Eduardo Campech Miranda[i]
Yo siempre he sido lento y tardío para todo, excepto para la eyaculación, siempre fui muy precoz”. Joaquín Sabina
Ya en otras ocasiones he abordado el tema de la velocidad lectora. Vuelvo a él nuevamente, pero no desde la óptica de los famosos estándares de lectura, sino desde el placer de leer, desde la voluntad propia e independiente de leer un libro, el periódico, el devocionario, etc.
Hay algunas preguntas que recurrentemente me formulan: “¿Cómo puedo hacer para que mis hijos (alumnos, familiares, hermanos, primos, compañeros de trabajo, etc., etc.) lean?”; ¿Me puede recomendar un libro para que me diga cómo debo leer y comprender?, pero que no sea difícil, ni muy extenso, porque a mí no me gusta leer” y “¿Me puede indicar alguna técnica para leer rápido? Me gusta mucho leer, pero quiero leer más rápido porque tengo otras cosas que hacer.”
Hace un par de semanas, el blog Lecturalia publicó una entrada donde se vierten algunos consejos “para los que quieran sacarle el máximo partido de su lectura y disponer de poco tiempo para hacerlo”. Para iniciar la reflexión la autora refiere a Anne Jones, una chica que leyó Harry Potter y las reliquias de la muerte, en tan sólo 47 minutos y un segundo. Esas líneas me dejaron pensando en el placer de la lectura y en los placeres en general.
Entre los múltiples placeres de la vida, de los placeres terrenales, mundanos, están sin lugar a dudas el sexo, comer, descansar, divertirnos, sólo por mencionar algunos. Incluso hay quienes gozan cocinando, a pesar de que para otro sector poblacional pueda ser un martirio. Cualquiera o cualesquiera que sean los placeres de su predilección, tratará de extenderlos hasta donde sea posible. No concibo a la dama Jones, teniendo sexo con Brad Pitt (por mencionar un galán mundial) y quedando satisfecha ante una sesión de cinco minutos y veinte segundos. O viajando a París, hacer un recorrido por la Ciudad Luz (con el Museo de Louvre incluido) en dos días y cuatro horas.
El placer de la lectura, además de ser un placer intelectual, implica deleitarse con el lenguaje, disfrutar las palabras, crear imágenes mentales que son sólo nuestras, llevarnos el tiempo que creamos conveniente. El placer de la lectura, no conoce de velocímetros, ni de revoluciones por minuto. Es el placer de encontrarnos, reencontrarnos y descubrirnos en el texto del otro. Aún los profesionistas que son reacios a leer textos de su especialidad, como lo menciona Juan Domingo Argüelles, tendrían que platearse si realmente estudiaron por vocación, y no culpar a la lectura y a los libros de sus desgracias textuales.
Pero si está convencido de todo lo contrario a lo aquí argumentado, haga caso omiso. Consuma libros de quinientas páginas en menos de una hora, inscríbase a esos concursos estadounidenses de ingesta de comida rápida, disminuya sus charlas a un “hola y adiós”, pero principalmente, no se extrañe que está a punto de ser un eyaculector precoz.
[i] ecampech@yahoo.com.mx
Publicado en "La Gualdra", suplemento cultural de La Jornada Zacatecas, mayo 13 de 2012.
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