viernes, 31 de mayo de 2013

El niño con el piyama de rayas

Todo empezó cuando Bruno, hijo de un comandante nazi, se fue de Berlín a vivir al lado de un campo de concentración. Entonces, como va pasando el tiempo en su nueva casa, Bruno se va aburriendo, olvida cosas de Berlín.

Unos días antes de irse de Berlín, fue a cenar a su casa El Furias, también conocido como Hitler. Porque el padre de Bruno era compañero de éste. Bruno en su nueva casa no tenía amigos, entonces un día fue al alambrado de los nazis y ahí conoció a Smuel, un niño judío. Pasaba el tiempo y Bruno y Smuel se hicieron amigos. Cuando ya había pasado un año, Bruno se atrevió a pasar al otro lado de la alambrada para ayudar a encontrar al padre de Smuel. Bruno y Smuel estuvieron buscando por noventa minutos y no lo encontraron. Cuando Bruno se iba a su casa, empezó una marcha donde quedaron en un cuarto oscuro junto con más judíos asustados.

Y desde ese día no se supo nada de Bruno y Smuel.

La parte verdadera es sobre todo cuando dicen cómo trataban a los judíos, que hacían marchas, los mataban y no les daban de comer.

La parte falsa es, bueno para mi opinión, la vida de Bruno, el personaje y su familia y todo lo que le pasaba.

Me gustó porque te lleva al mundo de antes, de cómo trataban a los judíos y sus vidas.

Eduardo Emiliano Campech Correa (13 años)

BOYNE, John: El niño con el piyama de rayas, España, Salamandra, 2007, 224 p.

jueves, 16 de mayo de 2013

Diez propuestas para iniciarse en la lectura.



Eduardo Campech Miranda
Hace un par de semanas, un supervisor de secundaria me solicitó que le enviara por correo electrónico un listado de diez libros que, a mi juicio, fueran fundamentales para iniciar en el gusto por la lectura. Me parece que en este ámbito no hay un canon infalible. No obstante, complaceré al profesor referido a partir de lo que me ha funcionado. Advirtiendo, desde luego, que es sólo una propuesta de títulos, la cual puede modificarse o ampliarse.

1.     El cartero de Neruda (Ardiente paciencia) de Antonio Skármeta.

 Este título lo considero mi “caballito de batalla”. La trama es sencilla: un joven cartero se enamora de una bella joven, Beatriz González. Como no tiene la menor idea qué hacer para conquistarla, solicita ayuda a su único cliente: Pablo Neruda. Sin embargo, la poesía del Nobel tendrá que hacer frente a los refranes de la madre de Beatriz: Rosa viuda de González. Una lectura más profunda nos permite identificar versos de Neruda y el contexto socioeconómico previo al golpe militar de 1973 en Chile. La obra se oferta con los dos títulos: El cartero de Neruda o Ardiente paciencia, además de existir la versión cinematográfica: Il Postino.

2.     El lector de Bernhard Schilnk.


A este título llegué por azar. Buscando otro título en una librería me llamó la atención El lector. Leía la cuarta de forros y al ver el sello editorial, me convencí de adquirirlo. Una vez iniciada la lectura, me congratulé de tal decisión. El lector es una historia de amor entre un chico de quince años, Michael, y una mujer que le dobla la edad, Hanna. Ella le solicita que le lea en voz alta. De esta manera ella conoce personajes creados por Dickens, Goethe, y otros. Sin embargo, no sólo son clandestinos los encuentros de los amantes, Hanna también tiene un secreto que considera inconfesable. En la segunda parte de la obra se develará éste, Michael se encontrará en una encrucijada. El desenlace es inesperado. También hay la versión cinematográfica: The reader.

