I
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En casa recuerdo una sala muy oscura, de un lado un espacio donde estaban los aparatos electrónicos, en el otro el librero, lleno de polvo, lleno de figuras de cerámica y, claro, libros, que papá o mamá tomaban para leernos de vez en cuando. Yo, esperaba el momento para escuchar.
II
Era tanta mi inquietud de saber qué más decían los libros que cada domingo papá acomodaba en los estantes de un viejo y casi destruido librero, que tomé uno al azar, le pedía a papá que lo leyera cada que llegaba del trabajo. Después comencé a leerlos yo sola, era fabuloso imaginar cómo Robinson Crusoe vivía en la isla, o cómo El Principito viajaba de planeta en planeta descubriendo a cada ser.
Cada página era una isla o un planeta, era un espacio donde descubriría algo nuevo.
Pasó el tiempo, pasó una etapa tras otra, pasó una generación y otra, el interés creció.
III
Actualmente disfruto de la lectura de igual manera que hace varios años, busco un espacio donde esté muy cómoda, donde haya un silencio o una musicalidad que ayude a mi nueva expedición, busco enfrentarme a esa nueva realidad. A veces me gusta contagiar de esa buena sensación que da la lectura, a quienes se dejan.
Abrir un libro o ver que abren un libro es casi ritual, es entregarse totalmente a las letras, dejarse envolver por las líneas que conducen a una maravillosa historia, a un nuevo descubrimiento.
Acariciar un libro con las pupilas es rozar a una libertad alterna.
Marge Zam Rosso
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