Eduardo Campech Miranda
Decir que los adolescentes y
jóvenes no leen, es una perogrullada. Una verdad que justifica, y oculta, una
problemática más de fondo. Señalar que un sector (incluida la población
mexicana) no lee, es, por un lado, desacreditar el trabajo constante de
mediadores y promotores de lectura (formados y líricos). Pero, volviendo a la
primera aseveración, exhibe alguna deficiencia en la práctica docente.
Me explicaré: durante esta
primera semana de clases, atendí a un grupo de telesecundaria. Fue una atención
breve y concisa. Una de las maestras planteaba, en términos de reproche, la
poca o nula actitud de los jóvenes hacia la lectura. Exponía los argumentos
tantas veces escuchado por este servidor: “Los muchachos no quiere leer, no les
interesa. Por más que los pongo a hacerlo, no les inculco ese gusto.”
Tomé un libro, el primero que
tuve al alcance de la mano, y lo entregué a la maestra. Solicité me hiciera una
demostración de cómo acostumbra a indicar que los chicos lean. Cogió el
ejemplar, lo mostró a los alumnos y les dijo: “Abran su libro en la página x, pongan atención a títulos, subtítulos
e ideas principales.” Nada más erróneo y poco productivo para formar lectores
que el anterior ritual, reproducido miles de veces desde hace décadas.
Le comenté que es necesario
conocer con antelación el texto. ¿Para qué?, para crear vínculos y conexiones
con los posibles lectores. Tomé Querido
Diego, te abraza Quiela, y sin hacer referencia al libro, pregunté a las
señoritas quién tenía novio. Ninguna. Entonces les pedí que imaginaran que hay
un joven que les gusta. La vida les brindó la fortuna de vivir con él. Tuvieron
un hijo, pero murió. Él tuvo que irse y ella le escribía cartas. Él no
contestaba. Ella siguió escribiendo durante varios años. Mucho tiempo después
se encuentran, ¿qué le dirían?
Las caras de expectación
aparecieron en los rostros de las adolescentes. Y ahora sí, poniendo al libro
como centro de su atención, dije: Pues ese hombre era Diego Rivera, el pintor.
La mujer, Angelina Beloff, su esposa en Francia, y esa historia está en este
librito. ¿Quieren saber qué pasó? Las voces, al unísono, respondieron
afirmativamente. Pues tendrán que leer el libro para saberlo. ¿Quién quiere
leerlo? Las manos comenzaron a levantarse.
Crear puentes, conexiones, nexos
entre las historias de vida y las historias literarias, generar expectativas,
preparar atmósferas, son recursos más eficientes y atractivos para formar
lectores. En los libros hay algo más importante que leer para aprobar una
evaluación, entregar un reporte de lectura, apostar por actos que no siempre
son bien entendidos (ideas principales, propósitos, etc.).
Si el objetivo de la maestra es
formar lectores, insisto, va por el camino más corto pero en sentido contrario.
Usando los recursos mencionados, y más, los lectores potenciales descubrirán
que en un poema hay una frase que expresa un sentir pero que ellos no supieron
darle palabras; que en un personaje hay rasgos que son comunes, que es posible
soñar estando despiertos.
Publicado en "La Gualdra", suplemento cultural de La Jornada Zacatecas, 13 de enero de 2014.
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