3.     Canasta de cuentos mexicanos de B. Traven.


Tal vez por su sencillez, tal vez porque es el primer libro que leí completo (más no voluntariamente), este volumen ha resultado exitoso entre quienes me piden una recomendación para iniciarse en la lectura. La mayoría de los cuentos que nos presenta Traven se desarrollan en ámbitos rurales mexicanos, primordialmente del sureste. En la década del cincuenta, del siglo xx, se llevaron a la pantalla grande algunas de las historias incluidas en esta obra. Algunas de ellas, por ejemplo, “La Tigresa” es una anécdota que encontramos en diversas obras, latitudes y momentos. Traven despoja de la ingenuidad al indígena y con ella arropa al gringo.

4.     Las batallas en el desierto de José Emilio Pacheco.


Claudia Gaete nos develó el misterio de la canción “Las batallas” de Café Tacvba: el libro de José Emilio Pacheco. También llevada al cine, bajo la dirección de Alberto Isaac y con el nombre de Mariana Mariana, la historia se desarrolla en el México de Miguel Alemán, concretamente, en la colonia Roma, del Distrito Federal. Carlos, un niño de ocho años, se enamora de la madre de Jim: Mariana. La confesión de este amor desata un escándalo en la escuela y las familias involucradas. Pacheco nos describe una época donde el México rural intentaba quedar atrás.

5.     Querido Diego te abraza Quiela de Elena Poniatowska.


La mayoría de la gente sólo asocia a Frida Kahlo como la única esposa de Diego Rivera. Pocos saben de la relación que sostuvo el pintor guanajuatense con la rusa Angelina Beloff, Quiela. Poniatowska recupera, organiza y nos presenta la correspondencia que Beloff enviaba, desde París, a un Rivera ausente, sin compromiso, con total desapego. Las cartas develan el amor de la rusa al mexicano, pero también, la concepción del amor que se tenía hace algunos años y en con la cual crecieron muchas generaciones.

6.     Un viejo que leía novelas de amor de Luis Sepúlveda.


Dicen que lo que bien se aprende, nunca se olvida. José Antonio Bolívar olvidó que sabía leer, pero no olvidó leer. En medio de la selva amazónica, un día descubre que sabe leer. Entonces, le solicita a un dentista le consiga libros. Éste cumple la encomienda en brazos de una mujer pública. Sepúlveda narra el proceso lector del viejo, pero a la par desarrolla otra historia: una de conciencia ecológica y amor por la naturaleza.

7.     Relatos vertiginosos, antología hecha por Lauro Zavala.


Una de las explicaciones más recurrentes, por no llamarlas excusas, del por qué la gente no lee, es por falta de tiempo. Lauro Zavala antologa una serie de textos breves, cuya extensión de cada uno no pasa de las 400 palabras. En el libro encontramos diversidad de géneros: minicuentos o cuentos ultracortos, micro-relatos o relatos ultracortos y minificciones híbridas. Quien no tenga tiempo de leer una de estas narraciones, exhibe que de lo que carece es de falta de interés, o de educación para la lectura.

8.     16 cuentos latinoamericanos.


Las antologías son un buen gancho para atrapar lectores. En esta edición de varias firmas latinoamericanas encontraremos 16 historias para compartir y para entrañar. En estas páginas encontraremos las voces de: Julio Cortázar, Gabriel García Márquez, Murilo Rubião, René del Risco, Sergio Ramírez, Óscar Cerruto, Francisco Massiani, Iván Egüez, Augusto Monterroso, Antonio Skármeta, Mario Benedetti, Rodrigo Soto, Magali García, José Emilio Pacheco, Senel Paz y Alfredo Bryce Echenique.

9.     ¿Quién como Dios? de Eladia González.


Esta obra, cuyo argumento se desarrolla en San Miguel de Allende, Guanajuato en el siglo xix, tiene es un intertexto de Cyrano de Bergerac. Soledad Ugarte, una mujer que llega al matrimonio con nula información de lo que sucede en las alcobas, va descubriendo poco a poco los vericuetos de su nueva vida. Un texto histórico con humor y romance.

10.Otro recuento de poemas de Jaime Sabines.


