lunes, 27 de junio de 2011

El hábito no hace al monje (y tampoco al lector)


Eduardo Campech Miranda[1]

A principios de los años ochenta del siglo xx, la preocupación por la lectura y la formación de lectores en nuestro país tomó un nuevo impulso. La puesta en marcha de la Feria Internacional del Libro Infantil y Juvenil (filij) y los premios nacionales para la producción literaria destinada a este sector poblacional son prueba de ello. La mayoría de los programas que se diseñaban para acercar la palabra escrita a la población en general, llevaban como etiqueta el término “hábito”: hábito lector, hábito de la lectura.

Con el paso del tiempo, el desarrollo de las teorías de la lectura, de la comprensión, de la promoción, del fomento, de animación a la lectura, llegaron a nuestro país. El Fondo de Cultura Económica (fce) fue de las primeras casas editoriales mexicanas en publicar una colección completa, dedicada a estos tópicos (además de la escritura). Se mostraba que la lectura iba más allá de ser una acción mecánica de decodificación. Sino que, por el contrario, en su pleno ejercicio, es una tarea de creación de imágenes mentales, ideas, conceptos. En otras palabras, el importante papel del lector en la transacción lectora.

De tal manera que hablar de un hábito lector resulta preocupante (e inconsistente, como cuando se habla de “lectura de comprensión”). Si bien es cierto que un hábito lo adquirimos por la práctica constante (de manera autónoma o no), también es verdad que la mayoría de ellos se vuelven procedimientos mecánicos. Bajo esta lógica es que si el hábito lector se promueve como un objetivo escolar, cultural y social, debemos tener cuidado, ya que se entraría en una contradicción, o en el peor de los casos, se abonaría a una lectura mecánica, fría, alejada del lector (que dicho sea de paso, tal parece que hacia ello apuntan los propósitos de los programas educativos).

Cuando se cree que por el sólo hecho de imponer que los chicos lean veinte minutos diarios se formarán como lectores, se vuelve a creer en las generalidades de la promoción de la lectura (véase “La promoción de la lectura y la mercadotecnia”, en La Gualdra, nº 2). Es decir, se pasan por alto aspectos básicos y fundamentales como, por ejemplo: la selección de texto o la accesibilidad al mismo. Si como padres, como maestros o como mediadores le apostamos a la lectura cotidiana, pero como medida disciplinaria, “formativa”; entonces, estaremos creyendo, también erróneamente, que al lavar trastes, el cual se puede asumir como hábito, el individuo se está formando y preparando para desempeñar dicha labor con eficiencia.

Hay hábitos que se adquieren obligatoriamente. Se ha dicho y demostrado hasta el cansancio, que la lectura no funciona así. Conozco adultos, porque así me lo han confesado, que detestan lavarse los dientes, pero lo hacen para evitar consecuencias mayores. Si la lectura, per se, asegurara un futuro exitoso, un ser humano ejemplar, un individuo pleno, quizá se produciría el mismo efecto.

Que se lea durante veinte, treinta, diez minutos, es lo de menos. Lo que cuenta, es la experiencia que impacta en el lector, y hay lectores que requieren se les acompañe, que se les brinde opciones, que sean escuchados, que se respete su silencios. Otros no, esos son aventureros dispuestos a dominar la marea de letras en el libro, lectores que prescinden del hábito para no ser monjes y menos lectores mecánicos.


[1] ecampech@yahoo.com.mx

Publicado en "La gualdra", suplemento cultural de La Jornada Zacatecas, 27 de junio de 2011.

viernes, 24 de junio de 2011

La profesión más arriesgada del mundo

PACO ABRIL 

Existe una profesión realmente arriesgada, quizá sea la más peligrosa de todas. Me estoy refiriendo a la profesión bibliotecaria. Esta afirmación provocará más de un asombro. ¿Arriesgada por qué?


¿Acaso quienes la practican trepan por imposibles rocas, como los alpinistas? ¿Acuden a la primera línea de fuego de cualquier guerra, como los reporteros? ¿Descienden a las profundidades de la Tierra para extraer sus minerales, como los mineros? ¿O se enfrentan a mares embravecidos, como los marinos y los pescadores? No, claro que no realizan ninguna de las actividades descritas.

