Bibliotecas con grandes fondos conventuales novohispanos divulgan en internet un registro colectivo para identificar libros que fueron marcados por diversas órdenes religiosas
Yanet Aguilar Sosa | El Universal
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Entre los riquísimos fondos bibliográficos antiguos que resguardan las bibliotecas mexicanas, hay un acervo único en el mundo: el de las marcas de fuego. En torno a esas colecciones que tienen la característica de haber sido “marcados” con una señal carbonizada colocada en los cantos (bordes) de los libros, se teje una atractiva historia con algunos temas sin resolver.
Se saben varias cosas: que fue en la Colonia cuando los libros, principalmente de los conventos, fueron marcados con fuego, que aunque hay algunos ejemplares en España y uno que otro en países que estuvieron bajo la influencia española como Perú, las grandes colecciones están en México y que provienen de las órdenes franciscana, agustina, carmelita, mercedarios, betlemitas y jesuitas, entre muchas más.
Sin embargo, hay muchas interrogantes. No se sabe a ciencia cierta en qué año comenzó y cuándo dejó de realizarse esa práctica, con qué tipo de instrumento se hacía la marca, pues no ha quedado ningún vestigio como prueba, tampoco se sabe bien a bien cuál era la finalidad de “marcarlos”, aunque la principal hipótesis era determinar “propiedad” y desconocen, porque no hay pruebas, si Nueva España fue donde primero se hizo o si fue una práctica que se importó desde España.
Por todas esas preguntas sin respuesta y para tratar de hacer un registro completo de los miles de libros con marcas de fuego que hay en las bibliotecas públicas mexicanas, en su mayoría adscritas a universidades, se ha creado en línea el Catálogo Colectivo de Marcas de Fuego, impulsado por la Biblioteca José María Lafragua de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla y la Biblioteca Franciscana de la Universidad de Las Américas, también en Puebla.
Esa herramienta tecnológica que coordinan los bibliotecarios de las dos instituciones, permitirá saber cuántas marcas de fuego existen y cuáles son las características de cada una de ellas, cuántos libros fueron marcados, cuántos se conservan y en qué biblioteca están, cómo se realizó la dispersión de las bibliotecas conventuales, y sobre todo ubicar dónde están esos libros que alguna vez estuvieron juntos en el librero de un convento.
Los resultados no se han hecho esperar. A una semana de que se puso en marcha el proyecto, que es de acceso libre y consulta gratuita, ya cuentan con el registro de cerca de 200 marcas de fuego agrupadas, hasta el momento, en nueve colecciones: Agustinas, Betlemitas, Carmelitas, Clero Secular, Franciscanas, Mercedarios, Monjas, No identificadas y Particulares.
Y es que aunque los libros con marcas de fuego provienen principalmente de los fondos conventuales de las órdenes religiosas que se establecieron en México durante la Colonia, hay una importante cantidad de libros “marcados” por instituciones del clero secular y de particulares, algunos de reconocidos bibliófilos como Melchor Ocampo y Manuel Omaña y Sotomayor.
Hermanos de sangre
Antes de este catálogo que se puede consultar en la página www.marcasdefuego.buap.mx, se habían publicado volúmenes que tenían el mismo objetivo: ser una herramienta básica para catalogar y conocer la procedencia de los fondos bibliográficos antiguos; entre ellos destacan Marcas de fuego, Catálogo publicado por la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia en 1989, Marcas de fuego de las librerías conventuales en la Biblioteca Elías Amador de Zacatecas de Manuel Villagran (1992) y Ex libris y marcas de fuego de Ernesto de la Torre Villar, publicado en 1994.
Con base en esos libros y en investigaciones recientes realizadas por las propias bibliotecas, se sabe que los libros que tienen esa señal carbonizada hecha con un instrumento candente, fueron publicados entre el siglo XVI y las primeras décadas del siglo XIX, que muchos eran propiedad de los conventos pero con las Leyes de Reforma los acervos se dispersaron o fueron entregados a bibliotecas públicas.
Manuel de Santiago, director de la Biblioteca José María Lafragua, impulsora del proyecto al que se unió la Biblioteca Franciscana, asegura que este catálogo colectivo permitirá saber dónde están “los hermanos” de un libro marcado con fuego de determinada orden, pues lo cierto es que esos libros estuvieron muchos años juntos en una librería y fueron separados en el siglo XIX.
“A la fecha, la marca a fuego, se valora como un testimonio histórico distintivo que permite identificar a las instituciones y particulares que se valieron de ellas como evidencia de haber sido los poseedores de ciertas colecciones bibliográficas. Aunque no se descarta que las marcas se aplicaran como una forma de selección”, dice el director de la biblioteca que hace años ya había puesto en línea un primer catálogo que contenía 130 marcas de fuego de los miles de libros que están en su poder.
Francisco Mejía, director de la Biblioteca Franciscana, dice que esa institución ha recogido colecciones franciscanas de diversos conventos, pero eso no implica que sólo haya marcas franciscanas pues es bien sabida la circulación que tuvieron los libros en el periodo novohispano. “Hay un buen número de marcas dominicas, carmelitas, del Seminario Conciliar, marcas de fuego particulares e incluso dentro de las franciscanas, hay por lo menos detectado un fraile que hizo su propia marca para su colección”.