La poesía es un género literario menos leído que la narrativa, y más que el teatro. Jaime Sabines tiene, citando a Silvio Rodríguez, “la palabra precisa”. Esta obra, que reúne toda su poesía, nos permite acercarnos a una lírica coloquial, de fácil contacto. Los versos de Sabines, son de una manufactura que el lector piensa: “eso mismo quería decir yo.” Sabines va cantando al amor, al desamor, a la soledad, a su padre, a su madre, a Julito y a Dios.



Publicado en "La Gualdra", suplemento cultural de La Jornada Zacatecas, mayo 6 de 2013.

Del acto de escribir III



Eduardo Campech Miranda
Aquella presentación en el café fue la primera de muchas: en Acción Cultural del issste, en la Biblioteca Pública “Mauricio Magdaleno”, en el Festival Cultural de 1994. Todas bajo el abrigo de Escritores y Artistas Unidos e Independientes. Mi siguiente objetivo era la de publicar en un libro y en un medio de circulación nacional. Hasta ahora, e insisto con ello, mis textos no pasaban por ningún proceso de revisión, mucho menos el del buen juicio que da el tiempo.

Ese mismo año llegó la oportunidad del libro. Además de la ocasión de colaborar en la antología Por las anchas venas de la noche, otra vez, bajo el auspicio de Escritores y Artistas etcétera, etcétera y etcétera. La publicación nacional fue en la revista Tierra Adentro, con más precisión en el número dedicado a los 450 años de la fundación de la ciudad de Zacatecas. Mi vida seguía siendo la misma. Entonces pensaba que o el poeta estaba sobrevalorado y se gestaban muchos estereotipos en torno suyo o que yo era un poeta mediocre. Años después tuve más certeza que lo correcto era la segunda opción.

Estudiaba Economía y a la par de Marx, Althusser, los monetaristas, leía a Sabines, Neruda, Benedetti, los estridentistas. Pero sólo a ellos. Escritores y Artistas preparaba una tercera antología. Una de las características de estas obras, es que cada autor invitaba a quien le elaborara el prólogo. Creyéndome de grandes ligas, sin haber jugado al menos en reservas, acudí con Alain Derbez quien vivía en Zacatecas.

Derbez escribió un texto sencillo pero contundente. Me hizo pensar en la responsabilidad y objetivo de publicar. Llevaba por título una frase fundamental en las publicaciones: “Del acto de escribir para que otros te lean”. El día que me dio el prólogo, en las instalaciones de la Librería Andréa, me invitó a leer más, más poesía, más literatura y si fuera posible en otro idioma. A que mis textos pasaran por un ejercicio de revisión, a acudir a talleres de creación literaria.

Coincidentemente leía por aquel tiempo Cómo acercarse a la poesía de Ethel Krauze. En una de las tantas anécdotas que cuenta en torno a su formación como poetisa, menciona cómo en su juventud le apostaba todo a la inspiración y cómo Alfonso Reyes, creo que fue Reyes, le dijo “Hasta los perros le ladran a la luna”.

Por situaciones que no recuerdo, el libro nunca se publicó –para mi fortuna- porque eso me permitió revisar con un poco más de rigor. Algunos de eso textos, a la postre, fueron publicados por la Universidad Autónoma de Aguascalientes, en su revista Tierra Baldía. Después dejé de publicar poesía. Salvo esporádicas ocasiones comparto lo inspirado. Pero debe pasar por un proceso fuerte de transpiración.

Esa fue la historia que referí a aquel chico, poeta en ciernes y que sólo había leído a Nervo. Lo invité a seguir escribiendo, que lo hiciera, pero que estuviera consiente de la responsabilidad que implica publicar. De lo exigente de la poesía, y de la necesidad de leer para escribir.