Entonces, ¿por qué esa exageración? ¿A que viene hablar de riesgo bibliotecario?

Es cierto que a un observador superficial podría parecerle una profesión no sólo sedentaria, sino tranquila, relajada y alejada de cualquier amenaza. Ni siquiera se les exige el uso de casco protector ni de ninguna otra precaución.

Sin embargo, las apariencias engañan, y mucho. Estos profesionales trabajan con dos de los elementos más inflamables que existen: libros y lectores.

Los bibliotecarios saben, mejor que nadie, que un libro, puesto en contacto con un lector, produce una reacción impredecible e imprevisible.

Si juntamos un átomo de oxígeno con dos de hidrógeno, sabemos que obtendremos agua. Pero si unimos un lector con un libro, jamás podremos adivinar lo que va a ocurrir, dado que el mismo libro causará efectos distintos en diferentes lectores. Será una reacción química de efectos insospechados, esto es, no controlables.

No es de extrañar que la primera medida que suelen tomar las dictaduras es intervenir en las bibliotecas, bien para clausurarlas, bien para permitir sólo los libros que a ellos les interesan. Es el caso, entre tantos, de Corea del Norte. Ninguna dictadura va a consentir que se les cuele literatura subversiva ni tampoco degenerada, como así tildaban los nazis a libros como La metamorfosis, de Kafka.

Qué duda cabe de que quienes mejor han entendido el poder de los libros son los dictadores. Por eso los prohibieron nada más alzarse con el poder. Stalin acabó, sin temblarle el pulso, tanto con los libros como con los autores que le molestaban, que eran casi todos. Él aplicaba ese viejo refrán de «muerto el perro, se acabó la rabia», aunque murió sin saber que la rabia era él.

En las democracias estas instituciones inflamables que son la bibliotecas peligran también, porque hay muchos dirigentes políticos con tentaciones totalitarias que miran los libros con recelo. Se les nota enseguida, primero porque hablan de autores y títulos que no han leído; segundo, porque ponen todo tipo de trabas y cortapisas para su potenciación, aún proclamando que las apoyan. Y tercero, y sobre todo, porque quienes rigen los destinos de los ciudadanos, saben, o intuyen, que aunque las bibliotecas públicas dependen de los poderes políticos, quienes las frecuentan tienen la posibilidad de aprender en ellas a desconfiar de cualquier poder, de cualquier imposición, de cualquier manipulación. Saben, o intuyen, que son instituciones extrañas que se nutren de pensamiento concentrado. Y saben, o intuyen, que pensar siempre resulta subversivo. Ya hay quien las considera, aunque no se atreva a decirlo en público, un peligro mayor que el de un polvorín a punto de estallar.

Comprenderá ahora, quien haya leído hasta aquí, que la actividad bibliotecaria exija delicadeza, prudencia, valor, atención y conocimiento para afrontar con éxito los altos riesgos que supone.

Quienes se dediquen a esta profesión, deberán estar alerta ante lo que pueda ocurrir.

En la mítica película de 1951 La mujer pirata, dirigida por Jacques Tourneur, la capitana, después de expoliar un navío, ordena amontonar en la cubierta de su barco todo el botín conseguido, y les pide a sus subordinados que cojan el objeto que más les apetezca.

La mujer transmite esta petición al médico del barco.

-Elegid, doctor.
El médico observa por encima aquel tesoro, en el que destacan joyas y vestidos lujosos, sin darle importancia.

-Dudo que haya algo aquí que me guste. ¡Ah, sí! -dice, tomando un pequeño libro.

La mujer pirata lo contempla sorprendida.

-¿Un libro? ¿Eso es todo?

-Los libros tienen un poder mágico -responde el médico.

La mujer pirata replica con indignada rapidez.

-¡Más poder tiene una andanada de cañón! ¿Puede un libro hundir un barco?

-Los libros han hundido los barcos más poderosos, destruido ejércitos y derrumbado imperios -concluye el médico alejándose con su peligroso trofeo.

Los tiranos de cualquier especie, incluidos los que llevan la piel de demócratas, saben que los libros, y quienes los cuidan, son un peligro real.

Por eso esta es la profesión más insegura del mundo.

