domingo, 3 de junio de 2012

De buenas intenciones está plagado el camino hacia la formación de no lectores.



Eduardo Campech Miranda

Los esfuerzos por formar lectores siempre serán bienvenidos. Es mejor iniciar algo que no hacer nada. Sin embargo, no son suficientes esfuerzos donde la buena intención sea el soporte de la acción. Ejemplos hay varios y los tenemos desde un nivel micro (en el hogar), hasta un nivel macro (los programas instrumentados desde las instancias gubernamentales): el padre preocupado por el porvenir de su vástago, que lo incita a leer, sin que él lea (ya hemos abordado este caso en varias ocasiones); el funcionario de mente brillante que ha descubierto que la lectura es una actividad muy poco practicada por los mexicanos, y fiel a la consigna “hágase la lectura en los bueyes de mi compadre”, lanza un proyecto al aire, total, “todos sabemos leer”, sin una planeación, con objetivos abstractos, y con el convencimiento de que la lectura brinda muchas bondades per se.

En ambos casos, y con frecuencia en la misma escuela, se olvidan de la naturaleza sociocultural de la lectura. Pasan por alto que no siempre se ha leído de la misma manera, ni en las mismas condiciones, con las mismas necesidades, propósitos, circunstancias. Están convencidos que se debe leer a cualquier precio, y que si un concierto de rock, una venta nocturna en tienda departamental, un partido de futbol, son capaces de convocar multitudes y voluntades, ¿por qué un acto de lectura, vaya, un evento de lectura debe ser diferente?

Un proyecto de lectura que busque generar lectores autónomos debe iniciar por el libre albedrío, sin acarreos, sin compromisos de amistad, y mucho menos sin que se usen puntos, en la calificación, a favor o en contra. No es un acto proselitista, a pesar de los tiempos electorales, donde se pueda llevar una gran cantidad de gente, ponderando el éxito de manera cuantitativa.

La implementación de un proyecto serio contempla la capacitación de los recursos humanos involucrados en el mismo, la consecución de metas y objetivos, partir de un propósito, diseñar un cronograma con actividades precisas y concretas, que apoyen a la difusión y promoción. En tanto no se cumplan, al menos, estas premisas, se seguirá simulando.

Las experiencias de formación de lectores han mostrado que el placer, la gratuidad, la libre decisión son fundamentales para tener éxito. El plantear la lectura desde el espacio íntimo que el lector crea y que sólo es de él, proporcionará seguridad y brindará la necesidad de repetir la experiencia. Los lectores formados bajo esos lineamientos saben que la lectura no es un acto aislado, que tiene muchos beneficios, pero que también depende de otras tantas variables.

Si el motor de fomentar la lectura es crear “buenos ciudadanos”, entonces la lectura seguirá siendo un castigo, y las bibliotecas el lugar de la condena. Un libro por sí mismo no cambiará la conducta, ni la realidad del lector. Es ingenuo pensarlo y sólo exhibe la relación que esa persona tiene con los libros y la lectura. Hay lectores que de inmediato prescinden del mediador, pero no son la mayoría. Mientras se siga pensando que sólo las buenas intenciones formarán lectores, seguiremos padeciendo lo que se quiere combatir.

Publicado en "La Gualdra", suplemento cultural de La Jornada Zacatecas.

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