Publicado en "La Gualdra", suplemento cultural de La Jornada Zacatecas, 29 de abril de 2013.

martes, 14 de mayo de 2013

Del acto de escribir II

Eduardo Campech Miranda

Entonces yo quería ser poeta. Había visto algún compañero escribir versos en el cecyt 7 del ipn. Me parecía que era sencillo. Finalmente, sus versos tenían elementos de alguna canción que le escuché a Enrique Guzmán. Esperé un par de años a que llegara la inspiración. Supongo que vendría en ferrocarril (aún había tren de pasajeros hacia Zacatecas) porque veinticuatro meses fueron mucho tiempo.

Un buen día apareció divagando por mis entrañas una musa. Traía consigo un montón de verbos, práctica un tanto tramposa para rimar. La métrica era una señora a la que no tenía el gusto, ni el interés, de conocer. Después de armarme de valor (sin despojarlo de cierto orgullo), acudí con la musa y le mostré el texto. Quedó encantada. Claro, nunca antes nadie le había escrito nada. Una vez aprobada las dos primeras fronteras, seguí escribiendo. Cada texto (según mi escaso juicio, poemas) era una obra maestra merecedora del Nobel. Quien los llegaba a leer los alababa: “¡Qué bonito!”.

Mi sueño se había realizado: ¡ya era un poeta! (ajá). Así que ni tardo ni perezoso acudí a espaldas de catedral. Alguien me dijo que ahí podrían publicarme mis textos. En ese lugar se ubicaban las oficinas de un periódico local. No recuerdo por qué motivo no me fueron recibidos mis textos, y me canalizaron a un taller de literatura.

Dijo un poeta: “y la vida pasó como pasan las cosas que no tienen mucho sentido”, y seguí escribiendo. Un amigo al que le compartí mis “obras”, me hizo la observación que mis versos rimaban sólo con verbos. Y entonces, descubrí a Sabines. El señor decía lo que yo sentía, de una manera clara, concisa. Sabía con certeza que no moría de amor, que moría de ella, de ausencia de amor de ella, de ausencia mía en su piel de ella.

Hasta entonces solamente había leído algún “Nocturno a Rosario” de Manuel Acuña, “Poema 20” de Pablo Neruda, “Para entonces” de Gutiérrez Nájera, “El seminarista de los ojos negros”, no sé de quién y “Nocturno” de José Asunción Silva. Así que el encuentro con el chiapaneco fue impactante. Leía a Sabines con Sabina de fondo. Me sabinicé.

Mi estilo de escribir, por lo tanto, se sabinizó. Pero seguía apelando a la inspiración. Soñaba con publicar en algún medio local. Que mis palabras trascendieran los espacios de convivencia de los amigos. Así que un buen día me encontré con un anuncio que promocionaba un encuentro de escritores. Creí que se trataba de un evento con escritores con reconocimiento nacional. Pero no, se trataba de la presentación de una antología bajo el sello de Escritores y Artistas Unidos e Independientes de Zacatecas: Con el tiempo y la espera.

Participaban en ella amigos y conocidos, además de gente que recién coincidíamos. A través de este colectivo tuve la oportunidad de compartir mis “poemas”. Primero en un café cerca de la plazuela Genaro Codina, donde acudió un reportero y me entrevistó. Iniciaba mi deseada aventura.

Publicado en "La Gualdra", suplemento cultural de La Jornada Zacatecas, 22 de abril de 2013.

Del acto de escribir I

Eduardo Campech Miranda

Aquella mañana cuando regresé de Tlaltenango y acudí a mi oficina la sorpresa fue grande. Un joven bastante alto y corpulento estaba sentado en mi silla, frente a mi escritorio. No esperaba que él, ni nadie estuvieran ahí, puesto que mi oficina permanece, regularmente, cerrada con llave.

Cuando le pregunté quién era, qué hacía en mi oficina, respondió con mucha seguridad: “Vengo a que discutamos cómo podemos formar lectores.” Volví a preguntar: “¿Para qué quieres formar lectores?”, volvió a responder: “Para hacer mejores personas”. Interrumpí: “Hitler fue un excelente lector.” Rectificó: “Para tener mejores políticos” (aún no aparecía la triste anécdota de los tres libros que marcaron la vida de alguien cuyo nombre no quiero acordarme). “Salinas de Gortari es muy buen lector”. Nerudianamente se quedó callado y ausente.