Cuando se reconozcan de verdad los riesgos que corren los bibliotecarios, seguro que se les añadirá, a su merecido sueldo, un incremento o plus de peligrosidad, y es más que probable que se les exija también, a estos sufridos profesionales, el uso de casco y otras necesarias medidas preventivas.

Verbenas Culturales " Día Mundial del Medio Ambiente" en la Biblioteca Pública Municipal "Ramón López Velarde" de Jerez, Zac.





El día 21 de junio se realizó la actividad correspondiente al Día Mundial del Medio Ambiente contando con la presencia de alumnos de 5° año de primaria, donde se les hizo hincapié sobre el cuidado de nuestro planeta, así como medidas de control de basura, higiene, reciclaje, etc.  Se hizo una lluvia de ideas con respecto al medio ambiente y como poder salvarlo, donde el entusiasmo y participación fue muy satisfactoria, pues todos aportaron mas de dos ideas para no dañar mas el medio ambiente.
 
También se habló sobre los deshechos orgánicos e inorgánicos, lo que se puede reciclar, lo que el mismo planeta absorbe y transforma para si mismo, se realizó en el patio una actividad donde los niños sabían reconocer a que grupo pertenecía cada palabra en sus tarjetas (orgánica e inorgánica).
 
Asimismo, se realizó un actividad de recolección y separación de basura, donde los niños dejaron limpio el patio
y supieron, la mayoría de las veces, donde colocar la basura según su composición: vidrio, oranica, plástico, papel,
residuos peligrosos.

Con esto nos dimos cuenta que sí están poniendo cuidado y haciendo lo posible para seguir cuidando nuestro planeta. También se les dio información sobre cómo participar activamente en no adquirir tanto deshechable, que es uno de los grandes problemas de generar tanta basura, cómo seleccionar su consumo y ahorrar bolsas de plástico y también sobre el cuidado del agua para no contaminarla y no desperdiciarla, ya que se dio énfasis de qué es esencial para la vida de todo el planeta.
 
Se realizó una muestra bibliográfica donde se habló de todo el material que ofrece la biblioteca sobre este tema así como los servicios que ofrece la misma, haciéndoles la invitacion de participar activamente en la lectura e investigación del tema que a ellos más les llame la atención.
 
Se contó con un total de 35 participantes de nivel primaria, agradeciendo a la Escuela y maestro de la Primaria Candelario Huizar por el apoyo para llevar a cabo esta actividad.
 
 
Silvia Alcalde, Genny Nava, Claudia Arcos y Esmeralda Pérez

martes, 21 de junio de 2011

La promoción de la lectura y la mercadotecnia.


Eduardo Campech Miranda
[i]

Las mejores acciones en materia de lectura son las específicas, no las generales. Cuando en las previsibles, idénticas y casi siempre erróneas campañas nacionales de lectura se habla de leer, en abstracto, el mensaje que pretendidamente se dirige a todos, en realidad no se dirige a nadie. Los que ya leen no necesitan mensajes invitadores para ponerse a leer, y los que no leen, difícilmente variarán sus conductas o recelos acerca de los libros, nada más porque escuchan todo el tiempo, con machacona alegría, entusiastas mensajes de propaganda pretendidamente ennoblecedora.
JUAN DOMINGO ARGÜELLES

Desde hace aproximadamente un par de semanas se transmite por la radio un spot publicitario del Programa Nacional de Lectura en Zacatecas (pnl). El mensaje inicia con la siguiente frase: “Ahora vamos a hablar de lectura…” Es ahí donde encontramos uno de los errores más recurrentes en el ámbito de la formación de lectores: la nece(si)dad de hablar de la lectura y no establecer mecanismos que permitan la experiencia de la lectura. Atención que hablo de “experiencia” y no del placer (entendido la mayoría de las ocasiones como mero hedonismo) de la lectura.

Invitar a leer hablando de lectura, de manera abstracta como lo dice Argüelles, es como invitar a ser catadores de vino a abstemios. Si leer nos hace críticos, reditúa en el ingenio y la creatividad, entonces, ¿por qué a los responsables del pnl no se les ocurre realizar otro tipo de campaña? ¿la lectura no lo ha hecho ni críticos, ni ingeniosos, ni creativos? Es claro que ellos no se encargaron de la producción de la publicidad, pero sí tuvieron que darle un visto bueno. Un mensaje plano, poco atractivo, generalizado, sólo provoca que se pierda la atención.

