jueves, 18 de septiembre de 2014

El mundo hundido por un balón


Eduardo Campech Miranda

En 1986 contaba yo con catorce fabulosos años. Mi padre y mis tíos me contaban de la fiesta que fue la edición de 1970 de la Copa Mundial de Futbol. En esa edad poco me importaban los problemas nacionales, y menos aún los libros. La vida era cumplir en la secundaria y jugar futbol. Todo el tiempo, todo el día, a todas horas.

Jugaba en las fuerzas básicas de los Coyotes del Neza. Ahí tuve como compañeros a dos chicos que serían jugadores profesionales años después: Joaquín Moreno (campeón con Cruz Azul) y Armando Polanco (quien militó en las filas del Argenta zacatecano). El resto no pasamos del sector amateur. Como integrantes del club, cada quince días ingresábamos al estadio y realizábamos la labor de baloneros (esos chicos que están al pendiente de entregar el esférico lo más pronto posible), y en el medio tiempo éramos protagonistas de un minipartido.

El estadio, que entonces tomó el nombre de Neza 86 y dejó el de José López Portillo, sería sede del Mundial de México. Ingenuos, pensamos que nuestra labor en los partidos disputados en el inmueble seguiría intacta. No contábamos con que los hijos de los directivos tenían reservación. Decía que el estadio estaba en una zona muy marginal. Las casas estaban construidas de láminas, cartones, madera. En muchas de ellas se podían ver criaderos de cerdos en los patios.

Hacia mediados de mayo de ese año, como por arte de magia, el escenario cambió: calles pavimentadas, todas (sí, dije todas) las casas aledañas contaban con una fachada colorida, construida con tabiques y cemento. No idénticas, pero sí con un diseño en común. El Dios FIFA había pasado por Neza.

Eduardo Galeano, en su libro El futbol a sol y sombra, describe cómo era el mundo en ese entonces: Duvalier escapaba de Haití, lo mismo hacía Ferdinand Marcos en Filipinas; nuestro planeta recibía la visita del Halley; en Japón se suicidaban veintitrés jóvenes emulando a una cantante; un terremoto sacudía a El Salvador; Chernobyl quemaba su cielo (Sabina dixit). Felipe González asumía la cabeza de la OTAN; morían Olof Palme, Henry Moore, Simone de Beauvoir, Jean Genet, Juan Rulfo, Jorge Luis Borges y Mauricio Magdaleno.


Decían que el mundo estaba unido por un balón. No, el mundo es un balón cuyos dueños no nos dejan jugar a una gran mayoría. Sólo somos espectadores de los encuentros (en las canchas, en los estadios, en los congresos). Al pasar el tiempo, y previo inventario, como aficionado (no fanático) me doy cuenta que el lema del mundial 86, sigue teniendo vigencia, sólo es cuestión de cambiar un verbo: El mundo hundido por un balón.

Publicado en "La Gualdra", suplemento cultural de La Jornada Zacatecas, 16 de junio de 2014.

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