Uno de los problemas más
recurrentes en la comprensión lectora viene dado por el desconocimiento de las
palabras que nos podemos encontrar. Tengo la impresión de que si nos quedamos
con esa idea, así de llana, no podremos profundizar (ni ayudar a hacerlo) en la
comprensión de un texto. Los adultos, quienes mediamos entre el libro y los
niños, entre el libro y los jóvenes, principalmente, invitamos a la consulta
del diccionario. Labor nada agradable para la gran mayoría de los jóvenes
lectores. Lo hacemos así porque así fuimos enseñados: el libro, el texto, es
quien da toda la información, el lector sólo decodifica.
Dicha concepción de la lectura
que tuvo su esplendor hace unas décadas no apoya el ejercicio de la
comprensión. Habrá que enseñar al incipiente lector que el texto se inscribe en
un contexto. Es decir, no son palabras, oraciones o ideas sueltas, sin ninguna
relación. Al contrario, se presenta una articulación constante y permanente al
interior de las frases que lo componen. Intente hacer una lectura del presente
escrito, palabra por palabra, desvinculándola del resto, ¿puede captar el
mensaje que intento transmitir? Muy probablemente no. Usted va construyendo
escenarios desde el mismo título. Vamos a ejemplificar con dos textos, los
cuales utilizo en talleres del tema. El primero es de Luisa Valenzuela,
“Confesión esdrújula”:
Penélope nictálope, de noche tejo
redes para atrapar un cíclope.
La pregunta escolar “de cajón”
es: ¿de qué trata el texto?. Las respuestas más expresadas son: “De Penélope
que teje redes para atrapar a un cíclope”, “De una mujer que teje mientras
espera”, “De una mujer que atrapa cíclopes”. Como se observa, las opiniones
repiten las mismas palabras, casi de manera literal, que el texto original. Algo
idéntico a lo que describía en la colaboración “Y en medio de nosotros, la
paráfrasis como comprensión”. La dificultad, principal, del texto –según los
propios lectores- está dada por la palabra “nictálope”. La cual asumen como
apellido (pese a no iniciar con mayúscula) y como un adjetivo desconocido. La
conclusión a la que llegan es que no se comprendió el texto por no conocer el
significado de la palabra.
Un segundo ejercicio, inmediato,
viene dado por el fragmento de un cuento de Pascuala Corona, “Sangalote”:
Había una
vez un barrendero que se llamaba Sangalote, de esos que barren las calles con
unas escobas muy largas; pero Sangalote tenía un defecto muy feo: creía siempre
tener la razón y por lo tanto era muy terco.
Un día
barriendo, barriendo, se encontró un tlaco y se puso a pensar en alta voz,
diciendo:
- ¿Qué compraré? Si compro pan,
se me desmorona; si compro queso, me lo comen las ratas; si compro azúcar, se
me acaba; compraré garbanzos. Y compró garbanzos.
Nuevamente la pregunta inicial, ¿de qué trata? Aquí las
respuestas son más homogéneas: “De un señor que barre las calles y compra
garbanzos.” Después, la siguiente: ¿qué es un tlaco? Otra vez la uniformidad en las respuestas aparece: “Una
moneda”, “Dinero”. Obsérvese cómo el contexto nos permite abrevar de nuestros
conocimientos previos para asignar significado y sentido a las palabras
desconocidas.
Publicado en "La Gualdra", suplemento cultural de La Jornada Zacatecas, noviembre 3 de 2014.
Publicado en "La Gualdra", suplemento cultural de La Jornada Zacatecas, noviembre 3 de 2014.
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