martes, 16 de abril de 2013

Horinzontes más alentadores



Eduardo Campech Miranda

Cuando Enrique Peña Nieto cometió aquel triste desliz en la Feria Internacional del Libro, en Guadalajara (el primero de una bonita costumbre), las burlas, las críticas, las defensas y justificaciones, no se hicieron esperar. Los simpatizantes, aduladores y correligionarios  del ahora presidente, esgrimían pírricas argumentaciones como defensa: Que si iba a ser presidente, no intelectual; que si ya habíamos tenido presidentes cultos y de nada nos había servido; que si es el reflejo de un país que no lee. Sin embargo, ellos no dimensionaban, o no querían hacerlo, la gravedad y las consecuencias de un desprecio a la cultura general.

A menos de un mes de asumir la Presidencia de la República, supimos que el presupuesto del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes se reducía drásticamente, lo mismo sucedía en algunas áreas de la Secretaría de Educación Pública, desapareciendo con ello al Programa Nacional de Lectura. A la luz de los resultados internacionales (que tanto les gusta, como autoridades, difundir para denostar al sistema educativo, y no como verdadero interés en el área), de las prácticas de consumo cultural de la población, de la urgente necesidad que este país tenga una sociedad más participativa y demandante de los procesos democráticos, las decisiones asumidas son muy lamentables.

Las condiciones de nuestro país deben exigir programas de inclusión social, que a la par se conviertan en reguladores de la conducta social. Es decir, una política pública hacia la lectura no debe enfocarse única, y exclusivamente, en mejorar los estándares internacionales. Si no que debe generar escenarios donde la lectura sirva no sólo para aprobar materias. En días pasados una maestra de algún municipio zacatecano, me preguntaba cómo hacer para que sus alumnos, de segundo grado de secundaria, se interesaran por la lectura medieval (temática abordada de acuerdo al plan de estudios). Sugerí que indagara en torno a su cotidianeidad, sus usos y costumbres en la recreación, sus expectativas de vida. La respuesta fue contundente y demoledora: quieren se sicarios.

Con anterioridad había escuchado ese tipo de historias, pero ahora, quizá a consecuencia de la precisión de algunos hechos, la narración me causó escalofrío. Por un momento me sentí estúpido al ofrecer caminos hacia a la lectura a maestros en iguales circunstancias. De inmediato el cuestionamiento: ¿qué puede ofrecer la lectura, si lo que desean es dinero y poder? (los medios televisivos, principalmente, han abonado mucho en este terreno), si los noticieros, el sistema político, la farándula, la misma sociedad ha demostrado que se puede alcanzar el éxito (entendiéndolo en términos de puro valor de cambio y del tener) sin contar con el mínimo bagaje lector (y no me refiero a un canon en particular, si no a la incapacidad de citar tres libritos) se puede gobernar este país y manipular millones de voluntades.

La respuesta está en la misma naturaleza de la lectura. Ésta no puede hacer milagros por sí sola. Recuerdo que tuve algún entusiasmo cuando conocí que en cárceles brasileñas condonarían años de pena por libros leídos. Ahora, creo que se puede invertir la dinámica: apoyándose en otras disciplinas, acciones y programas, la lectura puede propiciar horizontes más alentadores. Por todo ello es una pena la desaparición de programas de lectura, y más lamentable, el silencio de los promotores de lectura peñistas.

Publicado en "La Gualdra", suplemento cultural de La Jornada Zacatecas, enero 28 de 2013.

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