cultura letrada (referente a la lectura) de Saturnino da cuenta que no estuvo circunscrita a la de sus estudios, ni la emergente entre sus amistades. Otra posible realización fue lo que ojeó en los libreros del padre. Pero mirando su obra pictórica interrogo: ¿leería con intensidad lo que publicó su papá?
Como lector advenedizo, en las obras de Saturnino sitúo lazos comunicantes; pero advierto que corresponden más a la época que al reconocimiento de una influencia explícita. Admito, que en mi hojeo a Seliztli [“Una joven, casi una niña, recorre el estrecho espacio de su jardín flotante, cortando las flores más lozanas, entreteniéndose con pueril esmero en hacer con ellas un ramo… Algunas veces contempla ella con expresión melancólica el hermoso paisaje que se extiende a su vista, en el cual una Naturaleza exuberante, engalanada con todos los matices de la vegetación tropical…”] invoco a “Bugamilias” (1917).
Otras veces [por: “en la cabeza llevaba una corona de plumas verdes y amarillas, en las orejas pendientes de oro y piedras verdes, y el labio superior un colgante formado de una sola piedra azul… Hubo un momento de tregua para la víctima, durante el cual los sacerdotes practicaban ciertas ceremonias religiosas incensando al dios a quien la destinaban y entonando al mismo tiempo cánticos verdaderamente lúgubres…”] a “Nuestros dioses 1. Indígenas” (1914).
            Pero no ocurre a la inversa. Al mirar primero “Nuestros dioses antiguos” (1916), no me remite el recuerdo a los relatos de don José, sino a las posibilidades que ocurren en una clase de anatomía. Por esta situación, es pertinente dejar la posibilidad de la lectura. Más porque la novela fue publicada tres años antes del nacimiento del unigénito. Pero interroguemos con insidia: ¿el padre lo hizo leer la aburrida prensa oficial? ¿le hablaba de sus textos?
Ni como juego tengo una respuesta, por eso, dejo el enunciado: quizá, Saturnino lo leyó…

M.(c)

Pantallas y libros, el mismo mundo: Entrevista con Roger Chartier


El prestigioso historiador francés destaca la importancia de la escuela como herramienta clave para lograr una relación armónica entre la tecnología digital y la cultura del libro impreso.


