lunes, 7 de abril de 2014

Los terroristas de la lectura

Eduardo Campech Miranda
La lectura es un diálogo entre un interlocutor presente en el acto mismo y uno que trascendió tiempo y espacio. Entre otros motivos, el hecho de no entender un texto implica un que no contamos con los mismos conocimientos que el autor, que desconocemos los términos, que no llegamos al texto con los referentes necesarios, por ello salimos ilesos de algunas lecturas. Esto lo sabe el lector, ese que lee regularmente, el que no se queda con la duda, el que concibe al texto como un reto, y al resolverlo encuentra el placer, el que piensa en su propio proceso.

Por lo anterior, la educación hacia la lectura trasciende la alfabetización. Leer es más que oralizar el código escrito. ¿No me cree? Tome un texto en danés, en noruego o en un idioma que sea muy lejano de nuestra cultura. Léalo bajo la premisa de que las palabras extranjeras que no conocemos su pronunciación, ésta se realice “como está escrita”. ¿Entendió algo?

Leer sin los elementos o bajo las circunstancias planteadas en el primer párrafo es una analogía del ejercicio anterior. Aún se trate de un texto en nuestro idioma materno. Es así como las dos situaciones que plantearé a continuación (ambas reales) son un atentado contra la lectura, la formación de lectores y el placer de leer. Son actos terroristas.

Hay una escuela primaria en Guadalupe, Zacatecas, donde una maestra de cuarto grado solicita lecturas bimestrales. La primera lectura es una hermosa novela de Luis Sepúlveda, Un viejo que leía novelas de amor (véase “La Gualdra” del 26 de septiembre de 2011). El título se encuentra dentro de los acervos del Programa Nacional de Lectura, pero está destinado para estudiantes de secundaria. Si bien la historia de Sepúlveda es una bella manera de mostrarnos cómo funciona la lectura, también es cierto que un niño promedio de nueve años, ignora muchos términos de la redacción, y muchas de las situaciones ahí narradas, incluyendo algunas de un leve toque erótico. La segunda lectura es otra obra juvenil: La ciudad de las bestias de Isabel Allende. 
El otro caso ha sido la lectura de la primera parte de la versión original de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha a chicos de secundaria. Una de las dificultades para leer a los clásicos de la lengua viene dada por la oralidad. Cuando esos jóvenes se despiden para acudir a alguna fiesta, a jugar, a salir con los amigos, con la novia, el novio, a ninguno de ellos les preguntan: “¿a dónde os dirigís?”. Como tampoco encontrarán en el texto a don Quijote proponiendo a Sancho ser gobernador de una isla en los siguientes términos: “Te conviene gûey”.

En ambos casos la indicación fue imperativa: “léanlo” pero sin un contexto o informaciones previas que propicien un acercamiento más significativo al texto. De esta manera, obras tan bellas como la de Sepúlveda, agregan animadversiones gratuitas, por el hecho de no dar al incipiente lector las herramientas para sumergirse en el texto.

Publicado en "La Gualdra", suplemento cultural de La Jornada Zacatecas, 10 de febrero de 2014.

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