Con el paso del tiempo, el desarrollo de las teorías de la lectura, de la comprensión, de la promoción, del fomento, de animación a la lectura, llegaron a nuestro país. El Fondo de Cultura Económica (fce) fue de las primeras casas editoriales mexicanas en publicar una colección completa, dedicada a estos tópicos (además de la escritura). Se mostraba que la lectura iba más allá de ser una acción mecánica de decodificación. Sino que, por el contrario, en su pleno ejercicio, es una tarea de creación de imágenes mentales, ideas, conceptos. En otras palabras, el importante papel del lector en la transacción lectora.
De tal manera que hablar de un hábito lector resulta preocupante (e inconsistente, como cuando se habla de “lectura de comprensión”). Si bien es cierto que un hábito lo adquirimos por la práctica constante (de manera autónoma o no), también es verdad que la mayoría de ellos se vuelven procedimientos mecánicos. Bajo esta lógica es que si el hábito lector se promueve como un objetivo escolar, cultural y social, debemos tener cuidado, ya que se entraría en una contradicción, o en el peor de los casos, se abonaría a una lectura mecánica, fría, alejada del lector (que dicho sea de paso, tal parece que hacia ello apuntan los propósitos de los programas educativos).
Cuando se cree que por el sólo hecho de imponer que los chicos lean veinte minutos diarios se formarán como lectores, se vuelve a creer en las generalidades de la promoción de la lectura (véase “La promoción de la lectura y la mercadotecnia”, en La Gualdra, nº 2). Es decir, se pasan por alto aspectos básicos y fundamentales como, por ejemplo: la selección de texto o la accesibilidad al mismo. Si como padres, como maestros o como mediadores le apostamos a la lectura cotidiana, pero como medida disciplinaria, “formativa”; entonces, estaremos creyendo, también erróneamente, que al lavar trastes, el cual se puede asumir como hábito, el individuo se está formando y preparando para desempeñar dicha labor con eficiencia.
Hay hábitos que se adquieren obligatoriamente. Se ha dicho y demostrado hasta el cansancio, que la lectura no funciona así. Conozco adultos, porque así me lo han confesado, que detestan lavarse los dientes, pero lo hacen para evitar consecuencias mayores. Si la lectura, per se, asegurara un futuro exitoso, un ser humano ejemplar, un individuo pleno, quizá se produciría el mismo efecto.
Que se lea durante veinte, treinta, diez minutos, es lo de menos. Lo que cuenta, es la experiencia que impacta en el lector, y hay lectores que requieren se les acompañe, que se les brinde opciones, que sean escuchados, que se respete su silencios. Otros no, esos son aventureros dispuestos a dominar la marea de letras en el libro, lectores que prescinden del hábito para no ser monjes y menos lectores mecánicos.
[1] ecampech@yahoo.com.mx
Publicado en "La gualdra", suplemento cultural de La Jornada Zacatecas, 27 de junio de 2011.
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