jueves, 27 de marzo de 2014

Soñar estando despiertos

Eduardo Campech Miranda

Decir que los adolescentes y jóvenes no leen, es una perogrullada. Una verdad que justifica, y oculta, una problemática más de fondo. Señalar que un sector (incluida la población mexicana) no lee, es, por un lado, desacreditar el trabajo constante de mediadores y promotores de lectura (formados y líricos). Pero, volviendo a la primera aseveración, exhibe alguna deficiencia en la práctica docente.

Me explicaré: durante esta primera semana de clases, atendí a un grupo de telesecundaria. Fue una atención breve y concisa. Una de las maestras planteaba, en términos de reproche, la poca o nula actitud de los jóvenes hacia la lectura. Exponía los argumentos tantas veces escuchado por este servidor: “Los muchachos no quiere leer, no les interesa. Por más que los pongo a hacerlo, no les inculco ese gusto.”

Tomé un libro, el primero que tuve al alcance de la mano, y lo entregué a la maestra. Solicité me hiciera una demostración de cómo acostumbra a indicar que los chicos lean. Cogió el ejemplar, lo mostró a los alumnos y les dijo: “Abran su libro en la página x, pongan atención a títulos, subtítulos e ideas principales.” Nada más erróneo y poco productivo para formar lectores que el anterior ritual, reproducido miles de veces desde hace décadas.

Le comenté que es necesario conocer con antelación el texto. ¿Para qué?, para crear vínculos y conexiones con los posibles lectores. Tomé Querido Diego, te abraza Quiela, y sin hacer referencia al libro, pregunté a las señoritas quién tenía novio. Ninguna. Entonces les pedí que imaginaran que hay un joven que les gusta. La vida les brindó la fortuna de vivir con él. Tuvieron un hijo, pero murió. Él tuvo que irse y ella le escribía cartas. Él no contestaba. Ella siguió escribiendo durante varios años. Mucho tiempo después se encuentran, ¿qué le dirían?

Las caras de expectación aparecieron en los rostros de las adolescentes. Y ahora sí, poniendo al libro como centro de su atención, dije: Pues ese hombre era Diego Rivera, el pintor. La mujer, Angelina Beloff, su esposa en Francia, y esa historia está en este librito. ¿Quieren saber qué pasó? Las voces, al unísono, respondieron afirmativamente. Pues tendrán que leer el libro para saberlo. ¿Quién quiere leerlo? Las manos comenzaron a levantarse.

Crear puentes, conexiones, nexos entre las historias de vida y las historias literarias, generar expectativas, preparar atmósferas, son recursos más eficientes y atractivos para formar lectores. En los libros hay algo más importante que leer para aprobar una evaluación, entregar un reporte de lectura, apostar por actos que no siempre son bien entendidos (ideas principales, propósitos, etc.).


Si el objetivo de la maestra es formar lectores, insisto, va por el camino más corto pero en sentido contrario. Usando los recursos mencionados, y más, los lectores potenciales descubrirán que en un poema hay una frase que expresa un sentir pero que ellos no supieron darle palabras; que en un personaje hay rasgos que son comunes, que es posible soñar estando despiertos.

Publicado en "La Gualdra", suplemento cultural de La Jornada Zacatecas, 13 de enero de 2014.

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