Por Gustavo Santiago
Para LA NACION
Cuando se trata de analizar el pasado, el presente o el futuro del libro, resulta imprescindible abrevar en el pensamiento de Roger Chartier (Lyon, 1945). De sus numerosos trabajos sobre las prácticas de escritura y de lectura en Occidente pueden citarse el ya clásico El mundo como representación (Gedisa, 1992) y otros más recientes, como Escuchar a los muertos con los ojos (Katz, 2008). A pocas semanas de haber recibido el Doctorado Honoris Causa por la Universidad de San Martín, el historiador francés conversó con adncultura sobre algunos de los temas que lo apasionan: los libros, las disputas con la cultura digital y la educación.
-En su lección inaugural en el Collège de France, titulada "Escuchar a los muertos con los ojos", usted formula una pregunta elemental, básica, que me gustaría retomar aquí. La pregunta es qué es un libro.
-Hay varias definiciones que podemos tener en cuenta, como aquellas surgidas de las metáforas empleadas en el Siglo de Oro o de las distinciones conceptuales del siglo XVIII, que sostienen que el libro tiene cuerpo y alma. O que el libro, como decía Kant, es, por una parte, un opus mechanicum , un objeto material producido por una técnica, que como objeto pertenece a quien lo compra; y, por otra, un discurso, una obra dirigida a un público que, en ese sentido, pertenece a quien lo compuso.
-¿Qué sucede con el sentido de la obra? ¿Es patrimonio del autor o del lector?
-La situación es realmente compleja. Porque lo que lee el lector es un libro, pero los autores no escriben libros. Escriben obras, discursos que otros -editores, impresores, tipógrafos- transforman en libros. Esa transformación da una forma al texto que algunas veces desborda o incluso contradice las intenciones del autor. Y de lo que se apropia el lector es del texto en su forma material. Pero, por otro lado, la construcción del sentido que realiza el lector no remite sólo a sus expectativas o categorías, sino también a la experiencia de lectura que cada forma particular del texto produce. De ahí, para mí, la necesidad de vincular tres elementos en el análisis: los procedimientos de composición, las apropiaciones (tanto en una misma sociedad como a lo largo del tiempo) y la forma material de los objetos escritos e impresos.
-En varias ocasiones se ha referido usted a un proceso de "desmaterialización de la obra", que se acentúa desde hace varios siglos. ¿Cuáles serían las causas y los alcances de esta desmaterialización?
-Hay muchas razones que han borrado el efecto de la materialidad de la inscripción. En primer lugar,la definición de la propiedad literaria impulsada en el siglo XVIII, que establece que el autor es propietario de un texto, independientemente de sus formas materiales sucesivas o contemporáneas. El copyright protege la obra en su esencia inmaterial, en su dimensión de producción estética o intelectual. Y a partir de ese momento el derecho en sí mismo opera la desmaterialización de la obra. Es muy interesante el momento en que surgen las disputas por el copyright . Allí vemos el problema de defender la propiedad literaria de un autor sobre su obra en un momento en que el sueño de la Ilustración indicaba la posibilidad para todos de apropiarse de las ideas que se consideraban útiles para el progreso de la humanidad. Hay autores como Condorcet, en Francia, que rechazaban radicalmente toda idea de propiedad literaria, porque consideraban que nadie podía apropiarse de las ideas fundamentales para el proceso de la Ilustración.
-¿Cuáles serían las otras razones de la desmaterialización de la obra?
-Otra razón fundamental está vinculada con la recepción. En este sentido, es el lector mismo quien desmaterializa la obra leyéndola. Inconscientemente, crea una relación en la cual el texto pierde toda forma de especificidad particular. Es el discurso del otro con el cual el lector dialoga, en el cual penetra, o es el discurso el que penetra en él.
-Ingenuamente, el lector puede experimentar el texto como una especie de voz interior, despegada de toda materialidad. Pero también, desde un lugar para nada ingenuo, buena parte de la crítica literaria ha desestimado la materialidad del texto.
-En realidad podríamos decir que esto fue reforzado por toda la crítica literaria, tanto por la más clásica como por la que provino del estructuralismo. La crítica clásica, para la cual el texto está en el corazón o en la mente del autor, no se ocupó de la forma material, sino de la intención del autor. Pero tampoco lo hizo la crítica originada en el estructuralismo francés que, si bien en cierto modo borró al autor, ubicó el sentido en el funcionamiento lingüístico del discurso, sin dejar lugar para el efecto de la materialidad, de la forma de inscripción.
