miércoles, 9 de abril de 2014

Leer es un placer

Eduardo Campech Miranda

Durante muchos años se ha enarbolado la consigna de que leer es un placer. Supongo que esa frase salió de alguna mente diestra en mercadotecnia. También supongo que surgió del esfuerzo por despojar de las connotaciones desagradables que se generaron en espacios escolares, y aún en los hogares, donde la lectura y el libro eran concebidos, y aplicados, como herramientas medievales de tortura.

Esa estrategia, la derivada de la frase inicial, propició que, en efecto, se incrementara un poco el número de personas que leen. Pero también trajo como consecuencia la repetición constante de la frase hasta la saciedad. Y las malas interpretaciones, desvirtuando con ello el propio acto lector.

En nuestra sociedad, consumista y occidentalizada en su peor versión, la noción de placer se asocia a situaciones de cierta facilidad: el placer de dormir, de descansar, de soñar, de comer. Desde luego que hay placeres que requieren de más esfuerzo: de viajar, de disfrutar placeres costosos, etc., ¿dónde se inscribe el placer de la lectura?, ¿en imaginar, en estar cómodo, en alejarse del mundo, en disfrutar la trama de una historia, el lenguaje de un poema, en ser identificado como lector?

Sin duda en cada una de las acciones enumeradas encontraremos placer según nuestros propósitos de lectura. No obstante, hay uno que es intrínseco a todos ellos: el placer de comprender lo que me dicen. Realizando una analogía pueril, pensemos en un chiste. Esos que contamos, compartimos y gozamos por primera vez están libres de doble sentido. Conforme crecemos le agregamos albur, malicia, humor negro. Si alguien llega a una edad en que se supone ya es “apto” para escuchar y no entiende la broma, el juego de palabras, el doble sentido, el chiste es despojado de su esencia y sentido.

Con lo anterior no intento decir que una lectura no debe ser explicada. Por el contrario, que el lector debe llegar a buscar apoyos, de cualquier índole, para profundizar en la comprensión y salvar la frontera de lo mero literal. Un ejercicio nada sencillo y muchas veces doloroso, por la manera como fue conducido, alejado del placer fácil, inmediato.

¿Tiene derecho el lector a experimentar ese placer? Sí. ¿Tiene derecho el lector-mediador a conformarse con ese nivel de comprensión y gozo? No. ¿Por qué? Sencillamente porque de el depende la forma como se formen nuevos lectores. Como este caso hay varios, muchos. Por eso es común encontrarse a promotores, mediadores, fundamentalistas de la lectura, etc., que en virtud de sus lecturas y la manera de expresarse demuestran que la lectura per se no produce al hombre culto que las campañas de formación de lectores nos quieren vender.


Quizá porque se conciba a la lectura como un acto solitario, quizá por la ermitaña actitud que asumimos algunos lectores, quizá, llanamente, por instalarse en un zona de confort (apoyándose en los derechos del lector, particularmente en el “Derecho a leer lo que sea”), los lectores aludidos no se acercan a otros lectores, a otros soportes que les clarifiquen ideas, conceptos, escenarios que aparecen en los libros. Quizá, bajo la protección del derecho citado, dejan de ejercer uno más amplio: el derecho a conocer.

Publicado en "La Gualdra", suplemento cultural de La Jornada Zacatecas, 3 de marzo de 2014.

lunes, 7 de abril de 2014

La comprensión: un rompecabezas al que siempre se le agregan piezas.

Eduardo Campech Miranda

Cuando imparto algún taller de comprensión lectora casi siempre abordo el tema de la red de significados, cómo se construye, se entreteje, cómo se afinan los tejidos. Si hay alguien que me ha enseñado a descubrir y a intuir muchas de las situaciones de lectura, es mi hijo. Él, como conejillo de indias permanente, a través de conversaciones y de su paso por la educación básica, propicia en mí la reflexión. La semana pasada me corroboró la mencionada red, y aportó nuevos elementos para el análisis de la comprensión lectora.