Hugo Núñez, director de la Biblioteca de Colecciones Especiales Elías Amador de Zacatecas, por su parte afirma que el catálogo “nos va a permitir conocer la movilidad del libro a nivel regional y nacional. Además permitirá que estos libros se preserven, se conozcan y puedan ser más útiles para los investigadores del periodo novohispano”.
Vicente Espino, presidente de la Asociación Mexicana de Bibliotecas e Instituciones con Fondos Antiguos. A.C., asegura que con este catálogo colectivo nacional “vamos a saber qué conventos religiosos tienes tú en tus marcas de fuego y cuáles tengo yo, porque alguna vez ese colectivo estuvo junto, alguna vez todos los libros de los Carmelitas estuvieron en un solo librero cuando estaban en el convento. Hoy están dispersos y va a ser muy difícil que las bibliotecas renuncien a tenerlos, pero al menos se podrán tener juntos de nuevo digitalmente. Es un proyecto a largo plazo que está caminando”.
Va a paso tan seguro que a la Biblioteca José María Lafragua, donde comenzó el proyecto y donde la maestra Mercedes Salomón ha desarrollado la metodología de catalogación, y a la Biblioteca Franciscana, cuya universidad creó el software xmlibris que ha servido para poner en línea el catálogo, se han comenzado a sumar otras bibliotecas.
La Biblioteca Palafoxiana, igual que la Biblioteca del Colegio de Tlaxcala, la Biblioteca Eusebio Francisco Kino de la Compañía de Jesús en la Ciudad de México, la Biblioteca del Seminario Guadalupano Josefino de San Luis Potosí, la Biblioteca Elías Amador de Zacatecas y la Biblioteca del Centro Regional INAH-Puebla, entre otras, han enviado su carta para incorporarse al proyecto; ya recibieron la metodología y están a unos días de reunirse en Puebla para tener toda la información y recibir la capacitación.
Ampliando el registro
Una de las más ricas bibliotecas especializada en fondos antiguos es la Biblioteca de Colecciones Especiales Elías Amador de Zacatecas, que resguarda las colecciones de los conventos de las órdenes religiosas que se establecieron en el estado. Luis Hugo Núñez, director del recinto dice que ellos tienen más de 14 mil libros con alrededor de 40 marcas de fuego distintas. “Nuestro acervo es muy rico”, señala.
Cada biblioteca en su acervo tiene marcas identificadas que seguro se repetirán en el Catálogo Colectivo. Al ir sumando bibliotecas, se podrán ir encontrando nuevas marcas o se irán agrupando a las ya existentes.
Por ello es fundamental la capacitación sobre la metodología que ha desarrollado la Biblioteca Lafragua, ya que todos los registros de libros y de marcas de fuego deben contar con información específica, según el procedimiento.
Manuel de Santiago y Francisco Mejía dicen que entre los datos que debe contener cada registro que toda biblioteca realizará en línea desde su lugar de origen tras recibir una clave de acceso que les darán al darse de alta, es una ficha catalográfica del libro donde está la marca de fuego.
A la ficha se incluye la descripción de la marca, su medida, su forma, el sitio del canto del libro donde la tiene la marca, si procede de tal convento, cuál es su tipografía. Además hay mucho cuidado en incluir tres fotografía digitales: de la portada, de la marca de fuego y de la anotación manuscrita donde se da cuenta de la propiedad.
Y es que hay muchas variedades de marcas de fuego. Las hay que son monogramas o figurativas, ovales o cuadradas, muy primitivas o de acabados finos, con un emblema, una imagen o las siglas del convento; algunas combinan varios elementos.
Francisco Mejía dice que cada marca es medida a detalle para poder determinar cuándo es una marca original y cuándo se trata de una variación de la marca del mismo convento. “Hay variaciones importantes en el tamaño, ni siquiera el mismo convento lo tiene estandarizado; pueden hacer incluso monogramas, siglas que contengan el nombre del convento, pero también pueden ser emblemas, imágenes o una combinación de ambas, hay otras que son completamente ovales o cuadradas. La tipología es variada y todo se debe detallar”.
Gran parte de los libros con marcas de fuego están escritos en latín y en español antiguo, pero hay otros tantos en francés, italiano y hasta en alemán.
Con fuego se acredita la propiedad
Estas marcas se hicieron a partir de un instrumento metálico que no se conoce ni se sabe cómo ni de qué material era aunque todos coinciden en creer que era de hierro.
Miguel de Santiago asegura que la razón para marcar los libros era para señalar la propiedad y pertenencia, aunque existe también la hipótesis de que se marcaban aquellos libros que querían separarse del resto y hacer una lectura selectiva. “Pensamos que mayoritariamente está costumbre se hizo en la Nueva España, aunque no lo sabemos bien a bien, porque hay afirmaciones de que fue una práctica iniciada en España; sin embargo los investigadores no ofrecen pruebas”.
Aunque el catálogo es un gran paso en la conservación de fondos conventual, y en la preservación de fondos antiguos, hay un gran pendiente: una legislación que preserve los libros antiguos, pues no hay una ley que los proteja como objetos culturales.
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