miércoles, 2 de abril de 2014

Ese caleidoscopio que es la lectura


Eduardo Campech Miranda

La lectura, en el ámbito escolar, tiene frente a las matemáticas varias desventajas. La primera es de connotación histórica: aún en las civilizaciones más remotas encontramos sistemas numéricos y elaboración de conceptos tan abstractos como el cero maya. Si bien es cierto que también algunos pueblos tenían rudimentarios sistemas de escritura, no es sino hasta el siglo xx, en la década del cuarenta para mayor precisión, cuando aparecen las primeras teorías de la lectura.
Otra desventaja viene dada por la enseñanza y evaluación. El pensamiento lógico-matemático se apoya en imágenes y en objetos tangibles para su inicial desarrollo. Así, es común encontrar semillas, frutas, dibujos (y aún los dedos de las manos) para calcular las operaciones aritméticas básicas (sumar y restar). La lógica lineal que impera en el razonamiento matemático (dos más dos, siempre han sido, son y serán, cuatro; hoy, hace un siglo, dentro de doscientos años) hace posible y evaluable una operación aritmética o algebraica.
Si confrontamos a la lectura con el escenario anterior encontramos, en un principio, que los soportes iconográficos son de gran utilidad en el dominio del código alfabético (relación imagen-palabra). No obstante, una vez que el incipiente lector logra, medianamente, decodificar se le deja solo y las imágenes mentales, en un principio homogéneas –en función de la imagen utilizada en la asociación con la palabra- se va diversificando, dando como resultado la creación de imágenes mentales, asociaciones, evocaciones, sentimientos, como lectores existan.
Por lo anterior, el saber cómo funciona la lectura ofrecerá los fundamentos cognitivos para el diseño, implementación y evaluación de actividades encaminadas, no sólo a la formación de lectores, sino a profundizar y mejorar la comprensión lectora. Pero también posibilita algo más profundo: la metacognición del proceso lector.
En torno a la lectura se han desarrollado una serie de mitos: “leer nos hace mejores”, Hitler fue un excelente lector; “las generaciones actuales leen menos que las anteriores”, falso, las generaciones de hoy leen lo mismo que nosotros, pero en distintos soportes y con distintos niveles de profundidad. Por otro lado, en la historia de la humanidad, los lectores nunca hemos sido mayoría. Isaac Asimov consigna que durante la peste negra que azotó a Europa en el medievo, un lugar que aseguraba la supervivencia eran los monasterios. Fue tan común hacerse pasar por monje que se determinó utilizar el siguiente mecanismo para desenmascarar a los impostores: se tomaba un libro y se le pedía que leyera.
Desde luego que esa lectura se realizaba en voz alta, que era la práctica social de la época. Cuenta San Agustín, en sus Confesiones, que se santiguó cuando, al ingresar a la biblioteca, observó y testificó que San Ambrosio leía en silencio. Su reacción obedeció a que “nunca había visto a alguien en posición tan demoniaca”.
Ahora bien, otro mito más es el compararnos con otras naciones en cuanto a indicadores de lectura se refiere. Nuestro país tiene una gran tradición literaria y oral, o así lectora. Victor Hugo narra en Los Miserables la siguiente escena: “Jean Valjean se había propuesto enseñarle a leer [a la pequeña Cosette]. A veces, sin dejar de hacer deletrear a la niña, pensaba que era con la idea de hacer el mal que había aprendido a leer en presidio. Esta idea, actualmente, se ha convertido en la de enseñar a leer a la niña”.
En esta novela, publicada en 1862 y con una trama que se desarrolla en la primera en la primera mitad del siglo xix, Valjean aprendió a leer en prisión. ¿Alguien se imagina que eso mismo sucediera en nuestro país en aquella época? No. Nuestro territorio enfrentaba los proyectos de nación. Había situaciones que exigían mayor prioridad. Aunque en la segunda mitad decimonónica hubo diversos connacionales letrados y preocupados por la instrucción. He aquí otro de los hechos para argumentar que las comparaciones son injustas: la tradición lectora.
Leer, para muchos teóricos, es una transacción entre el lector y el libro, un proceso de constante construcción, por ello, de acuerdo a Ken Goodman:

(…) la lectura es un proceso constructivo, lo que lleva a dos condiciones:
*        Dos lectores jamás producirán el mismo significado para el mismo texto.
*        Ningún significado del lector concordará perfectamente con el significado del escritor.

A partir de lo anterior es donde toma relevancia la forma de preguntar. Siguiendo la inercia en la que fuimos formados la mayoría de los adultos (llámense docentes o padres de familia) apelamos a un tipo de preguntas. A aquellas que nos atormentan porque debemos recordar fechas, datos, lugares, personajes, y en las peores, objetos secundarios e intrascendentes para el texto o el argumento.
Esto impacta directamente en los niveles de comprensión lectora. Bajo las acciones descritas sólo se alcanzan los dos primeros (literal y literal profundo). Es así como se puede presentar un escenario paradójico: tener una población lectora pero con poca capacidad de análisis. La mayoría de los exámenes o instrumentos de evaluación estandarizados, los cuales están construidos por otro tipo de razonamientos y no sólo por localización de la información.
Una de las actividades que más abonan a una mejor comprensión lectora es el andamiaje. Llamado por algunos estudiosos “lectura compartida”, privilegia la creación de imágenes mentales. El mediador o moderador sólo debe ir encausando las respuestas de los participantes:

El concepto “andamiaje” (seaffolding) fue inventado por Brunner (1983, 1986) para explicar el proceso de Vigotsky (1978) sugirió había que emplear para ayudar a los alumnos alcanzar su nivel de desarrollo potencial.

(…) el profesor ayuda a los niños realizando lo que ellos no pueden hacer al principio, permiténdoles poco a poco hacerse cargo de partes del proceso de construcción textual a medida que van teniendo capacidad de hacerlo. El profesor controla el centro de atención, demuestra la tarea, la divide en parte, etc.”

Entre las estrategias para formar lectores y escritores sobresale la lectura en voz alta. Diversos estudios han demostrado las virtudes de este tipo de lectura: apuntala la seguridad del lector, enriquece su vocabulario, desarrolla la capacidad de atención y memorización, propicia trabajos mentales de síntesis y análisis, en fin, forma lectores. ¿Para qué formar lectores? Para formar ciudadanas y ciudadanos autónomos, con herramientas sólidas que enfrenten los retos cotidianos de la vida moderna, con capacidad de conformar una cosmovisión más elaborada. Bastantes teóricos coinciden: el mejor método para formar lectores es leer en voz alta.

Pero la lectura en voz alta no sólo tiene relación directa con el aprendizaje o los contenidos del área lingüística o literaria. Leer en voz alta es una manifestación de la oralidad. No de una oralidad mecanicista o programada, por decirlo de algún modo. Sino de una oralidad creadora, argumentativa, auténtica. Una oralidad plural e incluyente, tolerante y respetuosa. A diario hacemos uso de ella, pero no siempre asumimos la postura del receptor, no siempre sabemos escuchar. Una oralidad que se asuma como eficiente debe saber escuchar y hablar.

Publicado en "La Gualdra", suplemento cultural de La Jornada Zacatecas, 20 de enero de 2014.

No hay comentarios:

Publicar un comentario