Me explico. Leer, de alguna manera, es un diálogo, una conversación con otra persona. Es, por decirlo de algún modo, escucharla sin importar espacio ni tiempo. Alberto Manguel, en el apartado “La última página” de su maravilloso libro Una historia de la lectura, plantea que constantemente leemos. Lee el arquitecto la estructura que levanta, lee el amante el cuerpo de la amada, lee el astrólogo la posición estelar. Así, podemos derivar que cuando escuchamos una canción estamos leyendo.

Emiliano, mi hijo de catorce años, hacía su tarea de matemáticas con unos audífonos puestos. Yo volvía en sí después de una pequeña siesta y lo primero que me dijo fue: “¡Qué bonita canción!”. Pregunté a qué se refería y respondió que a “Cita con los ángeles de Silvio Rodríguez”. Una letra con metáforas e intertextualidades que no resulta del todo sencilla.

En un afán de no estropear su goce estético, evite indagar si había comprendido la letra. Pensaba hacerlo días después. No fue necesario porque al día siguiente él solo abordó el tema:
-Me he dado cuenta que cuando relaciono imágenes con algo, entiendo mejor.
-¿Cómo es eso?
-Sí, mira. Tengo la canción de “Cita con los ángeles en la computadora” y sólo entendía algunas cosas, como que habla de John Lennon e Hiroshima. Pero otras no. Entonces busqué en Youtube el video con imágenes y vi más cosas. Que hablaba de algo en Cuba, y en España. En Cuba alguien iba a caballo, pero no sé quién es. En España mataron a Federico, pero no sé cuál. De la bomba atómica dice que “y el ave negra abre la boca cuando atraviesan Hiroshima.
-¿Sabes qué quiere decir eso?
-Sí, que el avión pasó y tiró las bombas.
-Eso es una metáfora.

Seguimos camino a casa y llegando me mostró el video aludido. Aproveché para tratar de rescatar sus conocimientos previos. Le recordé sus clases de Historia: el Oscurantismo, la Edad Media, la Revolución Industrial, la Revolución Francesa, la Independencia de Estados Unidos. Le referí a conversaciones de mayores donde él estuvo presente: la tertulia donde se habló de José Martí y “La niña de Guatemala”; los talleres a los que me acompañó y se leyó El cartero de Neruda; el andamiaje realizado con “Las nanas de la cebolla” de Miguel Hernández.

Rescaté lo que ha presenciado: la película La lengua de las mariposas, el espectáculo Lamento y quejío. De éste último le dije que de los textos leídos, muchos eran de Federico García Lorca. Le pedí que relacionara canciones que escucha: “Violetas para Violeta” (con Joaquín Sabina); “Santiago de Chile” (con Los Bunkers). Finalmente, le referí un libro que leyó hace poco: El mundo de Sofía.


No expliqué mucho. Todo lo anterior fue a través de preguntas. La conclusión, a mi juicio, fue fantástica: cómo tuvimos que relacionar lo que escuchamos, vemos, conocemos, con lo que leemos. 

Publicado en "La Gualdra", suplemento cultural de La Jornada Zacatecas, 17 de febrero de 2014.

Los terroristas de la lectura

Eduardo Campech Miranda
La lectura es un diálogo entre un interlocutor presente en el acto mismo y uno que trascendió tiempo y espacio. Entre otros motivos, el hecho de no entender un texto implica un que no contamos con los mismos conocimientos que el autor, que desconocemos los términos, que no llegamos al texto con los referentes necesarios, por ello salimos ilesos de algunas lecturas. Esto lo sabe el lector, ese que lee regularmente, el que no se queda con la duda, el que concibe al texto como un reto, y al resolverlo encuentra el placer, el que piensa en su propio proceso.

Por lo anterior, la educación hacia la lectura trasciende la alfabetización. Leer es más que oralizar el código escrito. ¿No me cree? Tome un texto en danés, en noruego o en un idioma que sea muy lejano de nuestra cultura. Léalo bajo la premisa de que las palabras extranjeras que no conocemos su pronunciación, ésta se realice “como está escrita”. ¿Entendió algo?

Leer sin los elementos o bajo las circunstancias planteadas en el primer párrafo es una analogía del ejercicio anterior. Aún se trate de un texto en nuestro idioma materno. Es así como las dos situaciones que plantearé a continuación (ambas reales) son un atentado contra la lectura, la formación de lectores y el placer de leer. Son actos terroristas.