Ejemplos de lo que se puede realizar en ese valioso tiempo radiofónico hay muchos, pero también pueden diseñarse desde la propia Coordinación del pnl: Se puede contar, con entusiasmo, el argumento de algunos de los textos contemplados en los acervos de Bibliotecas de Aula y Bibliotecas Escolares, compartir datos concretos que aparecen en los libros de divulgación de las mismas colecciones, solicitar un espacio más amplio y producir una radionovela. Prueba de lo anterior lo constituye, sin lugar a dudas, el proyecto de Imaginantes de José Gordon. Con una narración amena, imágenes que enriquecen la charla y una dosis de precisión, Imaginantes brindan una amplia ventana a la lectura a quien quiera asomarse en ella.

La promoción de la lectura no puede escudarse sólo en una campaña de mercadotecnia. La voz de los lectores también es fundamental (sería muy cínico recomendar la ingesta de criadillas cuando nunca se han comido), las alumnas, madres, maestras (y sus equivalencias en masculino) y todos quienes participan en el pnl, pueden comentar brevemente un libro. No como especialista, sino como simples y llanos lectores. Por ello, no necesariamente tienen la obligación de hablar bien (por el hecho de haber sido de su agrado) el libro en cuestión.

Sólo cuando dejemos de hablar de la lectura y nos pongamos a leer; cuando dejemos de mostrar a la lectura como algo abstracto y utilitario y la dimensionemos como una actividad que vale la pena más allá del examen o del “deber hacer”, estaremos en condiciones de hablar de una promoción de la lectura en sentido real. Mientras, estaremos rozando (por así mostrarlo) el territorio de la simulación.


[i] Trata de emular a San Judas Tadeo en el sentido de apoyar “causas difíciles y desesperadas”, lo cual lo ha llevado a desempeñarse como promotor de lectura.


Publicado en "La gualdra", suplemento cultural de La Jornada Zacatecas, 21 de junio de 2011.

viernes, 17 de junio de 2011

México, ¿tierra de libros?

*Miguel León-Portilla *

Vaticinan algunos la desaparición de los libros que, según dicen, están siendo sustituidos por medios electrónicos que almacenan los textos y los reproducen a voluntad. No entraré aquí en una discusión sobre el destino de los libros confeccionados con papel e impresos con tinta. Sólo me pregunto si de verdad llegará el día en que, en vez de leer un libro en la cama, habrá que meter en ella el aparto electrónico, digamos una computadora, para disfrutar de su lectura. Es otra la pregunta que quiero plantearme ahora. Se dirige ella a averiguar si México es una tierra de libros.

Esta pregunta podrá parecer a algunos una ironía. Sin embargo, diré que tiene a la vez respuesta positiva y negativa. Aludiré primero a la respuesta positiva. En el México prehispánico hubo libros de pinturas y caracteres que hoy llamamos códices. Fuera del Viejo Mundo, México y regiones colindantes de Centroamérica fueron el único ámbito que puede calificarse de tierra de libros. Hay muchos testimonios en apoyo de la existencia de *amoxcalli*, "casas de libros", de las que habló, entre otros, Bernal Díaz del Castillo. Y también se conservan algunos de esos códices, varios de origen prehispánico. Fueron elaborados por mayas, mixtecos y nahuas. Tanto aprecio tuvieron por el libro los pueblos de lengua náhuatl que expresaron acerca de ellos palabras como estas:

In amuxtli in tlacuilolli, in tlilli in tlapalli, in machiotl, in octacatl,
in cuatzontli, in nezcayotl. 

El libro, la pintura, la tinta negra, la tinta roja, el ejemplo, la medida, el modelo, lo que embellece, lo que da significación. (Libro de los Huehuehtlahtolli).

