domingo, 6 de marzo de 2011

Una historia leída en voz baja

I
Vivíamos lejos, lejos, muy lejos... yo siendo la pequeña andaba siempre con mamá, ella para mantenerme entretenida, en el camino hacia la escuela, leía en voz bajita novelas de amor, lo hacia así para que los demás pasajeros no se molestaran y a mí me gustaba, porque imaginaba que la protagonista nos platicaba sus mejores secretos sólo a nosotras. Pero pasó el tiempo, 'Jazmín' ya no era muy de mi agrado -A quién le interesa el sufrimiento voluntario de una chica por un hombre mayor-; cuando mamá se dio cuenta de ello, trató de buscar otro tipo de lectura, antes habló con papá para buscar una nueva forma de mantenerme quieta, era traviesa, era demonia... decía mi abuela. Papá propuso algo más conforme a mi edad, algún cuento, algún cómic, mamá no accedió, -quiero su atención, quiero su tranquilidad, que imagine...- buscó algunas novelas ya no amorosas, y por fin Las aventuras de Huckleberry Finn, Los viajes de Gulliver, Mujercitas y algunas más me mantenían en un suspenso indescriptible. Mamá en los asientos de la central de autobuses, yo entre sus piernas y un libro entre nuestras manos, era lo que completaba la espera perfecta, la llegada de papá y Dulce, mi hermana mayor.
En casa recuerdo una sala muy oscura, de un lado un espacio donde estaban los aparatos electrónicos, en el otro el librero, lleno de polvo, lleno de figuras de cerámica y, claro, libros, que papá o mamá tomaban para leernos de vez en cuando. Yo, esperaba el momento para escuchar.

II
Era tanta mi inquietud de saber qué más decían los libros que cada domingo papá acomodaba en los estantes de un viejo y casi destruido librero, que tomé uno al azar, le pedía a papá que lo leyera cada que llegaba del trabajo. Después comencé a leerlos yo sola, era fabuloso imaginar cómo Robinson Crusoe vivía en la isla, o cómo El Principito viajaba de planeta en planeta descubriendo a cada ser.
Cada página era una isla o un planeta, era un espacio donde descubriría algo nuevo.
Pasó el tiempo, pasó una etapa tras otra, pasó una generación y otra, el interés creció.

III
Actualmente disfruto de la lectura de igual manera que hace varios años, busco un espacio donde esté muy cómoda, donde haya un silencio o una musicalidad que ayude a mi nueva expedición, busco enfrentarme a esa nueva realidad. A veces me gusta contagiar de esa buena sensación que da la lectura, a quienes se dejan.   
Abrir un libro o ver que abren un libro es casi ritual, es entregarse totalmente a las letras, dejarse envolver por las líneas que conducen a una maravillosa historia, a un nuevo descubrimiento.

Acariciar un libro con las pupilas es rozar a una libertad alterna.


Marge Zam Rosso 

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