Era un chico que iba comisionado a la biblioteca. Y como había manifestado constantemente que escribía poesía, lo mandaron conmigo. Le invité a que leyera dos libros: Como una novela de Daniel Pennac y Cómo acercarse a la biblioteca de Ana María Magaloni. Toda la jornada laboral estuvo leyendo. Al día siguiente, volvió a abordarme para responder la pregunta inicial. Quería formar lectores para que la gente aprendiera. “¿Leíste todo el libro de Pennac?”, le dije. “Sí”, respondió. Pues tu lectura fue bastante deficiente, le contesté. Después continuó leyendo los manuales de operación de la biblioteca.

Siempre me hablaba de su poesía. De las musas que lo abordaban y no lo dejaban en paz. De cómo su amor platónico era el let motiv de su escritura. Mi instinto de policía ministerial me llevó a indagar: “¿Acostumbras revisar tus textos?” -Me los revisa mi maestra de Introducción al Estudio de Derecho. “¿Y quién más?”, -Pues los han leído mi mamá y mi hermana. Un día después los llevó para que hiciéramos lo propio.

Así sucedió y cuando me encontré frente a los textos, no pude dejar de verme en ese joven inquieto y entusiasta, pero perezoso. Tomé el primer poema, y no alcancé a llegar más allá de la primera estrofa. Eran seis versos. Le solicité suprimiera los adjetivos. Después los sinónimos. Quedaron dos versos. Y a partir de esto tenía que construir el nuevo texto. Se resistió. Entonces, le hice ver cómo su texto estaba lleno de lugares comunes: “El mirar de tus ojos…”, “El besar de tus labios…”, “El acariciar de tus manos…”

Al tratar de indagar acerca de sus influencias, me dijo que sólo había leído a Gutiérrez Nájera, y tres poemas nada más. Plateé la siguiente cuestión: “¿Cómo le dirías a una mujer que le deseas hacer sexo oral sin usar una sola palabra altisonante?”. –Quiero besar tus labios, dijo. Referí que la anatomía femenina tenía partes que repiten el nombre (y el placer); que lo maravilloso de la poesía es decir cosas que todo mundo pueda decir pero con palabras distintas. Hizo su esfuerzo, muy encomiable por cierto, pero el resultado se parecía más a un albur que a una metáfora. Así fue como le leí el poema “Besos” de Tomás Segovia. Y le conté mi historia con la escritura en general, y con la poesía en particular. Pero esas son palabras de la siguiente colaboración. Hasta la próxima.

Publicado en "La Gualdra", suplemento cultural de La Jornada Zacatecas, 15 de abril de 2013.

jueves, 9 de mayo de 2013

La vaca

Trata de que un maestro le quiere enseñar a su alumno que no tiene que ser mediocre y conformista, entonces lo lleva a una casa muy humilde y pide asilo a una persona que vivía adentro. Entonces cuando ya se iban todos estaban dormidos y anteriormente el dueño de la casa le había dicho al maestro que la vaca era la posesión más importante que tenían.

En la mañana el maestro degolló a la vaca y se van.

La casa era humilde, alrededor había basura y medía un metro cuadrado.

Al año volvieron el alumno y el maestro y vieron que la casa ya no era la misma que antes. Estaba mejorada y la familia ya tenía más dinero. El dueño de la casa le dijo cómo pasó eso y después de ese capítulo empieza a decir tipos de vacas, conocerlas, hacer una persona no conformista, etc.