Hay una escuela primaria en Guadalupe, Zacatecas, donde una maestra de cuarto grado solicita lecturas bimestrales. La primera lectura es una hermosa novela de Luis Sepúlveda, Un viejo que leía novelas de amor (véase “La Gualdra” del 26 de septiembre de 2011). El título se encuentra dentro de los acervos del Programa Nacional de Lectura, pero está destinado para estudiantes de secundaria. Si bien la historia de Sepúlveda es una bella manera de mostrarnos cómo funciona la lectura, también es cierto que un niño promedio de nueve años, ignora muchos términos de la redacción, y muchas de las situaciones ahí narradas, incluyendo algunas de un leve toque erótico. La segunda lectura es otra obra juvenil: La ciudad de las bestias de Isabel Allende. 
El otro caso ha sido la lectura de la primera parte de la versión original de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha a chicos de secundaria. Una de las dificultades para leer a los clásicos de la lengua viene dada por la oralidad. Cuando esos jóvenes se despiden para acudir a alguna fiesta, a jugar, a salir con los amigos, con la novia, el novio, a ninguno de ellos les preguntan: “¿a dónde os dirigís?”. Como tampoco encontrarán en el texto a don Quijote proponiendo a Sancho ser gobernador de una isla en los siguientes términos: “Te conviene gûey”.

En ambos casos la indicación fue imperativa: “léanlo” pero sin un contexto o informaciones previas que propicien un acercamiento más significativo al texto. De esta manera, obras tan bellas como la de Sepúlveda, agregan animadversiones gratuitas, por el hecho de no dar al incipiente lector las herramientas para sumergirse en el texto.

Publicado en "La Gualdra", suplemento cultural de La Jornada Zacatecas, 10 de febrero de 2014.

Organizar la biblioteca de aula

Organizar implica una serie de procesos mentales y operativos que van desde la clasificación, la agrupación, el buscar elementos comunes, ya sea en la letra inicial del título, de la portada, del grosor y tamaño de la obra, es decir, de todos aquellos paratextos que acompañan al libro. Organizar algo que no se conoce resulta difícil, es por ello que planteamos primero echar un vistazo al acervo de biblioteca de aula.

Exploración libre

Una actividad fundamental en la organización de la biblioteca de aula será la Exploración Libre. Piense usted en su actuar cuando acude al mercado. La posibilidad de manipular, palpar y seleccionar el producto (fruta, verdura, legumbres, etc.), brinda la seguridad de realizar una buena elección. Siguiendo con la analogía, recuerde su estancia en un puesto de revistas y periódicos: toma la publicación que más llame la atención, la hojea (y ojea), si no hay algo que le interese coge otra, hasta que salta una palabra, una imagen que atrape su atención.
Eso mismo sucede durante la Exploración Libre. Hay una conexión fuera de condicionamientos donde el lector está en posibilidades de elegir, y ante la oportunidad de descubrir ventanas y puentes hacia los libros. Hay que considerar que esta actividad tiene como propósito familiarizar a los chicos con el acervo.
Modalidad “Feria del Libro”
Divida al grupo en cuatro equipos. Dos se dedicarán a ser “libreros”, y dos a ser “lectores”. Si los chicos no conocen, ni tienen noción de lo que es una feria del libro, este ejercicio les brindará la experiencia.
Los lectores buscarán libros en general (¿tiene libros de animales?, ¿algún libro para aprender los colores?, etc.); títulos en específico (¿tiene el libro Rafa el niño invisible?), o por autor.
A través de esta simulación, los alumnos explorarán el acervo, intentarán vender, convencer al lector, el cuál intentará que su necesidad y curiosidad queden satisfechas.
Modalidad “Libre”
Exponga los libros en una mesa. Deje que los chicos, por turnos o al mismo tiempo, acudan a ellos, los manipulen, los exploren, los (h)ojen. La consigna final será que elijan el libro que más les llamó la atención. Al final, en una plenaria, expresaran los motivos de su elección.
Bajo esta modalidad, se incentiva la expresión oral frente al grupo, se comparten los argumentos y permite identificar intereses de los niños. Esto último será importante toda vez que permitirá al docente contar con una “radiografía” de temas afines a su grupo, lo cual redundará en una mejor selección de títulos al momento de hacer actividades de promoción y mediación de la lectura.