-Cuando usted publicó Las revoluciones de la cultura escrita (Gedisa, 2000; edición francesa, 1997), la desaparición del libro como objeto parecía inminente. Sin embargo, aún son muchos los lectores que se mantienen fieles al libro de papel.
-En aquel momento había un discurso encerrado en una postura profética que vaticinaba la desaparición inmediata del libro. Algunos presentaban esto con entusiasmo y otros lo rechazaban. Me parece que ya hemos salido de ese antagonismo, en especial, gracias a la idea de que la construcción del sentido de un texto, sea por su autor, sea por su lector, no es independiente de la forma de su inscripción. Se ve que no hay equivalencia entre un texto sobre la pantalla y un texto en la forma de libro impreso. Inclusive aunque el texto pudiera ser considerado lingüísticamente el mismo, la relación con él es por completo diferente. No sólo en cuanto a la postura del cuerpo, sino que también la práctica de lectura es diferente.
-¿Cuáles son esas diferencias?
-Un elemento central, clave, de la lectura es la relación que se puede establecer en cada momento e inmediatamente entre el fragmento, la parte y la obra en su totalidad: coherencia e identidad. Tanto en el caso de la novela como en el del ensayo, se ve que el libro impreso permite esa relación con una facilidad que no se encuentra en el electrónico. En el mundo digital, el fragmento se descontextualiza de la totalidad a la cual pertenecía. Ésta es una propiedad que favorece a los textos que son fragmentos de un banco de datos, porque se supone que nadie va a leer un banco de datos en su totalidad. Pero cuando se trata de un libro que tiene una lógica narrativa, demostrativa o argumentativa, se ve que la expectativa del lector (por lo menos, del lector que entró en el mundo de la cultura escrita con los libros impresos) se mantiene fiel al objeto libro, en el cual, si bien no se está obligado a leer todas las páginas, siempre la relación entre fragmento y totalidad se hace posible.
-En esta situación, ¿tiene sentido mantener la distinción entre un cuerpo y un alma en el libro?
-Actualmente, además del libro como objeto particular, está la computadora, que conlleva todos los textos y que también sirve para lectura y escritura. Ahora, si se torna complejo mantener el libro como cuerpo, ¿qué se mantiene del libro como discurso o del libro como alma? Ésta es toda la discusión a propósito del concepto mismo de libro electrónico. ¿Cómo se puede mantener el criterio de identificación del libro como obra en el mundo digital?
-¿Se puede?
-El problema es que el mundo digital, en su origen, sostuvo la idea de texto móvil, maleable, abierto, gratuitamente distribuido. Toda una serie de conceptos que se oponen término por término a los criterios que definían el libro como discurso en el siglo XVIII, es decir, una obra que no es móvil en cuanto a su texto -aunque puede serlo en sus formas-; que no es maleable; que está impuesta por la forma de inscripción; que pertenece a un autor que tiene derechos a la vez económicos y morales sobre ella; y, finalmente, que circula mediante la actividad editorial y el mercado de la librería.
-¿Esa oposición continúa siendo vigente?
-Hay una tensión entre dos posiciones. Por un lado, la de quienes sostienen que el mundo de los textos podría ser un mundo de discursos sin propietarios, producidos de una manera polifónica y que se separan de la originalidad, remitida al pensamiento o al sentimiento de un individuo singular. Por otro, la de quienes buscan introducir en el mundo digital dispositivos que permitan mantener las categorías de singularidad, originalidad y propiedad. Es decir, que los textos sean cerrados, que el lector no pueda intervenir dentro de ellos; que el acceso no sea necesariamente gratuito sino que, como en el caso de un libro impreso, suponga un pago, y que se reconozca la obra como algo móvil, en la medida en que puede ir de una computadora a otra, pero que no esté abierta, que esté identificada como una composición que tiene una originalidad y una singularidad que remiten al nombre propio de su autor.
-¿Qué piensa de los casos cada vez más frecuentes de textos pensados y escritos para el mundo electrónico (blogs, páginas de Internet) pero que posteriormente son editados como libros en papel?