Así como entonces México fue tierra de libros, lo volvió a ser, de modo distinto, en el siglo XVI, consumada la invasión de los hombres de Castilla. Fue en 1539 cuando, por primera vez en el continente americano, empezó a funcionar una imprenta en México. De ella, y de otras que luego se establecieron aquí en ese mismo siglo, como lo mostró admirablemente Joaquín García Icazbalceta en su Bibliografía mexicana del siglo XVI, salieron cerca de 300 libros. Versaron ellos sobre una gran variedad de materias: gramáticas y vocabularios, construcción de barcos, compilaciones jurídicas, medicina, arquitectura, tácticas de la guerra y desde luego también asuntos religiosos. Gracias a esas imprentas que en fechas tempranas se instalaron, México volvió a ser tierra de libros.

No atenderé ya a los tiempos en que la Inquisición perseguía a los que llamaba libros prohibidos. Me fijaré sólo en el presente. ¿Vivimos en tierra de libros? De los más de 100 millones de mexicanos que somos, ¿cuántos leen un libro al año? Somos el país con el mayor número de hablantes de la lengua de Castilla pero muy lejos estamos de ser el país que más libros publica. España nos sobrepasa en mucho. Las editoriales mexicanas tienen que vencer grandes dificultades para subsistir. No pocas de ellas han quedado subsumidas por editoriales trasnacionales. Triste es reconocerlo: hoy México no es tierra de libros.

Tomar conciencia de esto es doloroso pero también lo es percatarse de que hoy se elevan con más impuestos los precios de los libros. Por otra parte las editoriales, las principales en manos extranjeras y otras que subsisten
con grandes dificultades se ven de muchas formas amenazadas. Además se ha vuelto prohibitivo enviar libros por correo a amigos y colegas debido al costo tan grande de los portes. ¿Es posible que esto ocurra en detrimento de lo que los pueblos nahuas llamaron "el ejemplo, la medida, el modelo, lo que embellece, lo que da significación"? El libro recibe duros golpes que dificultan su circulación porque cada vez serán menos quienes puedan adquirirlo o hacerlo llegar a otros. ¿Qué es lo que se pretende con esto?

México y todos los países hermanos de Iberoamérica, para su desarrollo integral requieren preparar de la mejor manera posible a sus pueblos. El libro ha sido y será siempre uno de los grandes instrumentos de la educación.

Pensar en los códices, portadores de la antigua sabiduría indígena, y luego en la temprana introducción de la imprenta en México, deberán ser incentivo para propiciar de nuevo la difusión del libro y su lectura. Poner obstáculos a ello, dificultar su circulación con tarifas postales de envío que están lejos de disfrutar de un trato especial como ocurría antiguamente, es agredir a quienes en esta tierra hemos nacido. Ojalá que los gobiernos de México y los otros países iberoamericanos tomen conciencia de esto y se esfuercen para que verdaderamente podamos decir que las nuestras son tierras de libros.




Tomado de:
La Jornada / Sección cultura
Viernes 11 de enero de 2008

martes, 14 de junio de 2011

El subrayado de libros y las notas al margen: una radiografía lectora

Eduardo Campech Miranda


Desde pequeños nos enseñan que los libros no se rayan, que no se escribe sobre ellos, a menos que sean diseñados para tal fin. Hay quien ha crecido fiel a dicha indicación, y proponen fotocopiar el libro original y hacer todas las anotaciones y subrayados en la fotocopia. Particularmente me parece un método engorroso (impulsado por mi manifiesta alergia al orden y la organización) y prefiero hacerlo sobre el mismo libro (siempre y cuando sea de mi propiedad). Estoy convencido que esta práctica equivale a tomarnos una radiografía mental, emocional, ideológica del momento en que realizamos la lectura.

Con el tiempo, y ejerciendo con plenitud el placer de releer, no sólo nos releemos también, sino que nos cuestionamos, nos encontramos y, otras tantas veces, divergimos con nosotros mismos. Somos testigos de la modificación o permanencia de nuestra cosmovisión. Dialogamos, nuevamente, con el autor, pero también dialogamos con nuestras propias notas al margen: las tachamos, las suprimimos, las enmarcamos, las respaldamos o, incluso, las negamos.

No obstante, si usted acostumbra lo mismo a subrayar y anotar los textos de divulgación, técnicos o teóricos, igual que la narrativa (y por lo tanto juzga, con el rigor del bolígrafo o del lápiz, al protagonista y sus acciones que más le entusiasman o le indignan), y además le gusta prestar sus libros, corre el grave riesgo que aflore su personalidad oculta, sus deseos reprimidos, sus ímpetus contenidos. Las notas al margen, los subrayados, nos delatan.