Eduardo Emiliano Campech Correa (13 años)

CRUZ, Camilo: La vaca: Una historia sobre cómo deshacernos del conformismo y las excusas que nos impiden triunfar, México, Taller del Éxito, 2012, 190 p.

miércoles, 8 de mayo de 2013

Cuando la lectura es un placer superficial



Eduardo Campech Miranda

La lectura es un reto intelectual. El lector consolidado asume que así es y está dispuesto a sumergirse en las aguas del libro, a veces claras, a veces turbias y otras más, pantanosas. Esta idea debe estar presente en todo acto de lectura. El mediador, en función de su rol de lector, también debe saber esto y no quedarse estancando en una zona de confort.

Está claro, y es válido, que se tengan textos constituyentes de un canon personal. Sin embargo, el lector autónomo, debe saber preguntarle al escrito, preguntarle al autor, preguntarse a sí mismo, y por consiguiente, exigirse más en cada lectura. Para ello puede utilizar diversas estrategias, entendiendo como tales los procesos mentales que realiza, las acciones de consulta a fuentes diversas (que van desde el preguntar a alguien cercano hasta el googlear, pasando por las referencias impresas) y no sólo una o varias actividades vistosas, propias de la animación a la lectura.

La formación de lectores es un trabajo que va más allá del mero acercamiento de la palabra escrita al individuo. Se debe, en el mismo proceso, de educar para gozar, sufrir, desentrañar la lectura. Es el mismo mediador quien debe hacer consciencia de su propio desarrollo lector: de sus alcances y límites, de identificar plenamente por qué prefiere un tipo de textos a otros, de cómo funciona la lectura en sí. En otras palabras, lo que los teóricos llaman metacognición.

Volvamos al ejemplo del cuento “En la madrugada” de Rulfo. El lector incipiente sabrá que la historia narra un asesinato. Es más, ante la pregunta “¿quién mató a don Justo?”, invariablemente la respuesta sería, el viejo Esteban. Ello nos devela que no se puso la suficiente atención a detalles concretos que da el autor, y a la incapacidad de usar las inferencias.

Hagamos una descripción de los personajes. Don Justo, el hacendado, es un hombre maduro. Esteban, un anciano peón desdentado; Margarita, la joven sobrina de Justo y dos mujeres sin nombre: la madre de Margarita, postrada en cama por inmovilidad y la esposa de Esteban. Justo muere por unos golpes en la cabeza mientras golpea a Esteban. ¿Tendría este último las fuerzas necesarias para matar a un hombre más joven? La esposa del viejo también queda descartada, toda vez que –por lógica es una mujer mayor, como él-. La madre de Margarita no se puede mover. La única que queda es Margarita.

La descripción de la muerte de Justo, leía con detenimiento, permite ubicar un tercero en el enfrentamiento entre el hacendado y su peón. Esa misma lectura nos brinda claves para determinar que la agresión de Justo a Esteban no es porque éste pateaba a la vaca, eso es un pretexto. Este cuento rulfiano nos enfrenta a los retos de los que he hablado al inicio.

El mediador debe, primero, identificarlos, para resolverlos y llevar a sus lectores hasta esas alturas o a niveles superiores de comprensión lectora, y no en el mero nivel literal. El mediador que no entienda esto, hace del placer de la lectura, un placer superficial.

Publicado en "La Gualdra", suplemento cultural de La Jornada Zacatecas, 25 de marzo de 2013.

martes, 7 de mayo de 2013

La comprensión lectora y las inferencias



Eduardo Campech Miranda

En mi faceta de capacitador, una de las demandas más constantes por parte del sector magisterial es el de “estrategias para la comprensión lectora”. Son esas ocasiones las que aprovecho para hacerles reflexionar que la comprensión lectora es un proceso de constante construcción, y tal vez, inacabado. El año en que recibió el Premio Nobel de Literatura, y cuando era asediado por la prensa, en alguna entrevista, Mario Vargas Llosa declaraba que no sabía leer.

Más de un apologista de la lectura, esos que hablan maravillas del libro, el lector y el encuentro de ambos, pero que (por la manera de expresarse) exhiben que leen poco o nada, se alarmaron y vieron un nicho mercadotécnico para desarrollar sus hipótesis. Recuerdo en particular uno, el cual quería llevar a rango constitucional la lectura obligatoria. Cuando le referí que muchos funcionarios de la cúpula política no sabían leer, con una entonación sapiente y lapidaria, refirió al Nobel peruano.