Criterios de clasificación y organización de la biblioteca escolar

Por cuestiones de convencionalismos y espacio, las bibliotecas exhiben, primordialmente, el lomo de sus libros. Elemento sin duda importante, pero que aporta poca información al lector. Si pensamos en acercar a los alumnos a la palabra escrita, lo ideal será que ellos sean quienes definan cuál será el criterio que imperará.
De manera somera, podemos decir que hay dos tipos de clasificaciones: las convencionales y las no convencionales. Entenderemos las primeras como aquellas donde saltan a la vista características de los integrantes de un grupo. Por ejemplo: en su salón de clases no es necesario clasificar a los alumnos en hombres y mujeres para determinar a cuál género pertenece tal o cual estudiante.
En cambio, las clasificaciones no convencionales permiten identificar características no visibles en primera instancia. Si a su mismo grupo de alumnos les solicita que se agrupen entre quienes les guste la cebolla y a quienes no, tendremos un ejemplo de ello.
Las bibliotecas públicas, las bibliotecas universitarias tienen su propio sistema de clasificación. Las bibliotecas escolares también. En la página legal encontramos una reproducción de una ficha bibliográfica que integra, entre otros datos, la signatura topográfica (clasificación) del Sistema Decimal Dewey.
Dicho sistema, que es el mismo que utilizan las bibliotecas públicas de la Red Nacional de Bibliotecas del CONACULTA, divide el conocimiento humano en diez grandes áreas. De tal manera, que el criterio de clasificación es temático, la misma naturaleza y lógica de esta clasificación la hace muy operativa para la administración bibliográfica, pero no para la formación de lectores.
Por ello, dar la oportunidad que cada quince días, cada mes como máximo, un grupo de alumnos ordenen los libros como mejor les parezca, será una actividad fundamental en el descubrimiento del libro y la lectura.
Se recomienda que los criterios sean no convencionales. Tal vez en los primeros ejercicios se organice por grosor, color, tamaño, temática (derivada a partir de la portada o título), tamaño de letra, sin embargo, lo recomendable es que los chicos se arriesguen y se animen a inventar otras clasificaciones: libros que quiero leer con mi madre (o padre); libros que me gustaría tener en casa; libros que no me gustan; libros que me parecen feos, etc. Al final del acomodo, el grupo intentará identificar cuál fue el criterio de organización, por último, los participantes explicarán cómo y por qué se decidieron por ese criterio.
Si esta actividad se realiza periódicamente, los niños podrán ponderar la importancia de mantener organizada su biblioteca, de conocer los títulos que la componen y descubrir lo que los libros tienen para ellos.

viernes, 4 de abril de 2014

Un libro, una canción y su encuentro en un colectivo.


Eduardo Campech Miranda

Conocí, como muchos, la canción de “Las Batallas” en un disco compacto de Café Tacvba. Como a otros tantos que no habíamos leído la novela de José Emilio Pacheco, y como pasa con muchas canciones, me la sabía de memoria pero no la entendía.

Durante una capacitación de los talleres de Mis Vacaciones en la Biblioteca, Alma Leyrda Cárdenas nos develó el misterio de la letra de Café Tacvba. Ahí conocí la prosa de Pacheco. Antes había leído algunos de sus poemas.

Al año siguiente supe que la actividad la había aprendido de Claudia Gaete Balboa, entrañable amiga. A Claudia la volví a encontrar en capacitaciones de Salas de Lectura y en un diplomado ofrecido por iBBY México y años después en un diplomado que se ofertó en Zacatecas a docentes de Educación Básica. Y fue hasta esta última ocasión en que compartió cómo había relacionado e ideado el andamiaje de comprensión lectora con ambos textos.

