Eduardo Campech Miranda
Los esfuerzos
por formar lectores siempre serán bienvenidos. Es mejor iniciar algo que no
hacer nada. Sin embargo, no son suficientes esfuerzos donde la buena intención
sea el soporte de la acción. Ejemplos hay varios y los tenemos desde un nivel
micro (en el hogar), hasta un nivel macro (los programas instrumentados desde las
instancias gubernamentales): el padre preocupado por el porvenir de su vástago,
que lo incita a leer, sin que él lea (ya hemos abordado este caso en varias
ocasiones); el funcionario de mente brillante que ha descubierto que la lectura
es una actividad muy poco practicada por los mexicanos, y fiel a la consigna
“hágase la lectura en los bueyes de mi compadre”, lanza un proyecto al aire,
total, “todos sabemos leer”, sin una planeación, con objetivos abstractos, y
con el convencimiento de que la lectura brinda muchas bondades per se.
En ambos casos,
y con frecuencia en la misma escuela, se olvidan de la naturaleza sociocultural
de la lectura. Pasan por alto que no siempre se ha leído de la misma manera, ni
en las mismas condiciones, con las mismas necesidades, propósitos,
circunstancias. Están convencidos que se debe leer a cualquier precio, y que si
un concierto de rock, una venta nocturna en tienda departamental, un partido de
futbol, son capaces de convocar multitudes y voluntades, ¿por qué un acto de
lectura, vaya, un evento de lectura debe ser diferente?
Un proyecto de
lectura que busque generar lectores autónomos debe iniciar por el libre
albedrío, sin acarreos, sin compromisos de amistad, y mucho menos sin que se
usen puntos, en la calificación, a favor o en contra. No es un acto
proselitista, a pesar de los tiempos electorales, donde se pueda llevar una
gran cantidad de gente, ponderando el éxito de manera cuantitativa.
La
implementación de un proyecto serio contempla la capacitación de los recursos
humanos involucrados en el mismo, la consecución de metas y objetivos, partir de
un propósito, diseñar un cronograma con actividades precisas y concretas, que
apoyen a la difusión y promoción. En tanto no se cumplan, al menos, estas
premisas, se seguirá simulando.
Las experiencias
de formación de lectores han mostrado que el placer, la gratuidad, la libre
decisión son fundamentales para tener éxito. El plantear la lectura desde el
espacio íntimo que el lector crea y que sólo es de él, proporcionará seguridad
y brindará la necesidad de repetir la experiencia. Los lectores formados bajo
esos lineamientos saben que la lectura no es un acto aislado, que tiene muchos
beneficios, pero que también depende de otras tantas variables.
Si el motor de
fomentar la lectura es crear “buenos ciudadanos”, entonces la lectura seguirá
siendo un castigo, y las bibliotecas el lugar de la condena. Un libro por sí
mismo no cambiará la conducta, ni la realidad del lector. Es ingenuo pensarlo y
sólo exhibe la relación que esa persona tiene con los libros y la lectura. Hay
lectores que de inmediato prescinden del mediador, pero no son la mayoría.
Mientras se siga pensando que sólo las buenas intenciones formarán lectores,
seguiremos padeciendo lo que se quiere combatir.
Publicado en "La Gualdra", suplemento cultural de La Jornada Zacatecas.
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