Invitar a la población a leer y que, como prueba de la realización de la lectura y –erróneamente- como mecanismo de comprensión- se les solicite que nos narren la historia (con la famosa pregunta: “¿de qué trata la historia?”), está bien, siempre y cuando sea sólo una práctica inicial. Es decir, se requiere enseñarle al incipiente lector que el texto expone más ideas que no están explícitas, pero que se encuentran en él. En concreto, habrá que ilustrar en torno a la realización de inferencias.

Éstas hacen posible la relación entre el texto, la historia de vida y los conocimientos previos. Durante muchos años se creyó que la única actividad del lector en la lectura la mera decodificación. Paradójicamente el sujeto era objeto del objeto. Hoy las teorías nos develan que no es así. El lector otorga sentido al texto. Sentido que se construye día a día. Regularmente ejemplifico con el siguiente caso: es común que nos aprendamos de memoria una canción en particular, incluso si no es de nuestro agrado. La tarareamos inconscientemente, la traemos en la cabeza constantemente. Pero algo acontece en nuestras vidas, que de pronto de esa canción que nos sabemos de memoria, brinca una frase y toda la letra toma sentido. En este caso, la experiencia de vida posibilitó la comprensión. Hay otros casos donde este logro se da por medio de los conocimientos.

Si usted realiza actividades de mediación de la lectura, propicie estas reflexiones en los lectores. Pregunte, como me dijo un maestro que les dice a sus alumnos, ¿qué cosas están en el texto que no están?”. Esfuércese usted como lector, para que los lectores que están a su cargo se esfuercen. La lectura es un placer intelectual, y hay que crear las condiciones para gozarlo.

Carlos Carsolio no escaló las cimas que ha conquistado de un día a otro, como ocurrencia. Hubo una preparación previa, un entrenamiento, una educación. Procesos que muchas veces no se dan en nuestro sistema educativo. Busque inferencias y permita(se) que el acto lector sea un sumergimiento a ideas que están más profundas que el texto.

Publicado en "La Gualdra", suplemento cultural de La Jornada Zacatecas, marzo 11 de 2013
 

El jinete del dragón

Trata de que un chico llamado Ben, conoce a un dragón llamado Lung. Con este dragón venía un duende llamado Piel de Azufre. Estos tres personajes van en busca de la Orilla del Cielo, donde se suponía, era un lugar donde se encontraban más dragones como Lung. En el camino se encuentran con un umunculo llamado Pata de Mosca por su tamaño. Al poco tiempo de conocer a Pata de Mosca se topan con Ortiga Abrazadora, un dragón dorado gigante que mataba dragones. Lung, Ben, Piel de Azufre y Pata de Mosca logran escapar, pero no sabían que Ortiga Abrazadora estuviera siguiéndolos, gracias a Pata de Mosca que en realidad era un espía.

Pasó el tiempo y se encontraron con Barbanas, que era un profesor que estudiaba a los dragones. Entonces él también se une al viaje.

Después de varios días de viaje, llegan a Orilla del Cielo y se llevan una sorpresa: sólo quedaba una dragona llamada Maya. Los otros se habían fundido con las piedras y también que Ortiga Abrazadora estaba ahí con ellos.

Entonces, Lola una rata, Maya, Lung, Ben, Piel de Azufre y Pata de Mosca empezaron a pelear contra Ortiga Abrazadora y cuando acabaron con él, los demás dragones despertaron y cada quien se fue a su hogar.

Anteriormente, Ben había descubierto que el es el Jinete del Dragón.

Eduardo Emiliano Campech Correa. (13 años).

FUNKE, Cornelia: El jinete del dragón, México, Siruela-CONACULTA, 2009, 415 p. (Biblioteca Alas y Raíces).