lunes, 30 de abril de 2012

Por qué el arte nos puede salvar como sociedad en esta época.



Eduardo Campech Miranda.

Antes de salir de vacaciones, proyecté a unos niños de sexto grado la cinta La vida es bella, de Roberto Benigni. Durante el desarrollo de la trama, fue muy evidente el impacto que iba causando la película en cada uno de los chicos. Así, hubo quienes no prestaron mayor interés y en la primera oportunidad se retiraron. La mayoría de estos niños tienen un raquítico o nulo acercamiento con las diversas manifestaciones artísticas, practican deportes de contacto y son expertos en videojuegos.

Un segundo sector, lo conformaron quienes se interesaron por la película, pero tuvieron que retirarse (algunas fallas técnicas y de logística retardaron el inicio). Varias señoritas y jovencitos preguntaron dónde podrían conseguir la película y el fina de la misma. Curiosamente, estos niños leen con frecuencia, asisten a eventos culturales, mantienen una conversación constante con sus padres.

El último tercio del grupo se divide en dos subgrupos: los que se quedaron por interés real y los que tuvieron que quedarse. Éstos últimos estaban más pendientes de la hora en que llegarían por ellos que por la cinta. El número de ellos realmente fue breve, a los sumo tres. En tanto, en los primeros, se presentó la siguiente dinámica. Cuando comienza la persecución hacia los judíos, y se colorea de verde al caballo, sólo quienes siguieron la trama desde el inicio lo asumieron como una escena dramática. Para los otros, fue algo chusco.

Lo mismo sucedió en las últimas escenas, cuando Guido intenta escapar y rescatar a su amada principessa. Mientras algunas señoritas y dos o tres jóvenes, aguantaban las lágrimas ante el funesto desenlace, otro preguntaba a qué hora lo iba a fusilar, con un interés mórbido, y haciendo burla y escarnio de sus compañeras. Es decir, se presentaron al mismo tiempo dos posturas ante el dolor ajeno: la solidaridad y empatía por un lado, y la indiferencia y burla por otro. A estas alturas no me extrañó que los alumnos que manifestaban simpatía por el protagonista, practican alguna disciplina artística o deportes de conjunto, van exposiciones, conciertos, obras de teatro. Con el otro chico paso exactamente lo contrario.

Zacatecas es una ciudad que ofrece múltiples oportunidades de apreciación artística, es co-responsabilidad de la escuela y la familia de acercar la cultura a la población. Y me refiero a un fin estético, de apreciación, y no sólo a que se envíe a los chicos a los museos, se pasen copiando la ficha técnica (como si eso fuera lo más importante) y no aprecien la obra de arte en sí misma.

Hace un par de años, la licenciada Luisa Hernández y su hermoso proyecto Gira Pirinola, mostró que es cuestión de voluntad institucional el llevar conciertos didácticos a las colonias de la capital zacateca y descentralizar la oferta cultural. El proyecto tuvo trabas, cuando se requirió que las instituciones asumieran lo que un grupo de ciudadanos voluntarios hicieron durante algunos meses. Es tiempo de empatar la política cultural y la educativa. Hasta la próxima.

Publicado en "La Gualdra", suplemento cultural de La Jornada Zacatecas, abril 16 de 2012.

No hay comentarios:

Publicar un comentario