Eduardo
Campech Miranda
Dicen, los que
saben, que para facilitar la formación de lectores en educación básica, es
necesario cumplir con una serie de condiciones básicas. Por principio de
cuentas, una biblioteca escolar. Entendiendo biblioteca tanto en espacio como
en acervos. Desde el año 2000 la federación dota de libros a las escuelas
públicas, a través del Programa Nacional de Lectura (pnl). De esta manera, hoy los planteles cuentan tanto con bibliotecas
escolares como bibliotecas de aula. El programa que antecedió al pnl fue el de Libros del Rincón. Este
último sirvió para que de manera jocosa se enviaran los libros al rincón del
salón.
A pesar del
esfuerzo de dotar de material impreso a las escuelas, y por ende a los alumnos,
aún quedan muchas tareas pendientes: en muchos planteles la biblioteca escolar
se encuentra ubicada, por cuestiones de seguridad y conservación, en la
dirección. Es muy probable que ese sea el lugar donde menos desea acudir un
alumno. Por otro lado, es común que los libros no se presten ni al alumnado, ni
a los padres de familia. Y en algunos casos, incluso, no lleguen a las escuelas
y se desvíen a algún domicilio particular de funcionarios o docentes.
Teniendo presente
la carga laboral, el cumplimiento de todo tipo de convocatorias, festivales,
además de grupos sobrepoblados, es difícil, más no imposible, diseñar un
programa de promoción de la lectura en horas clase. Ahí es donde el promotor de
lectura, su figura como un ente profesional y especialista en el área debe
entrar a quite. Pero no como una actividad de entretenimiento o accesoria de la
educación. Por el contrario, como unas sesiones que facilitarán el tránsito
hacia la lectura utilizando diversas estrategias, las cuales no representen una
evaluación que incida en un status
aprobatorio, es decir, como una actividad extra curricular.
En este mismo
sentido, la asignatura de Taller de Lectura y Redacción, que se imparte en los
niveles Medio Superior y Superior, deberían privilegiar la escritura “libre de
riesgo”, según concepto de Gerardo Cirianni, sobre las normas y reglas de
escritura. Es más sencillo corregir en la práctica constante de la escritura,
acompañada o precedida por una lectura con una finalidad estética o recreativa,
que estar atado al temor de no saber si aquella palabra se escribe con “s” o
con “c”, la cual al final se escribe con “z” o, incluso, con “x”.
Es bueno,
indudablemente, invertir en computadoras, centros de cómputo, en colocar domos
o techar canchas deportivas y patios cívicos, en construir oficinas
administrativas del ámbito educativo. Es correcto, incentivar económicamente a
quien se prepare día a día. Sin embargo, si decimos preocuparnos por la lectura
y se privilegia todo (incluyendo unos sanitarios de varios millones de pesos),
o si esos sesudos doctores no aportan o investigan (al menos su práctica
docente) para abrir caminos y otorgar opciones a sus colegas, estaremos
simulando.
Publicado en "La Gualdra", suplemento cultural de La Jornada Zacatecas, 13 de agosto de 2012.
Publicado en "La Gualdra", suplemento cultural de La Jornada Zacatecas, 13 de agosto de 2012.
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