El acto íntimo que es la lectura, se devela ante la nueva lectura de quien lee ahora nuestras anotaciones. Éstas pueden fungir como soportes para una comprensión más amplia (finalmente no todos “vemos” exactamente lo mismo en los textos), para un diálogo tripartita, para el pitorreo o para iniciar una conversación e intercambio de puntos de vista.

Tal vez, y con la salvedad de poner a consideración de quien lea estas líneas, podríamos sugerir se agregue el placer del subrayado y de la elaboración de notas al margen como uno más de los derechos que ostenta el lector. “El derecho al diálogo”: con el autor, con otros lectores, escrito, oralizado, pero el diálogo propiciado por la lectura. Manifestar nuestro punto de vista libremente, como en una conversación en la cual no necesariamente estemos de acuerdo, pero impere el respeto al pensamiento distinto.
El subrayado del libro como una prueba de nuestra relación con el texto, finalmente una relación de pareja: tenue, delicado, como un tatuaje trazado por la lengua en el vientre de la amada; brusco, iracundo, que rompe la hoja, como la peor de las desilusiones. Si, como dice Paulo Freire, al leer nos leemos, al subrayar y marcar, nos subrayamos y marcamos.

Publicado en "La gualdra", suplemento cultural de La Jornada Zacatecas, 13 de junio de 2011.

sábado, 11 de junio de 2011

El abrazo de la lectura

El siguiente texto es tomado de El País (23/04/1994)
F. FERNÁN GÓMEZ 

   El libro se abre ante nosotros como se abre de piernas la amante entregada y posesiva. Como abren los brazos para acogernos el amigo y el familiar. En mi prehistoria se abrieron para mí los brazos diminutos, débiles y sucios de los primeros cuentos de calleja. Ya entre ellos se observaban diferencias sociales. Los más baratos cabían en la palma de la mano, su letra era casi ilegible y tenían las mejillas manchadas de tiznones como de carbón o de tinta de escribir palotes, curvas y garrotes. No parecían pensados para que los leyeran los niños, sino las abuelitas, desojándose, al borde de la cuna. En cambio, los más caros, en octavo, se leían con facilidad y tenían letras de oro en la portada.


  Vinieron después los libros de aventuras. Cuando aún no se ha llegado a la adolescencia, cuando aún no nos han amaestrado y no nos han inyectado en el cerebro la suficiente cantidad de resignación, nos asombra dolorosamente la monotonía de la existencia. ¿Cómo es posible -se pregunta el niño-, haber pasado ocho años padeciendo esta sórdida repetición cotidiana?. Los libros de aventuras, con su mentira piadosa, le abren las puertas de la esperanza.

  Los libros escondidos. Los libros secretos. Hay que tenerlos debajo de los libros de texto. Leerlos cuando no nos ven nuestros mayores o los profesores, en el colegio. Son libros de aventuras, novelas folletinescas, policiacas. Y muy pocos anos después -no años, meses-, novelas pornográficas. Qué inefable placer me proporcionan esas lecturas. Aldous Huxley dijo: "una orgía real nunca excita tanto como un libro pornográfico". Y con esto no intento sugerir a nadie que abandone las orgías.



  Pero también el libro tiene enemigos entre los de su propia especie. En mi caso personal, fueron los libros de texto del bachillerato. Qué repulsión, qué aversión me inspiraron. Odio al libro, odio a la lectura, odio al conocimiento. Por fortuna, había en Madrid muchísimos puestecillos callejeros en los que vendían a mitad de precio noveluchas de segunda mano, o de tercera o cuarta, sobadas y requetesobadas, noveluchas de aventuras, policiacas y también verdes. Aquellos puestecillos hicieron que se conservara vivo mi amor al libro, que los catedráticos escritores habrían conseguido asesinar. En la guerra de libros -como no puede ocurrir en las guerras
de verdad-, ganaron los pobres.


