Eduardo Campech Miranda
¿Qué sucedió en unos meses? Sencillamente experimentó el placer del futbol. De hecho aún sigue aprendido ese placer: la frustración de la derrota, el enojarse porque su equipo favorito comete errores, y todas esas emociones que provoca el deporte más practicado del mundo. Eso mismo hay que hacer en la promoción y fomento de la lectura: compartir la experiencia lectora. Seguramente el futbol no le llamó la atención en tanto se lo platicaban, miraba sin entender cómo se corría por un balón. Pero la situación cambió cuando jugó y sintió en carne propia el esfuerzo realizado para poder ganar (así sea una “cascarita” se requiere esfuerzo). Eso mismo es la lectura.
Podríamos, como lo hacen muchos, elogiar a la lectura como una de las actividades más edificantes, gratificantes y placenteras de realizar… pero sólo eso: platicarlo. Repetir como loros las virtudes de la lectura y evitar hasta donde sea posible experimentarlo en carne propia, temerle a los libros como a un enemigo o una máquina de tortura medieval. Absurdo, pero cierto. He sido testigo, aquí en Zacatecas hace algunos años, cómo un instructor del Programa Nacional de Lectura, en plena capacitación, doblaba el libro como si fuera una revista o un periódico y mojaba la yema de su dedo índice para dar vuelta a la página. El que es tragón, se le conoce por la manera de agarrar el taco; el que es lector, por la manera de tomar el libro.
Y me refiero al “lector”, no como un adjetivo o una categoría que inculque una falsa superioridad frente a quien no lee. Sino al ser humano común y corriente que hace de la lectura una de sus múltiples ocupaciones, como lo puede ser el correr, el salir a charlar y tomar un café, el orar. Cada uno de estos actos constituyen parte de la vida de quien lo realiza. La lectura no puede ser de otra manera. Debe contagiarse, transmitirse como se transmite la pasión por el futbol, por cocinar, por los autos, se comparte como tantas otras pasiones y gustos que son tan grandes que no caben en un solo individuo.
Desconfiemos de quienes nos prohíben fumar con un puro en la boca y una cajetilla de cigarros en su poder. También desconfiemos de quienes obligan a leer esgrimiendo las virtudes de la lectura, y en cada palabra delaten su condición no lectora.
Publicado en "La gualdra", suplemento cultural de La Jornada Zacatecas, 6 de junio de 2011.
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