Nos compartió que en un viaje en colectivo en el Distrito Federal, escuchó la canción –que ella misma sabía de memoria- y fue entonces que acababa de leer la novela. Ahí le llegó la iluminación: esa que se presenta cuando descubrimos intertextualidades. Fue así como se elaboró una actividad tan exitosa que, incluso, aparece en los libros de telesecundaria.

Pero más allá de la aportación de Claudia Gaete a la comprensión lectora, el andamiaje ha propiciado el acercamiento con la obra de José Emilio Pacheco. Los jóvenes y los adultos encuentran en ella una historia que propicia las evocaciones y las relaciones culturales. Recuerdo cómo en una ocasión, realizando la misma actividad de Gaete, una maestra se saboreó las tortas de nata, cómo la historia está tan bien construida que brinda la posibilidad de mostrar herramientas de comprensión lectora, cómo en unas cuantas páginas nos traslada a un México que sigue siendo el mismo: el de las promesas de equidad, justicia y modernidad. Pero por otro lado va abriendo paso a la globalización consumista.


Todas esas deudas sociales Pacheco las señaló en su poesía, he ahí el motivo por el que no amaba a su patria, y por el cual, ironizaba con una crítica mordaz la reunión de antiguos compañeros. Por esos sus palabras, con toda autoridad, al entonces candidato Peña Nieto: “Si no lee, no puede tener lenguaje y sin lenguaje no puede pensar en los problemas del país. Los límites del lenguaje son los límites del pensamiento.”

Publicado en "La Gualdra", suplemento cultural de La Jornada Zacatecas, 4 de febrero de 2014.

Imagen: Notimex.

miércoles, 2 de abril de 2014

Ese caleidoscopio que es la lectura


Eduardo Campech Miranda

La lectura, en el ámbito escolar, tiene frente a las matemáticas varias desventajas. La primera es de connotación histórica: aún en las civilizaciones más remotas encontramos sistemas numéricos y elaboración de conceptos tan abstractos como el cero maya. Si bien es cierto que también algunos pueblos tenían rudimentarios sistemas de escritura, no es sino hasta el siglo xx, en la década del cuarenta para mayor precisión, cuando aparecen las primeras teorías de la lectura.
Otra desventaja viene dada por la enseñanza y evaluación. El pensamiento lógico-matemático se apoya en imágenes y en objetos tangibles para su inicial desarrollo. Así, es común encontrar semillas, frutas, dibujos (y aún los dedos de las manos) para calcular las operaciones aritméticas básicas (sumar y restar). La lógica lineal que impera en el razonamiento matemático (dos más dos, siempre han sido, son y serán, cuatro; hoy, hace un siglo, dentro de doscientos años) hace posible y evaluable una operación aritmética o algebraica.
Si confrontamos a la lectura con el escenario anterior encontramos, en un principio, que los soportes iconográficos son de gran utilidad en el dominio del código alfabético (relación imagen-palabra). No obstante, una vez que el incipiente lector logra, medianamente, decodificar se le deja solo y las imágenes mentales, en un principio homogéneas –en función de la imagen utilizada en la asociación con la palabra- se va diversificando, dando como resultado la creación de imágenes mentales, asociaciones, evocaciones, sentimientos, como lectores existan.
Por lo anterior, el saber cómo funciona la lectura ofrecerá los fundamentos cognitivos para el diseño, implementación y evaluación de actividades encaminadas, no sólo a la formación de lectores, sino a profundizar y mejorar la comprensión lectora. Pero también posibilita algo más profundo: la metacognición del proceso lector.
En torno a la lectura se han desarrollado una serie de mitos: “leer nos hace mejores”, Hitler fue un excelente lector; “las generaciones actuales leen menos que las anteriores”, falso, las generaciones de hoy leen lo mismo que nosotros, pero en distintos soportes y con distintos niveles de profundidad. Por otro lado, en la historia de la humanidad, los lectores nunca hemos sido mayoría. Isaac Asimov consigna que durante la peste negra que azotó a Europa en el medievo, un lugar que aseguraba la supervivencia eran los monasterios. Fue tan común hacerse pasar por monje que se determinó utilizar el siguiente mecanismo para desenmascarar a los impostores: se tomaba un libro y se le pedía que leyera.
Desde luego que esa lectura se realizaba en voz alta, que era la práctica social de la época. Cuenta San Agustín, en sus Confesiones, que se santiguó cuando, al ingresar a la biblioteca, observó y testificó que San Ambrosio leía en silencio. Su reacción obedeció a que “nunca había visto a alguien en posición tan demoniaca”.
Ahora bien, otro mito más es el compararnos con otras naciones en cuanto a indicadores de lectura se refiere. Nuestro país tiene una gran tradición literaria y oral, o así lectora. Victor Hugo narra en Los Miserables la siguiente escena: “Jean Valjean se había propuesto enseñarle a leer [a la pequeña Cosette]. A veces, sin dejar de hacer deletrear a la niña, pensaba que era con la idea de hacer el mal que había aprendido a leer en presidio. Esta idea, actualmente, se ha convertido en la de enseñar a leer a la niña”.
En esta novela, publicada en 1862 y con una trama que se desarrolla en la primera en la primera mitad del siglo xix, Valjean aprendió a leer en prisión. ¿Alguien se imagina que eso mismo sucediera en nuestro país en aquella época? No. Nuestro territorio enfrentaba los proyectos de nación. Había situaciones que exigían mayor prioridad. Aunque en la segunda mitad decimonónica hubo diversos connacionales letrados y preocupados por la instrucción. He aquí otro de los hechos para argumentar que las comparaciones son injustas: la tradición lectora.
Leer, para muchos teóricos, es una transacción entre el lector y el libro, un proceso de constante construcción, por ello, de acuerdo a Ken Goodman:

(…) la lectura es un proceso constructivo, lo que lleva a dos condiciones:
*        Dos lectores jamás producirán el mismo significado para el mismo texto.
*        Ningún significado del lector concordará perfectamente con el significado del escritor.

A partir de lo anterior es donde toma relevancia la forma de preguntar. Siguiendo la inercia en la que fuimos formados la mayoría de los adultos (llámense docentes o padres de familia) apelamos a un tipo de preguntas. A aquellas que nos atormentan porque debemos recordar fechas, datos, lugares, personajes, y en las peores, objetos secundarios e intrascendentes para el texto o el argumento.
Esto impacta directamente en los niveles de comprensión lectora. Bajo las acciones descritas sólo se alcanzan los dos primeros (literal y literal profundo). Es así como se puede presentar un escenario paradójico: tener una población lectora pero con poca capacidad de análisis. La mayoría de los exámenes o instrumentos de evaluación estandarizados, los cuales están construidos por otro tipo de razonamientos y no sólo por localización de la información.
Una de las actividades que más abonan a una mejor comprensión lectora es el andamiaje. Llamado por algunos estudiosos “lectura compartida”, privilegia la creación de imágenes mentales. El mediador o moderador sólo debe ir encausando las respuestas de los participantes:

El concepto “andamiaje” (seaffolding) fue inventado por Brunner (1983, 1986) para explicar el proceso de Vigotsky (1978) sugirió había que emplear para ayudar a los alumnos alcanzar su nivel de desarrollo potencial.

(…) el profesor ayuda a los niños realizando lo que ellos no pueden hacer al principio, permiténdoles poco a poco hacerse cargo de partes del proceso de construcción textual a medida que van teniendo capacidad de hacerlo. El profesor controla el centro de atención, demuestra la tarea, la divide en parte, etc.”

Entre las estrategias para formar lectores y escritores sobresale la lectura en voz alta. Diversos estudios han demostrado las virtudes de este tipo de lectura: apuntala la seguridad del lector, enriquece su vocabulario, desarrolla la capacidad de atención y memorización, propicia trabajos mentales de síntesis y análisis, en fin, forma lectores. ¿Para qué formar lectores? Para formar ciudadanas y ciudadanos autónomos, con herramientas sólidas que enfrenten los retos cotidianos de la vida moderna, con capacidad de conformar una cosmovisión más elaborada. Bastantes teóricos coinciden: el mejor método para formar lectores es leer en voz alta.