-Hay una suerte de irónica revancha de la forma clásica del libro. Porque esas prácticas de escritura que tienen su origen y su sentido en el mundo digital -con una forma breve, con una secuencia temporal, con una apertura al diálogo con el lector- hoy en día se encuentran en un formato que es contradictorio con la lógica que ha conducido a esa escritura. Esto se podría interpretar como una prueba de la fuerza que perpetúa al objeto impreso. Pero, al mismo tiempo, se puede interpretar como la fuerza de la propuesta de una nueva manera de escribir, que se inventó porque justamente estaba alejada, distanciada de los criterios clásicos de la escritura para el texto impreso. Esto refuerza la idea de que más que una sustitución radical, lo que vemos hoy son múltiples formas de coexistencia entre escritura digital e inscripción impresa. Las pantallas y los libros impresos pueden cohabitar el mismo mundo: esto es algo que experimentamos todos los días.
-¿Hay factores que pueden desestabilizar la armonía de esa convivencia?
-En primer lugar, no debemos pensar que todos tienen un acceso inmediato a la tecnología. Inclusive los países desarrollados tienen límites culturales, económicos, técnicos en cuanto a dicho acceso. Esto es algo que no se debe olvidar. Pero a esa división se agrega un problema generacional. Es fundamental la diferencia entre los que entraron en las pantallas a partir de la cultura escrita, manuscrita o impresa, y los más jóvenes que, a la inversa, algunas veces entran en el mundo de la cultura escrita a partir de una experiencia que se ha construido y que se experimenta cada día frente a la pantalla.
-Los jóvenes que son muy hábiles para leer y escribir mensajitos de texto pero que tienen dificultades para estudiar textos académicos.
-Exacto. Estamos frente a nuevas generaciones de lectores que han construido sus hábitos frente a una inscripción textual que no tiene mucho que ver con la práctica clásica del libro, del diario, etcétera. En esos casos es probable que surjan dificultades en la lectura por una inapropiada aplicación a los textos impresos de la manera de leer que se ha construido frente a la pantalla y que supone la discontinuidad, la segmentación, la fragmentación. Éste es un desafío fundamental, que debe considerar -y que ya considera- la escuela.
-¿Cuál es el papel de la escuela? ¿Formar a los niños en las nuevas tecnologías o insistir en presentarles una modalidad de lectura tradicional, que se considera en crisis?
-Ambos. Porque por un lado, es absolutamente necesario dar a todos los ciudadanos facilidades para entrar en el mundo digital que se impone a ellos cada día. Es un mundo no sólo de placer, de juegos electrónicos. Es también el mundo del formulario administrativo, el mundo que sirve para construir lo cotidiano. De esta manera, la nueva forma de analfabetismo podría ser la exclusión del mundo digital: gente capaz de leer y escribir, pero incapaz de entrar en este nuevo mundo múltiple, de negocios, de formularios, de juegos, de descubrimientos, de aprendizaje. En esta perspectiva, la escuela debe otorgar un lugar central a la presencia del mundo digital. Pero por otro lado, evidentemente, la escuela debe mantenerse como el lugar en el cual pueda aprenderse la cultura escrita en sus formas más tradicionales. Debe mostrar que hay formas de lectura diferentes de la lectura discontinua y rápida que tiene lugar frente a la pantalla; y que esas formas pueden ser provechosas precisamente porque son diferentes.
-¿Es una tarea que la escuela puede llevar adelante?
-Me parece que es una tarea enorme, difícil, la que se les pide a los maestros y maestras, pero esta relación dialógica permitiría mantener la doble comprensión necesaria para los ciudadanos de los siglos XXI o XXII. Los niños no pueden estar fuera del mundo digital, que está en todas partes. Es semejante a lo que sucede con la televisión. La escuela no puede apagarla. Lo que puede hacer es enseñar a utilizarla: a discriminar, a elegir, a criticar. De la misma manera, el ingreso en este mundo digital debe acompañarse de una relación sostenida con el pasado que es todavía un presente. Es decir, el pasado presente de la existencia de algunos textos u obras con una forma que permite -más que la digital- una comprensión y una construcción del sentido -y, por ende, del individuo- en su relación crítica con la sociedad o con los otros o con la naturaleza.

