Eduardo Campech Miranda
Cuando Enrique Peña Nieto cometió aquel triste desliz en la Feria Internacional del Libro, en Guadalajara (el primero de una bonita costumbre), las burlas, las críticas, las defensas y justificaciones, no se hicieron esperar. Los simpatizantes, aduladores y correligionarios del ahora presidente, esgrimían pírricas argumentaciones como defensa: Que si iba a ser presidente, no intelectual; que si ya habíamos tenido presidentes cultos y de nada nos había servido; que si es el reflejo de un país que no lee. Sin embargo, ellos no dimensionaban, o no querían hacerlo, la gravedad y las consecuencias de un desprecio a la cultura general.
A menos de un mes de asumir la
Presidencia de la República, supimos que el presupuesto del Consejo Nacional
para la Cultura y las Artes se reducía drásticamente, lo mismo sucedía en
algunas áreas de la Secretaría de Educación Pública, desapareciendo con ello al
Programa Nacional de Lectura. A la luz de los resultados internacionales (que
tanto les gusta, como autoridades, difundir para denostar al sistema educativo,
y no como verdadero interés en el área), de las prácticas de consumo cultural de
la población, de la urgente necesidad que este país tenga una sociedad más
participativa y demandante de los procesos democráticos, las decisiones
asumidas son muy lamentables.
Las condiciones de nuestro país
deben exigir programas de inclusión social, que a la par se conviertan en
reguladores de la conducta social. Es decir, una política pública hacia la
lectura no debe enfocarse única, y exclusivamente, en mejorar los estándares
internacionales. Si no que debe generar escenarios donde la lectura sirva no
sólo para aprobar materias. En días pasados una maestra de algún municipio
zacatecano, me preguntaba cómo hacer para que sus alumnos, de segundo grado de
secundaria, se interesaran por la lectura medieval (temática abordada de
acuerdo al plan de estudios). Sugerí que indagara en torno a su cotidianeidad,
sus usos y costumbres en la recreación, sus expectativas de vida. La respuesta
fue contundente y demoledora: quieren se sicarios.
Con anterioridad había escuchado
ese tipo de historias, pero ahora, quizá a consecuencia de la precisión de
algunos hechos, la narración me causó escalofrío. Por un momento me sentí
estúpido al ofrecer caminos hacia a la lectura a maestros en iguales
circunstancias. De inmediato el cuestionamiento: ¿qué puede ofrecer la lectura,
si lo que desean es dinero y poder? (los medios televisivos, principalmente,
han abonado mucho en este terreno), si los noticieros, el sistema político, la
farándula, la misma sociedad ha demostrado que se puede alcanzar el éxito
(entendiéndolo en términos de puro valor de cambio y del tener) sin contar con
el mínimo bagaje lector (y no me refiero a un canon en particular, si no a la
incapacidad de citar tres libritos) se puede gobernar este país y manipular
millones de voluntades.
La respuesta está en la misma
naturaleza de la lectura. Ésta no puede hacer milagros por sí sola. Recuerdo
que tuve algún entusiasmo cuando conocí que en cárceles brasileñas condonarían
años de pena por libros leídos. Ahora, creo que se puede invertir la dinámica:
apoyándose en otras disciplinas, acciones y programas, la lectura puede
propiciar horizontes más alentadores. Por todo ello es una pena la desaparición
de programas de lectura, y más lamentable, el silencio de los promotores de
lectura peñistas.
Publicado en "La Gualdra", suplemento cultural de La Jornada Zacatecas, enero 28 de 2013.
Publicado en "La Gualdra", suplemento cultural de La Jornada Zacatecas, enero 28 de 2013.
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