lunes, 25 de julio de 2011

Mi escritura a sus pies.


Eduardo Campech Miranda[i]

Cada que escribo algo para publicarse (sea o no digno de ello) pasan por mi cabeza cientos de ideas, ¿quién leerá texto? ¿qué impresión le producirá? ¿será irrelevante, importante o estúpido mi planteamiento? Pocas veces obtengo una respuesta certera. Sin embargo, sigo escribiendo, con la finalidad de iniciar un diálogo, un debate, un enriquecimiento de ideas, y también, de encontrarme día a día.

Tengo consciencia, aunque no lo parezca, de la responsabilidad que conlleva el publicar. La botella al mar se lanza, no sin riesgo de golpear a alguien en la cabeza para bien o para mal. Hace aproximadamente tres o cuatro años, me sumergía en esos pensamientos. Lo hacía mientras esperaba que lavaran mi auto y fuera entregado.

Los jóvenes se apresuraban, sin detrimento del esmero, por concluir la faena. Uno a uno iban saliendo los automóviles relucientes, mucho muy distintos a como habían llegado. Un instante antes de la entrega, uno de los lavacoches ponía sobre los tapetes delanteros una página periodística extendida en toda su longitud.

En ese momento reflexioné sobre el trabajo que los reporteros invirtieron para redactar la noticia, el sesudo análisis de los columnistas, el empeño por un buen ángulo de los fotógrafos, la minuciosidad de los correctores, la revisión de los editores. Todo ese trabajo se iba, finalmente, a las suelas húmedas del conductor, y en caso de ir, su acompañante. Consideré este hecho una ingratitud.

Sin embargo, la sacudida vendría después. Me llamaron, acudí, cogí las llaves del auto, abrí la puerta y… ¡Ahí estaba un texto de mi autoría!, escrito a propósito de una entrevista del entonces Coordinador Estatal de Bibliotecas, Lic. Antonio Torres Torres, con el magnate Bill Gates. Toda la compasión, la indignación, y por qué no decirlo, la expresión no dicha pero sí pensada de “pobres güeyes”, se me regresaba y golpeaba en la cara como un boomerang. El llevar a lavar el carro, me daba respuesta a muchas de mis preguntas.

Tiempo después tuve otro encuentro con mis palabras. Pero esas, ya las hacia muertas. Caminaba por el Portal de Rosales de la capital zacatecana. La Feria Municipal del Libro ocupaba dicho espacio tradicional. Caminaba, les decía, viendo los libros de cada expositor, preguntando por precios, títulos, autores. El tránsito peatonal se hacía lento. Mucha gente se dedicaba a lo mismo que yo. Pocos compraban. En el extremo de la pared del portal en cuestión, se encontraba un individuo obsequiando publicaciones en bolsas de plástico transparentes.

Ante la imposibilidad de adquirir algún libro en la Feria (para variar, mi presupuesto era recortado), decidí mañosamente acercarme al generoso personaje. No dude un momento cuando me ofreció el paquete. Eran unas revistas. Los dos ejemplares de la misma publicación y del mismo número: El digno chipotlón y la mengambrea kakorrifofónica, número 1. En esas páginas había publicado un lustro atrás un poema, no malo, malísimo. La generosidad de mi amiga Sandra Toledo y su hermano Leonardo hicieron posible tal proeza. Hay, desde luego, publicaciones que han tenido una historia diametralmente opuesta, pero esa, esa es otra historia.


http://campech.blogspot.com/

Publicado en "La gualdra", suplemento cultural de La Jornada Zacatecas, 25 de julio de 2011.

2 comentarios:

  1. Hola Campech!
    No es motivo para amilanarse. Gran parte del trabajo de los escritores no es comprendido de momento, pero no por eso dejan de escribir, pero no solo de esos trabajadores, sino en todos los ramos. ¿Cuanto tiempo se invirtió para lograr la fina fibra de la lámpara incandescente? Fueron dás y noches de probar con diferentes materiales, y el inventor tenía la firme idea de que se podía lograr un bien para la humanidad.O ¿Cuantas horas invertimos los maestros para que unos pocos estudiantes aprovechen el conocimiento? En muchas ocasiones un solo alumno nos echa a perder toda la clase. Pero a final de cuentas el esfuerzo lo hacemos día a día con la convicción de que a la larga va a rendir frutos. El barro del alfarero es moldeado con cuidado sin pensar que una persona iracunda pueda destruir la fina pieza fabricada con el. El escrito mencionado posiblemente ya haya cumplido su cometido en ese u otro ejemplar. Ánimo y a seguir trabajando en la palabra hablada o escrita.
    Saludos del tigre toño.

    ResponderEliminar