Eduardo
Campech Miranda
Crecer como lector
es una situación que cada persona que acostumbra leer debe tener presente.
Muchas veces las personas que fungen como mediadores de lectura tienen mayor
trayecto lector que el público con el cual trabaja. Sin embargo, su formación
lectora también debe seguir apuntalándose. Una de las estrategias que más me
han funcionado para los dos propósitos mencionados, son los círculos de
lectura. La dinámica es sencilla: seleccionamos un texto entre el grupo (en
ocasiones esta decisión cae en quien esto escribe), damos un tiempo o
cronograma para leerlo y se comenta.
Como textos de
arranque busco aquellos que sean accesibles tanto en lenguaje como en
argumento. Lo anterior sin menoscabo de la calidad literaria, generalmente
inicio con El cartero de Neruda de
Skármeta, El lector de Bernard
Schilk, Las batallas en el desierto
de José Emilio Pacheco, Querido Diego, te
abraza Quiela de Poniatowska o Canasta
de cuentos mexicanos de Traven. Desde luego que no niego la posibilidad de
incluir en esta lista algún libro que no sea de mi agrado. Sin embargo, también
busco que los asistentes busquen otras lecturas que les planteen nuevos retos
intelectuales. De ahí saltamos a cuentos de Paz, Arreola, poesía, pero a un
nivel y ritmo que cada uno determinará.
Al momento de
escribir estas líneas acudo a un Diplomado de mediación de la lectura. En él
confirmo la importancia y trascendencia que tiene el conversar y expresar las
interpretaciones de una obra literaria. La convergencia de conocimientos,
creencias, cosmovisiones, enriquece y abre ventanas nuevas a una misma lectura.
La conversación,
con el desacostumbrado acto de escuchar, junto con la lectura, son los
elementos esenciales de la actividad planteada. Por ejemplo, en un círculo de
lectura que coordino dentro de una dependencia gubernamental, leyendo el cuento
“Sangalote” de Pascuala Corona. En el texto se menciona que Sangalote se
encontró un tlaco, y no sabía qué
podía comprar con él. No teníamos diccionario a la mano y decidimos inferir que
se trataba de una unidad monetaria. Uno de los asistentes, con gran bagaje
cultural, mencionó que tlaco era, en
efecto, una moneda fraccionaria del real, con forma triangular. De ahí
recordamos que el nombre del poblado de Tacoaleche pudiera tener un origen a
partir de esta palabra. El contador, que fue quien nos habló de la moneda,
también refirió que el pequeño jardín en la convergencia de las calles Guerrero
y De Abajo, en la capital zacatecana, se le conoce como Jardín del Tlaco, por
su misma forma geométrica.
En este caso la
conversación sirvió para dar mayor exactitud a la comprensión del texto y
adquirir nuevos conocimientos. En otras ocasiones sirve para llamar la atención
sobre aspectos que para algunos no fueron importantes, pero que a partir de
escuchar y detectar otras profundidades de lectura (las que van más allá de la
lineal), se potencializa un crecimiento en la comprensión lectora. Hasta la
próxima.
Publicado en "La Gualdra", suplemento cultural de La Jornada Zacatecas, 6 de agosto de 2012.
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