El libro triste o el trabajo del duelo

El trabajo del duelo: el reverso del morir
  
De Maurice Blanchot
  
María de los Ángeles, una muy buena amiga, me regaló El libro tristede Michel Rosen y Quentin Blake (Ediciones Serres, 2004). Me lo leyó enseguida. En la primera página me encontré de inmediato, ahí estaba yo en la imagen (hecha en acuarela con colores pastel y tinta china, muy sonriente) y en el texto que la acompañaba: Este soy yo cuando estoy triste./Quizá pueda parecer que estoy contento en esta foto./En realidad estoy triste pero finjo que estoy contento./ Lo hago porque creo que no les gusto a los demás/ cuando tengo aspecto triste. Lloré.
  
Mi amiga no sabía si continuar leyendo y yo le pedí que lo hiciera. Lo leyó completó. Decir que el texto trata de la tristeza es una obviedad. El libro es un texto sobre el duelo mal vivido y sobre la imposibilidad de llorar. El texto no es un cuento es una reflexión sobre la tristeza, el personaje da respuesta a preguntas como ¿qué se hace cuando se está triste? ¿quiénes se sienten tristes? ¿cuándo se siente uno triste? escribe un poema donde trata de explicar qué es la tristeza. Recuerda lo que hacía su hijo fallecido.
  
A pesar de la tristeza, en ninguna imagen se encuentra al personaje que cuenta llorando ni se mencionan palabras relacionadas con el llanto o las lágrimas. Explica lo que hace cuando se siente así, pero nunca da, como una opción, el llanto. Está pasmado. Está pasmado cuando grita en la regadera y cuando frente a una vela ve una fotografía que imagino es la del hijo muerto, el hombre tiene un papel y una pluma en la mano. Quiere escribir algo, pero está pasmado. Tiene el duelo atorado porque teme al llanto. Yo estoy allí ahora, también, en el pasmo (Hasta este momento, tendría que reescribir). Al personaje se le había muerto su hijo, a mi se me había muerto mi padre.
  
A partir de los talleres de lectura y escritura que he impartido sé que los libros acompañan a nuestro dolor, a nuestra experiencia y ayudan a enfrentar las experiencias nuevas. Ahora no sé qué tan cierto sea esto. Muchas veces he leído el poema de La muerte del mayor Sabines, de Jaime Sabines; muchas veces en mis talleres, he leído una prosa del poeta Francisco Hernández sobre la muerte de su padre y la de Eliseo Diego, La eternidad por fin comienza un martes, (y con la cual ponía una actividad de escritura automática); leí de un tirón La invención de la soledad de Paul Auster, que comienza con la muerte de su padre y desarrolla este tema, a través de todo el libro con la manera peculiar de contar del norteamericano. Y conozco las Coplas a la muerte de mi padre de Jorge Manrique. Además, algunos otros libros infantiles que tratan el tema. Nada de esto me hizo inmune al dolor de la noticia de la muerte de mi padre (26 de septiembre 2005), aunque estuviera preparado para ello de tiempo atrás (Mi padre tenía 81 años y una angina de pecho). Yo nunca comprendí, hasta ahora, que todos estos textos no tratan sobre la muerte sino sobre el duelo, la pérdida del padre, sí, pero sobre todo, sus consecuencias. Y éstas hay que vivirlas.
  
La muerte es inasible. Llorar es una acción concreta y difícil. Ahora recuerdo otros dos textos de escritores argentinos, el de Cortázar, "Instrucciones para llorar" y el de Oliverio Girondo de Extravagario, "llorarlo todo pero llorarlo bien" (cito de memoria). La muerte de mi papá es tan trágica para los que no morimos que su duelo es peor que su muerte. Y no. El llanto, como el agua, limpia. Tengo tantas cosas que recordar, pensar, platicar de él. Y ahora es tan doloroso hacerlo. Ahora recuerdo un poema de Carla García, una amiga poeta de Veracruz, que dice La muerte/ atrapada por un lápiz /no puede morirse más. La muerte se atrapa con un lápiz, la muerte se escribe y como dice la cita de Germán Dehesa en este mismo boletín: Hay cosas que sólo se alivian contándolas. El libro triste propone a partir de la lectura escribir algo para aliviar el dolor, la tristeza, escribir para poder soltar el llanto. ¿Qué lugar es el recuerdo si uno no puede estar allí? Y eso me duele y me da coraje, mucho coraje, no entiendo bien porqué como el personaje de El libro triste. Ahora que lloro y estoy triste espero que le siga gustando a ustedes, mis amigos que, definitivamente, no son los demás.
  
