martes, 14 de mayo de 2013

Del acto de escribir II

Eduardo Campech Miranda

Entonces yo quería ser poeta. Había visto algún compañero escribir versos en el cecyt 7 del ipn. Me parecía que era sencillo. Finalmente, sus versos tenían elementos de alguna canción que le escuché a Enrique Guzmán. Esperé un par de años a que llegara la inspiración. Supongo que vendría en ferrocarril (aún había tren de pasajeros hacia Zacatecas) porque veinticuatro meses fueron mucho tiempo.

Un buen día apareció divagando por mis entrañas una musa. Traía consigo un montón de verbos, práctica un tanto tramposa para rimar. La métrica era una señora a la que no tenía el gusto, ni el interés, de conocer. Después de armarme de valor (sin despojarlo de cierto orgullo), acudí con la musa y le mostré el texto. Quedó encantada. Claro, nunca antes nadie le había escrito nada. Una vez aprobada las dos primeras fronteras, seguí escribiendo. Cada texto (según mi escaso juicio, poemas) era una obra maestra merecedora del Nobel. Quien los llegaba a leer los alababa: “¡Qué bonito!”.

Mi sueño se había realizado: ¡ya era un poeta! (ajá). Así que ni tardo ni perezoso acudí a espaldas de catedral. Alguien me dijo que ahí podrían publicarme mis textos. En ese lugar se ubicaban las oficinas de un periódico local. No recuerdo por qué motivo no me fueron recibidos mis textos, y me canalizaron a un taller de literatura.

Dijo un poeta: “y la vida pasó como pasan las cosas que no tienen mucho sentido”, y seguí escribiendo. Un amigo al que le compartí mis “obras”, me hizo la observación que mis versos rimaban sólo con verbos. Y entonces, descubrí a Sabines. El señor decía lo que yo sentía, de una manera clara, concisa. Sabía con certeza que no moría de amor, que moría de ella, de ausencia de amor de ella, de ausencia mía en su piel de ella.

Hasta entonces solamente había leído algún “Nocturno a Rosario” de Manuel Acuña, “Poema 20” de Pablo Neruda, “Para entonces” de Gutiérrez Nájera, “El seminarista de los ojos negros”, no sé de quién y “Nocturno” de José Asunción Silva. Así que el encuentro con el chiapaneco fue impactante. Leía a Sabines con Sabina de fondo. Me sabinicé.

Mi estilo de escribir, por lo tanto, se sabinizó. Pero seguía apelando a la inspiración. Soñaba con publicar en algún medio local. Que mis palabras trascendieran los espacios de convivencia de los amigos. Así que un buen día me encontré con un anuncio que promocionaba un encuentro de escritores. Creí que se trataba de un evento con escritores con reconocimiento nacional. Pero no, se trataba de la presentación de una antología bajo el sello de Escritores y Artistas Unidos e Independientes de Zacatecas: Con el tiempo y la espera.

Participaban en ella amigos y conocidos, además de gente que recién coincidíamos. A través de este colectivo tuve la oportunidad de compartir mis “poemas”. Primero en un café cerca de la plazuela Genaro Codina, donde acudió un reportero y me entrevistó. Iniciaba mi deseada aventura.

Publicado en "La Gualdra", suplemento cultural de La Jornada Zacatecas, 22 de abril de 2013.

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