Hace algunos años Germán Dehesa
declaró que era necesario pensar en los poetas como candidatos a cargos de
elección popular. Que sería más deseable escuchar un poema de Sabines a esos
discursos vacíos de nuestros funcionarios, quienes entre otras virtudes, tienen
la facultad de decir nada con muchas palabras. Desde luego la propuesta de
Dehesa trajo cuestionamientos y descalificaciones. Sin embargo, en un momento
como el que atraviesa el país me aborda la duda de hasta dónde hay mucho de
razón en esa expresión. Y no sólo por los discursos, sino por las acciones que
puedan derivar de la creatividad.
Los artistas y los científicos
desarrollan la capacidad de ver el mundo de manera distinta, la apertura a nuevas
perspectivas y el enfrentarse a resolver problemas desde distintas ópticas, es
una característica que demandan los hilos conductores de esta nación. En lo
inmediato, y sin menoscabo de las otras manifestaciones artísticas o
disciplinas científicas, me quedo con las palabras de Dehesa. La poesía
(insisto, y no sólo ella) permite una imaginación expansiva, la posibilidad de
desarrollar un pensamiento complejo, el cual vincula objetos, ideas,
situaciones, en apariencia sin ningún vínculo o asociación.
Ejemplificaré con un ejercicio
realizado con un grupo de adolescentes hace unas semanas. Ellos estaban
abordando el tema de las figuras retóricas en sus clases de Español. Al
conversar con ellos, manifestaban poca practicidad de ese aprendizaje, de tal
manera que se me ocurrió abordarlo de la siguiente manera: se les solicitó que
doblaran por la mitad una hoja blanca. Después, procedí a leer una definición
de diccionario de la luna, la cual
transcribo: “Satélite natural de la Tierra, que gira alrededor de ésta en
órbita elíptica a una distancia media de 384 000 km, con una velocidad media de
1,02 km/seg y con un periodo de rotación que coincide con el de revolución de
27 días, 7 horas, 43 minutos y 11,5 segundos.”
Acto seguido los jóvenes
dibujaron lo que se habían imaginado. Todas las expresiones gráficas coincidían
en la representación de la Tierra, la Luna y el Sol. Algunas de ella incluían
los datos numéricos del texto. Se les pidió que mostrarán a los demás sus
trabajos. Al preguntarles qué veían, fue inmediata la respuesta: “pues los
dibujos son muy parecidos”. Como siguiente paso se les pidió que cerraran los
ojos y se concentraran en lo que iba a escuchar. Comencé a leer el poema “La
Luna” de Jaime Sabines. Nuevamente se les pidió que trazaran las imágenes
mentales que fueron creando.
¿Qué sucedió después? Pues los
chicos expresaron que el segundo ejercicio les había gustado más, que era más
diverso (claro, con otras palabras como “diferentes”) y que tanto en la
elaboración como en el producto habían experimentado mayor placer. Les dije que
eso es la poesía: la posibilidad de crear distintas imágenes, las propias, las
que no se repiten con el otro, las que me brindan identidad, las que se forman
con las figuras retóricas (además de los efectos sonoros de éstas), las que me
permiten mirar el mundo de manera distinta. Ese día fue el comienzo de un
taller de creación de esta herramienta estilística.
Publicado en "La Gualdra", suplemento cultural de La Jornada Zacatecas, octubre 27 de 2014.
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