Eduardo Campech Miranda.
Antes de salir de vacaciones,
proyecté a unos niños de sexto grado la cinta La vida es bella, de Roberto Benigni. Durante el desarrollo de la
trama, fue muy evidente el impacto que iba causando la película en cada uno de
los chicos. Así, hubo quienes no prestaron mayor interés y en la primera
oportunidad se retiraron. La mayoría de estos niños tienen un raquítico o nulo
acercamiento con las diversas manifestaciones artísticas, practican deportes de
contacto y son expertos en videojuegos.
Un segundo sector, lo conformaron
quienes se interesaron por la película, pero tuvieron que retirarse (algunas
fallas técnicas y de logística retardaron el inicio). Varias señoritas y jovencitos
preguntaron dónde podrían conseguir la película y el fina de la misma.
Curiosamente, estos niños leen con frecuencia, asisten a eventos culturales,
mantienen una conversación constante con sus padres.
El último tercio del grupo se
divide en dos subgrupos: los que se quedaron por interés real y los que tuvieron
que quedarse. Éstos últimos estaban más pendientes de la hora en que llegarían
por ellos que por la cinta. El número de ellos realmente fue breve, a los sumo
tres. En tanto, en los primeros, se presentó la siguiente dinámica. Cuando
comienza la persecución hacia los judíos, y se colorea de verde al caballo,
sólo quienes siguieron la trama desde el inicio lo asumieron como una escena
dramática. Para los otros, fue algo chusco.
Lo mismo sucedió en las últimas
escenas, cuando Guido intenta escapar y rescatar a su amada principessa. Mientras algunas señoritas y dos o tres jóvenes,
aguantaban las lágrimas ante el funesto desenlace, otro preguntaba a qué hora
lo iba a fusilar, con un interés mórbido, y haciendo burla y escarnio de sus
compañeras. Es decir, se presentaron al mismo tiempo dos posturas ante el dolor
ajeno: la solidaridad y empatía por un lado, y la indiferencia y burla por
otro. A estas alturas no me extrañó que los alumnos que manifestaban simpatía
por el protagonista, practican alguna disciplina artística o deportes de
conjunto, van exposiciones, conciertos, obras de teatro. Con el otro chico paso
exactamente lo contrario.
Zacatecas es una ciudad que
ofrece múltiples oportunidades de apreciación artística, es co-responsabilidad
de la escuela y la familia de acercar la cultura a la población. Y me refiero a
un fin estético, de apreciación, y no sólo a que se envíe a los chicos a los
museos, se pasen copiando la ficha técnica (como si eso fuera lo más
importante) y no aprecien la obra de arte en sí misma.
Hace un par de años, la
licenciada Luisa Hernández y su hermoso proyecto Gira Pirinola, mostró que es cuestión de voluntad institucional el
llevar conciertos didácticos a las colonias de la capital zacateca y
descentralizar la oferta cultural. El proyecto tuvo trabas, cuando se requirió
que las instituciones asumieran lo que un grupo de ciudadanos voluntarios
hicieron durante algunos meses. Es tiempo de empatar la política cultural y la
educativa. Hasta la próxima.
Publicado en "La Gualdra", suplemento cultural de La Jornada Zacatecas, abril 16 de 2012.
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