domingo, 6 de mayo de 2012

¿Para qué sirve un libro?


Eduardo Campech Miranda


Hoy, y desde días anteriores, seguramente usted escuchará y conocerá cifras y comparaciones en torno a la lectura. Los medios electrónicos, la autopista de la información, los diarios, todos hablarán, dirán, por enésima vez, que México ocupa de los últimos lugares en competencia lectora, si no es que el último. Tendremos infinidad de comparaciones con Japón, Finlandia, España (que son las más recurrentes). Se echará la caballería contra los maestros, que en lugar de enseñar y promocionar la lectura toman calles y plazuelas, hacen marchas (como si ellos fueran directamente quienes decidieran la política educativa del país).

Escucharemos en varios actos, discursos con doble filo: por un lado, enaltecen y valoran a la lectura como una de las actividades más ricas, maravillosas, fundamentales para la vida (sobre todo, escolar), y esas mismas palabras, los delatarán como poco o nulos lectores. Y tal vez, quizá tal vez, aparezca la lectura en las contiendas electorales (hay que aprovechar las coyunturas).

Sin embargo, para mañana las cosas seguirán igual. Maestros, padres de familia, autoridades, bibliotecarios, que día a día engrosan el, aún no escrito, Manual para vacunar contra la lectura. Preocupados por mejorar los indicadores. Que se lea, como sea, pero que se lea. Total, en la guerra y el amor todo se vale y esta es una lucha contra la ignorancia.

Pero, ¿para qué sirve un libro? Esta pregunta la lancé en mi muro de Facebook, y comparto algunas de las respuestas: Un joven, Marco Saucedo Salas, exclama con todo el ímpetu: “¡Para qué no!”; Rosy Chavarría, desde el estado de Morelos, encuentra en el propósito la utilidad: “depende que uso le quieras dar... puede ser un objeto de mero ornato, un arma letal contra el aburrimiento, sirve también para lanzarlo a la cabeza de alguien... ¿pero qué culpa tiene el libro, verdad?... Algunos lo utilizan para nivelar las patas de una mesa, si es de buen tamaño para sentarse en el...”, Iván Kaddour-Rouge, muestra que hay de libros a libros: “Los libros de Carlos Cuauhtémoc Sánchez sirven muy bien para calzar las mesas.”; también hubo quien pide que la respuesta la ofrezca el personaje de la triste lectura, cuyo nombre no quiero acordarme; finalmente, Jovita Aguilar, como buena lectora, se explaya y nos comparte: “Pues mira, tengo libros desde que era niña, y desde entonces no puedo dejar de atesorarlos. Tengo sentimientos encontrados en relación a ellos: no sufro cuando pierdo uno que no me regresan (espero que le sirva a la gente que se lo queda) y al mismo tiempo quisiera tener todos los que me gustan. Los libros me han servido en momentos de tristeza y soledad, me han hecho olvidar mis penas; me han servido para aclarar mis dudas durante toda mi vida (y con mucha frecuencia, también me han confundido); me han servido para darme cuenta con horror que no se casi nada, y hoy a mis 50 años, ya no leo todo lo que llega a mis manos, ahora solo leo lo que me gusta ya sea por trabajo o por diversión. Los libros son compañeros de viaje, son cómplices y amigos, son psicólogos y filósofos. Gracias a ellos tengo ansias de viajar y conocer otros lugares y otras culturas. Ups!!! Mejor no sigo, creo que querías una respuesta más corta, ¿verdad?”

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