Las últimas semanas he integrado
a mi vida laboral (y hasta cierto punto, cotidiana) los viajes, las salas de
espera de centrales camioneras y, desde luego, autobuses. Son en estos dos
últimos espacios donde observando el entorno, el tiempo de espera –o viaje-,
corroboro la poca incidencia que puede tener entre la población las campañas
pro lectura del Consejo Coordinador Empresarial (cce). En varias de las centrales de autobuses,
primordialmente en la sala de espera de un grupo de transportes, existe una
pantalla de plasma transmitiendo algún canal de la televisión abierta.
Dependiendo la hora es la programación, desde luego.
A la par de los aparatos de televisión,
la conectividad Wi-Fi es otro de los medios de distracción que existen. El
primero logra llamar constantemente la atención de los pasajeros, ya que el
volumen es muy alto, casi estridente. El segundo es utilizado por un tercio de
generaciones. Las personas mayores siguen conversando cara a cara, de frente. Los
más jóvenes pocas veces levantan la vista hacia el televisor, a menos que se
presenten unas carcajadas al unísono. Quienes tienen un ojo al gato, y otro, al
garabato, son personas entre los dieciocho y cincuenta años de edad.
El tiempo de espera es, al menos,
de treinta minutos. Aclaro que no dejo de considerar a aquellos que llegan
barriéndose en home. Sin embargo,
también es cierto que existe un porcentaje menor que pasa el tiempo que he mencionado.
Hasta aquí es casi nula la lectura de revistas, diarios y mucho menos libros.
Seguramente estoy ante una escala de lo que acontece en nuestra sociedad: gran
penetración de la televisión, del internet y mínima de libros. Éstos últimos
acompañados de acciones que brinden accesibilidad. Ignoro si en algún lugar del
país se encuentre un Paralibros instalado en una central camionera.
Una vez a bordo del autobús, la
situación no cambia mucho. La televisión abierta cede su lugar a películas
dobladas. No lo sé de cierto, pero supongo, que son películas originales las
que proyectan, de manera dictatorial y vertical, a los pasajeros. Cintas
comerciales, de gran aceptación entre la población en general. El volumen,
nuevamente, es muy alto. Aún con audífonos se percibe en todo su esplendor. Y
cuando cae la tarde, aquel osado lector que logró ser inmune a todos los
distractores, y continúo su lectura –olvidándose del mundo-, se enfrenta a las
tinieblas. Las lámparas individuales no funcionan. Si asiste con el conductor y
le solicita su activación, recibe como respuesta que a los demás pasajeros les
molesta.
Mencioné al principio al cce porque me pregunto ¿cuánto gastaron
en la publicidad donde cantantes, artistas y futbolistas invitan a leer?, ¿no
hubiera sido mejor invertir ese dinero en la compra de libros que estén a
disposición de la población que acude a las centrales camioneras y que viaja?
El control del acervo se puede solucionar con detectores, como en las tiendas
departamentales. Ojalá y alguien explote el potencial de las centrales
camioneras, y los autobuses, para impulsar campañas de lectura.
Publicado en "La Gualdra", suplemento cultural de La Jornada Zacatecas, noviembre 24 de 2014.
Publicado en "La Gualdra", suplemento cultural de La Jornada Zacatecas, noviembre 24 de 2014.
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