Pero la lectura en voz alta no sólo tiene relación directa con el aprendizaje o los contenidos del área lingüística o literaria. Leer en voz alta es una manifestación de la oralidad. No de una oralidad mecanicista o programada, por decirlo de algún modo. Sino de una oralidad creadora, argumentativa, auténtica. Una oralidad plural e incluyente, tolerante y respetuosa. A diario hacemos uso de ella, pero no siempre asumimos la postura del receptor, no siempre sabemos escuchar. Una oralidad que se asuma como eficiente debe saber escuchar y hablar.

Publicado en "La Gualdra", suplemento cultural de La Jornada Zacatecas, 20 de enero de 2014.

De sus fundaciones y nuevos hijos, los cuales no son ni Mundito ni Alejandro David, sino los otros. De experiencias personales

“Cada lector busca algo en el poema, y no es insólito que lo encuentre: ya lo lleva dentro.”
Octavio Paz


Al Dr. Veremundo Carrillo Trujillo, maestro al que admiro desde que lo conocí.

Hay figuras que determinaron el horizonte literario del Estado y su cultura, de la escuela que me ha formado, que dieron el cimiento para lograr por medio del logos y la elocuencia lo que muchos, de lo cual estoy segura, se jactan y enorgullecen de ser parte. La facultad de Letras para mi fue como un hogar, con sus altibajos porque venía de un lugar más chico, pero que me deslumbró, me llenó de ideas la cabeza, quizá no careciese de ellas, pero sí, del empuje exacto, necesario y transformador para llevarlas a proyectos, y realidades concretas.
El primer semestre transcurrió sin muchos cambios, como que iba y venía cada fin de semana de mi lugar de origen, llevaba nuevas historias, sucesos y anécdotas a mi familia; sin miedo al futuro, todo lo contrario, con más ambición de conocimiento. El tercer y cuarto semestre fueron -según mi familia- emblemáticos, ya no iba cada fin a casa, ya iba cada mes, porque mi visión había cambiado, se trastocaron los hilos de mi ambición; llevaba el segundo semestre de latín, materia que más que eso se convirtió en un ideal de vida, una ligera y determinante decisión, un proyecto para continuar, con un rumbo fijo, con maestros que me enamoraron de lo que eran las lenguas clásicas; Es ahí donde comienza mi terca y puntual idea de hacer mi tesis de traducción de latín o algo referente al latín, porque era un gusto que quería darme, porque no había obstáculos, ni barreras que pudiesen conmigo. Y en ese terco ideal sigo, hasta que llegue a la culminación de esa hambre de conocimiento, que espero no sea pronto.
Hablemos de lo importante, ¿por qué les cuento esto? Es fácil, delimitemos, no conocía mucho de cultura y talleres, los encontré, me quedé prendada de las mil actividades que se podían realizar en Zacatecas, tan pequeño geográficamente (hablando de la capital) y tan grande en diversidad cultural.
Visité uno, dos, tres, no sé cuántos diplomados de Lenguas clásicas, impartidos por el Dr. Alberto Pérez Pereida en latín, y el Dr. José García en griego, realizados por la AZECME; visité los talleres sobre “Literatura latinoamericana del Siglo XX, primera y segunda parte: novela y poesía respectivamente” impartidos por el Dr. Veremundo, en los cuales conocí a gente impresionante, que van desde el maestro Juan Bernardo Flores Gaeta, hasta la inolvidable Rosita Caloca, y tantos y tantos que podría mencionar y nunca termianría, tanto a aquéllos que pertenecían al área de humanidades como a los que no tenían nada que ver con ésta, únicamente el deseo de adentrase en ese mundo, que solían ser contadores, médicos, abogados, profesores, la mayoría –personas con mucha experiencia sobre sus hombros- hubo quien me dijo, eres joven, y creo que es la primera vez que veo gente como tú en los talleres del Dr. Veremundo, así era, fue mi primer contacto con su mundo, el estar tan cerca de personas como ellos, y ver la admiración y respeto, hasta el punto en que ves el por qué y dices, “más vale tarde que nunca” también es cierto que ya había visitado la unidad; sin embargo para conocer a una persona, no basta con un seminario, el verdadero contacto se da, al menos en mi persona, cuando logras llegar tocar fibras tan sensibles: el llanto que transmite llanto, el aprecio que transmite confianza y sobre todo el sentimiento de humanidad que el Dr. Veremundo lograba dejar en los asistentes al diplomado.
Veremundo Carrillo Trujillo, ser de naturaleza en continuo contraste, dice –Juan Antonio caldera Rodríguez- en el prólogo a su Obra poética 1953-2003- “poeta de tiernas finezas y de entrañables imágenes […] poeta de un mundo que por cercano al nuestro nos pertenece en lo medular y en lo discreto […] Seductor poeta, y poeta de claridades, su obra atrae por su acuidad y su diafanidad.”[1]
El poeta humanista nunca desmaya y sigue su lucha, después de la fundación de la facultad de humanidades, junto con la Dra. Diana Margarita Arauz Mercado, el Dr. Luis Felipe Jiménez Jiménez, el Dr. Alberto Pérez Pereida, y la Dra. María José Sánchez Usón da vida a un nuevo proyecto, la Asociación Zacatecana de Estudios Clásicos y Medievales (AZECME, 2007 quien “pretende ser un punto de encuentro, reunión y reflexión sobre las diferentes facetas de la cultura antigua en general”[2]) presentado un entusiasmado apoyo y renovación a los estudios clásicos, abandonados y arrinconados; sin muchas miras y ambiciones con anterioridad. Esta asociación a permitido incursionar en nuevos talleres, nuevas visiones, adentrando e interesando a la juventud, especialmente a aquellos que pertenecemos a las humanidades.
Veremundo, un ser humanista por naturaleza:
Al leer su obra poética me encontré con un poema que plasma algunas imágenes interesantes, al ya haber conocido un poco de su vida, de su mundo, y sobre todo del cómo fue su construcción personal, desde teólogo hasta humanista (mundano)- entiéndase esto- desde el punto de vista de los dos amores en los cuales incursionó y han estado presentes sobre todo en su obra poética: el amor divino y el terrenal.