Los libros no son los amigos de carne y hueso. Esos objetos cuyos contenidos acompañan y compartimos con seres queridos y la familia. Para llorar y reconfortarse no hay nada como el abrazo de un cariño. El libro triste da la posibilidad de recargarnos sobre un amigo, un familiar, un cuaderno, escribir y llorar a gusto.
  
Joaquín Pereztejada 

Publicado en: libroandamio e n R e d. L e c t u r a , e s c r i t u r a y a r t e,  año II,  vol. 5, febrero de 2006.

lunes, 24 de enero de 2011

Actividades de Fomento a la Lectura en la B. P. C. E. "Mauricio Magdaleno" del 24 al 28 de enero de 2011

Sala Infantil Turno Matutino. Las actividades dan inicio a las 13:30 horas.
Coordinan: José Luis Martínez Rodríguez y Silvia Cervantes Mascorro.


Lunes 24 de enero de 2011: Hora del cuento.



Los casibandidos que casi se roban el sol de Triunfo Arciniegas

Martes 25 de enero de 2011: Juego de investigación.

Vida diaria.

Miércoles 26 de enero de 2011: Círculo de lectura.

La vuelta al mundo en ochenta días de Julio Verne

Jueves 27 de enero de 2011: Teatro en atril.

El libro de los cerdos de Anthony Browne.

Viernes 28 de enero de 2011: Expresión libre

Programación de la Sala de Proyecciones de la B.P.C.E. "Mauricio Magdaleno" del 24al 28 de enero de 2011

Las proyecciones serán a las 12:00 y 17:00 horas.


Lunes 24 de enero de 2011.


Katherine Watson (Julia Roberts) viaja desde California al campus de la Universidad de We-llesley en Nueva Inglaterra en otoño de 1953 para enseñar Historia del Arte. En la era de postguerra, Katherine espera que sus estu-diantes, las mejores y las más brillantes del país, aprovechen las oportunidades que se les presentan. Sin embargo, poco después de su llegada, Katherine descubre que el entorno de la prestigiosa institución está estancado en la conformidad. Según su profesora de etiqueta, Nancy Abbey (Marcia Gay Harden), un anillo de com-promiso en el dedo de una joven está considerado un premio mayor que una buena educación. Cuando Katherine anima a sus alumnas a pensar por sí mismas, se enfrenta con las facciones más con-servadoras del profesorado y del alumnado, incluida una de sus es-tudiantes, la superficial Betty Warren (Kirsten Dunst). La recién ca-sada Betty se convierte en una formidable adversaria cuando Ka-therine convence a su mejor amiga, Joan Brandwyn (Julia Stiles), para solicitar su ingreso en la Escuela de Derecho de Yale, incluso aunque esté esperando la propuesta de matrimonio de su novio. Para la elegante y provocativa Giselle Levy (Maggie Gyllenhaal), Katherine se convierte en mentora y modelo de comportamiento. De su ejemplo, la dulce y tímida Connie Baker (Ginnifer Goodwin) también adquiere valor y consigue la suficiente confianza para su-perar sus inseguridades. A través de los intentos de sus estudian-tes para encontrar su propio camino, Katherine también aprende una lección diferente para ella misma.

Martes 25 de enero de 2011

Brendan Fraser vuelve a encarnar al explorador Rick O’Connell, que deberá enfrentarse esta vez al resucitado emperador Han, en un cuento épico que empieza en las tumbas de la antigua China y acaba en las heladas cimas del Himalaya. En esta nueva aventura, Rick tiene por compañeros a su hijo Alex, a su esposa Evelyn y al patoso hermano de ésta, Jonathan. La familia O’Connell deberá detener a una momia, que acaba de despertarse de una maldición echada hace 2.000 años, antes de que esclavice al mundo entero.







Miércoles 26 de enero de 2011.