  Aparecieron después los que algunos consideran enemigos del libro: el cine, la radio, la televisión... son, es cierto, otros medios de difusión de la poesía, y también de la música y de las artes plásticas. Pero, aunque enemigos en cierto aspecto, es dificil que derroten al libro, ni creo que pongan en ello interés, El libro les lleva la ventaja de la corporeidad, de la cercanía. El libro lo tengo, lo poseo, puedo incluso darle achares, no mirarlo, no leerlo y, sin embargo, conservarlo. No es efímero. Puedo también tenerlo en las manos, acariciarle el lomo como a un perro amigo, hojearlo, sobarlo, puedo besar algunos de sus renglones si me han conmovido. Tanto si es un libro lujoso, encuadernado en suave piel, como si es un libro popular, de los que se doblan y se pliegan sumisos para ser leidos en la cama, con los que uno puede acostarse sin muchas dificultades ( ... )


  Echo una mirada a la biblioteca. Cuántos libros en ella que ha devorado el olvido. Y cuántos que ya no podré leer. Quiero decirles a esos libros que no leeré nunca, que no se sientan despreciados. Sí sé que no los leeré
es porque estoy en esa edad en la que al tiempo se le ve volar como a un gorrión asustado, en la que se nos escapa como agua en un cesto, en la que huye como algunos queridos recuerdos. Pero al decir adiós, que un libro me abra sus brazos y repose sobre mi pecho.


Artículo tomado de la lista de distribución: ANIMACIONALALECTURA 

martes, 7 de junio de 2011

En la era del no libro

La Nación, Miércoles 27 de Diciembre de 2006  



Cada mes, cada semana aparece un libro entre muchos otros y se pierde en el caudal indiferenciado que corre a precipitarse en el vacío. 

Darío Oses

Los botaderos de libros se inauguraron mundialmente a principios de los ’90 del siglo pasado. Aparecieron en los alrededores de Lipsia, en lo que fue la Alemania del este. Tal vez se manifestaba así la repulsa a la lectura durante muchos años restringida por la censura y dirigida por la intervención estatal. Pero también podría ser el brote de una reacción contra la inflación de la cultura escrita.

El libro -tanto el manuscrito como el impreso- fue un medio fundamental para la elaboración y la conservación del conocimiento, y también para la construcción de los mundos subjetivos de los lectores. Quizás por esto no se lo consideraba un mercadería más: como lo indica Bernardo Subercaseaux, el libro tiene “alma y cuerpo”.

Los encapuchados que hace algún tiempo usaron libros como combustible para alimentar una barricada, le negaron el alma al libro. Pero no son los únicos que lo han hecho. En la historia de la humanidad, muchas veces por dogmatismo, delirio autoritario, por error o sólo estupidez, se han requisado, prohibido e incinerado libros, pero esto siempre se condena y se considera una especie de profanación. También hay prácticas no visibles, como las de las grandes editoriales, que para desocupar sus bodegas llenas de libros que no venden, los hacen picadillo.

La proliferación de productos editoriales desechables, del libro basura, ha contribuido con esta tendencia de negarle el alma al libro. También hace lo suyo la inflación de la producción textual. Hoy se escribe y hasta se edita mucho, y en cambio se lee muy poco. Se producen miles de relatos, poemarios, ensayos que no se publican. Otros miles se publican sin que casi nadie los lea. Las universidades, gobiernos, oenegés y organismos internacionales generan cientos de miles de documentos, informes y memorias que quedan sepultados en sus depósitos, y ahora también en sus sitios web. Es un caso común que cuando hay cambio de oficinas y es necesario desocupar bodegas, aparecen ediciones enteras, en paquetes sin abrir, de libros que alguna vez se editaron y cuando más dieron lugar a algún retórico acto de presentación. 

La crisis que vivimos hoy no es sólo de la lectura, sino la de ésta aparejada con la hiper producción textual. Armando Petrucci anota que el porvenir de la lectura “está asegurado, en la medida en que es cierto que en el futuro próximo continuará la otra actividad comunicativa fundamental, propia de las sociedades alfabetizadas: la de la escritura”. Y concluye: “Hasta que dure la actividad de producir textos (en cualquiera de sus formas ), seguirá existiendo la actividad de leerlos...”.