Escuchad: soy un hombre.


¿Rubio? ¿Negro? ¿Moreno?
¿De oblicua mirada?
¿De color de la Carne de Verbo?

Soy un hombre: sabed.
Os tendrá que punzar mi secreto:
Hay un hondo alarido de siglos
En mi herido silencio.

Soy un hombre de plaza y de teatro,
De prisa y bostezo.
Soy un hombre de puño cerrado y danzar epiléptico.

Reconcentro, cronómetro en mano,
mi poder, mi fastidio, mi ensueño,
y lo lanzo a girar por el cosmos
y en la luna lo estrello.

Solivianto y aplaudo,
Amenazo y miento…
Y entorpecen mi sabia campaña
El amor y el miedo.

A Dios va mi grito
De ansia o de desprecio.
Y en mi grito va Dios, complaciente:
Estallido y Eco.

Soy un hombre ridículo y sabio,
Poderoso y enfermo.
Por mis venas discurre mi siglo
Frívolo, trágico, espléndido.

Soy un taumaturgo,
soy un paralítico y ciego.
Me tiro a la charca,
Repto, corro, vuelo.
¿Qué os importa el color
de mi epidermis o mi pensamiento?
Mi conflicto es de amor:
¡Soy un hombre! ¡Sabedlo!

Os exijo amor
Para mi espíritu y para mi cuerpo…
Porque habéis de saber que mi carne que mi carne es hermana
De la Carne del Verbo.[3]









Cada palabra dibujada, matizada y sobre todo reflejada en su poesía, cada verso, cada estrofa, cada poema es una parte de la esencia de Veremundo como poeta y como hombre.
Sería redundante decir, y expresar todos y cada uno de los logros y acciones que han llevado al maestro, amigo y señor Veremundo a ser lo que es, creo que eso ya todos lo sabemos, y por ello estamos aquí, por lo que sólo me resta decir, ¡Gracias Maestro!










                                                                                  Sara Margarita Esparza Ramírez



[1] Carrillo, Trujillos, Veremundo, Obra poética 1953-2003, IZC, FECAZ; CEDH; H.A.Z, UAZ, Zacatecas, 2003. p. 9
[2] http://www.azecme.org/
[3] Carrillo, Op. Cit. P. 96