Una semana después de encontrar el cadaver de Sadako, y de la muerte de Ryuji, May Takano comienza a investigar el porque de tantas muertes inexplicables. Decide ir en busca de Reiko, la cual a desaparecido después de la muerte inexplicable de su padre, en las mismas circunstacias de las otras. Allí conocen a Okazaki que le ayuda en su búsqueda.

Deciden ir al apartamento de Reiko y encuentran una cinta en la bañera. Entonces las visiones de May empiezan a hacer presencia. 

Reiko y Okazaki tendrán que resolver el mito de Sadako, para así, salvar a Yoichi.

Jueves 27 de enero de 2011.

Unos jóvenes turistas estadounidenses, quienes se relajan en una taberna escocesa y admiran una fotografía del Monstruo del Lago Ness, son invitados por un gentil caballero a escuchar la verdadera historia de la legendaria criatura.
Les narra la conmovedora historia de un chico llamado Angus, quien anhela el regreso de su padre de las batallas marítimas de la Segunda Guerra Mundial. Un día, un inusual descubrimiento llama la atención del solitario chico: junto a la costa escocesa, realmente cerca de su casa, encuentra un objeto cubierto de crustáceos que aparenta ser un huevo gigante.
Cuando se lo lleva a casa, se da cuenta de que es precisamente eso, un huevo. Y la criatura que sale de él desafía toda descripción.
A Angus no le importa lo que es. Lo nombra Crusoe, y está determinado a protegerlo y alimentarlo, cueste lo que cueste. Muy pronto, la hambrienta bestia marítima —un caballo de agua, tal y como lo llama un trabajador llamado Lewis— sobrepasa el tamaño de un barril, la bañera y la fuente de la entrada de la casa. La próxima parada: el Lago Ness.

Viernes 28 de enero de 2011.

Tracy Turnblad, una chica grande, con un gran peinado y un corazón aún mayor, tiene solamente una pasión: bailar. Su sueño es aparecer en “El Show de Corny Collins,” el programa de baile televisado más codiciado de Baltimore. Tracy (Nikki Blonsky) parece perfecta para el programa, a no ser por un problema no tan pequeño: no cabe. Su figura generosa siempre la ha apartado de los grupos de moda, cosa que le recuerda continuamente su amante pero excesivamente sobre protectora madre y de generosa figura, Edna (John Travolta). Esto no detiene a Tracy porque si existe alguna una cosa que esta gran chica sabe, es que ella nació para bailar.

Después de cautivar a Corny Collins (James Marsden) con su interpretación en la escuela secundaria, Tracy se gana un puesto en el show y se convierte inmediatamente en una sensación de televisión, para gran dolor de la princesa reinante del show, Amber Von Tussle (Brittany Snow) y de su vitriólica madre, Velma (Michelle Pfeiffer), que lleva la estación WYZT de televisión. Incluso peor para Amber es el hecho de que no sólo es la audiencia la que adora a la nueva sensación: el amor de Amber, Link Larkin (Zac Efron), también parece estar sucumbiendo al encanto de Tracy. El programa se convierte en algo personal al transformarse en una pelea amarga entre las chicas mientras compiten por la codiciada corona de "Srta. Hairspray".

En la escuela, sin embargo, un corto castigo le abre los ojos a Tracy a un tema aún mayor que el último baile de moda o el peinado más moderno: la desigualdad racial.

Dejando que a la precaución se la lleve el viento, organiza una marcha junto a Motormouth Maybelle (Queen Latifah) para luchar por la integración que termina con una orden de detención. Tracy se convierte en prófuga de la justicia y se va al fondo - literalmente - al sótano de su mejor amiga Penny Pingleton(Amanda Bynes).

¿Le ha cambiado la suerte a Tracy? ¿Perderá el baile final donde compite contra Amber por el título de "Srta. Hairspray", o encontrará otra vez una salida cantando y bailando? ¿Podrá ganar el corazón del rompecorazones Link Larkin e integrar la televisión sin estropearse el peinado?