martes, 7 de junio de 2011

En la era del no libro

La Nación, Miércoles 27 de Diciembre de 2006  



Cada mes, cada semana aparece un libro entre muchos otros y se pierde en el caudal indiferenciado que corre a precipitarse en el vacío. 

Darío Oses

Los botaderos de libros se inauguraron mundialmente a principios de los ’90 del siglo pasado. Aparecieron en los alrededores de Lipsia, en lo que fue la Alemania del este. Tal vez se manifestaba así la repulsa a la lectura durante muchos años restringida por la censura y dirigida por la intervención estatal. Pero también podría ser el brote de una reacción contra la inflación de la cultura escrita.

El libro -tanto el manuscrito como el impreso- fue un medio fundamental para la elaboración y la conservación del conocimiento, y también para la construcción de los mundos subjetivos de los lectores. Quizás por esto no se lo consideraba un mercadería más: como lo indica Bernardo Subercaseaux, el libro tiene “alma y cuerpo”.

Los encapuchados que hace algún tiempo usaron libros como combustible para alimentar una barricada, le negaron el alma al libro. Pero no son los únicos que lo han hecho. En la historia de la humanidad, muchas veces por dogmatismo, delirio autoritario, por error o sólo estupidez, se han requisado, prohibido e incinerado libros, pero esto siempre se condena y se considera una especie de profanación. También hay prácticas no visibles, como las de las grandes editoriales, que para desocupar sus bodegas llenas de libros que no venden, los hacen picadillo.

La proliferación de productos editoriales desechables, del libro basura, ha contribuido con esta tendencia de negarle el alma al libro. También hace lo suyo la inflación de la producción textual. Hoy se escribe y hasta se edita mucho, y en cambio se lee muy poco. Se producen miles de relatos, poemarios, ensayos que no se publican. Otros miles se publican sin que casi nadie los lea. Las universidades, gobiernos, oenegés y organismos internacionales generan cientos de miles de documentos, informes y memorias que quedan sepultados en sus depósitos, y ahora también en sus sitios web. Es un caso común que cuando hay cambio de oficinas y es necesario desocupar bodegas, aparecen ediciones enteras, en paquetes sin abrir, de libros que alguna vez se editaron y cuando más dieron lugar a algún retórico acto de presentación. 

La crisis que vivimos hoy no es sólo de la lectura, sino la de ésta aparejada con la hiper producción textual. Armando Petrucci anota que el porvenir de la lectura “está asegurado, en la medida en que es cierto que en el futuro próximo continuará la otra actividad comunicativa fundamental, propia de las sociedades alfabetizadas: la de la escritura”. Y concluye: “Hasta que dure la actividad de producir textos (en cualquiera de sus formas ), seguirá existiendo la actividad de leerlos...”.

Esta apreciación no es exacta. Hoy, a pesar de los eficientes sistemas de catalogación y de los buscadores electrónicos, las bibliotecas, librerías y los sitios webs están llenos de textos que nadie lee. Por lo tanto, son textos nonatos, inconclusos, truncos. Porque como lo advierte acertadamente la teoría de la recepción, un texto sólo termina de construirse con la lectura. Un libro que nadie lee es un no libro

Esta crisis de recepción se debe en buena medida a la explosiva proliferación textual. No hay actividad crítica ni pedagógica capaz de asimilar la cantidad de libros que se producen, ni de orientar a los pocos lectores que van quedando en medio de este alud. Por lo tanto es cada vez más difícil jerarquizar, distinguir o destacar. Todos los libros, buenos y malos, serios y frívolos, se confunden. Dan lo mismo las sensacionales memorias de alguna puta que una edición crítica del “Ulises” de Joyce. “Todo es igual, nada es mejor”, como dice el tango, y esto hace cada vez más vulnerable al libro: al perder su alma queda más expuesto a los pirómanos y los terminators literarios.

Borges decía que la mejor forma de perder un libro es dejarlo entre muchos otros libros, como un grano de arena en medio de una duna. Es lo que ocurre ahora. Cada mes, cada semana aparece un libro entre muchos otros y se pierde en el caudal indiferenciado que corre a precipitarse en el vacío

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