Esta apreciación no es exacta. Hoy, a pesar de los eficientes sistemas de catalogación y de los buscadores electrónicos, las bibliotecas, librerías y los sitios webs están llenos de textos que nadie lee. Por lo tanto, son textos nonatos, inconclusos, truncos. Porque como lo advierte acertadamente la teoría de la recepción, un texto sólo termina de construirse con la lectura. Un libro que nadie lee es un no libro

Esta crisis de recepción se debe en buena medida a la explosiva proliferación textual. No hay actividad crítica ni pedagógica capaz de asimilar la cantidad de libros que se producen, ni de orientar a los pocos lectores que van quedando en medio de este alud. Por lo tanto es cada vez más difícil jerarquizar, distinguir o destacar. Todos los libros, buenos y malos, serios y frívolos, se confunden. Dan lo mismo las sensacionales memorias de alguna puta que una edición crítica del “Ulises” de Joyce. “Todo es igual, nada es mejor”, como dice el tango, y esto hace cada vez más vulnerable al libro: al perder su alma queda más expuesto a los pirómanos y los terminators literarios.

Borges decía que la mejor forma de perder un libro es dejarlo entre muchos otros libros, como un grano de arena en medio de una duna. Es lo que ocurre ahora. Cada mes, cada semana aparece un libro entre muchos otros y se pierde en el caudal indiferenciado que corre a precipitarse en el vacío

Invitación a la lectura

Eduardo Campech Miranda

Hasta hace casi un año mi hijo de diez años (en ese entonces), mostraba poca atracción por el futbol. De hecho, un par de años atrás, al preguntarle por un grupo de amigos, a los cuales había dejado de mencionar en nuestras conversaciones, respondió que ellos se iban a jugar futbol y a él le aburría. Llegó el verano del 2010 y con el toda la mercadotecnia mundialista, el imperio del futbol en todo su esplendor, la absurda esperanza de ser campeones del mundo. Mi hijo no fue inmaculado a tal avalancha. A partir de ahí lo invadió una fiebre por el balompié: juega, compra publicaciones especializadas, mira programas de televisión, habla y aprende de futbol… respira, come, suda futbol.

¿Qué sucedió en unos meses? Sencillamente experimentó el placer del futbol. De hecho aún sigue aprendido ese placer: la frustración de la derrota, el enojarse porque su equipo favorito comete errores, y todas esas emociones que provoca el deporte más practicado del mundo. Eso mismo hay que hacer en la promoción y fomento de la lectura: compartir la experiencia lectora. Seguramente el futbol no le llamó la atención en tanto se lo platicaban, miraba sin entender cómo se corría por un balón. Pero la situación cambió cuando jugó y sintió en carne propia el esfuerzo realizado para poder ganar (así sea una “cascarita” se requiere esfuerzo). Eso mismo es la lectura.

Podríamos, como lo hacen muchos, elogiar a la lectura como una de las actividades más edificantes, gratificantes y placenteras de realizar… pero sólo eso: platicarlo. Repetir como loros las virtudes de la lectura y evitar hasta donde sea posible experimentarlo en carne propia, temerle a los libros como a un enemigo o una máquina de tortura medieval. Absurdo, pero cierto. He sido testigo, aquí en Zacatecas hace algunos años, cómo un instructor del Programa Nacional de Lectura, en plena capacitación, doblaba el libro como si fuera una revista o un periódico y mojaba la yema de su dedo índice para dar vuelta a la página. El que es tragón, se le conoce por la manera de agarrar el taco; el que es lector, por la manera de tomar el libro.

Y me refiero al “lector”, no como un adjetivo o una categoría que inculque una falsa superioridad frente a quien no lee. Sino al ser humano común y corriente que hace de la lectura una de sus múltiples ocupaciones, como lo puede ser el correr, el salir a charlar y tomar un café, el orar. Cada uno de estos actos constituyen parte de la vida de quien lo realiza. La lectura no puede ser de otra manera. Debe contagiarse, transmitirse como se transmite la pasión por el futbol, por cocinar, por los autos, se comparte como tantas otras pasiones y gustos que son tan grandes que no caben en un solo individuo.

Desconfiemos de quienes nos prohíben fumar con un puro en la boca y una cajetilla de cigarros en su poder. También desconfiemos de quienes obligan a leer esgrimiendo las virtudes de la lectura, y en cada palabra delaten su condición no lectora.

Publicado en "La gualdra", suplemento cultural de La Jornada Zacatecas, 6 de junio de 2011.