lunes, 21 de febrero de 2011

Día Internacional de la Lengua Materna: Cuento de conejo y coyote

Como una de las acciones para conmemorar el Día Internacional de la Lengua Materna, el Programa Nacional Salas de Lectura del CONACULTA, y administrado en Zacatecas por el Instituto Zacatecano de Cultura, y la Coordinación Estatal de Bibliotecas, a través de la Biblioteca Pública Central Estatal "Mauricio Magdaleno", invitaron a dos grupos de primer grado, de la Escuela Primaria "Soledad Fernández", a escuchar   el cuento zapoteco Conejo y coyote. 


Después de dar la bienvenida por parte del coordinación Profr. Eduardo Mendoza Villalpando, se escuchó un fragmento del texto en la lengua original. Se decidió de esta manera para evitar que se propiciara el cansancio, fastidio y aburrimiento. Después, comenzó la lectura en voz alta apoyada por títeres planos. Ángeles Valle interpretó a Conejo, José Luis Martínez a Coyote y Eduardo Campech hizo la narración.

La actividad fue posible gracias al apoyo del enlace estatal del Programa Nacional Salas de Lectura en Zacatecas, Adolfo González Juárez, así como el personal de la biblioteca, en particular: Leticia Quintana, Efrén Collazo, Silvia Cervantes y Alejandro Alvarado.

domingo, 20 de febrero de 2011

Crónicas desde el mercado I

Después de cinco años hemos vuelto al mercado Alma Obrera. Nuevamente el señor Raymundo Márquez es el conducto para llegar a este espacio. El equipo de trabajo esta integrado por Ma. de los Ángeles Valle López, José Luis Martínez Rodríguez y Eduardo Campech Miranda. Otro cambio es el horario. Ahora el trabajo se realizará los martes a las 13:00 horas. Con la incertidumbre propia de cada nuevo grupo, llegamos al mercado y buscamos al señor Raymundo en la tortillería. El joven que atendía el negocio nos comunicó que salió a buscarnos. Caras conocidas nos sonreían en el puesto de verduras y abarrotes de enfrente.

Fue muy grato encontrarnos con los anuncios que los propios locatarios, en particular el señor Márquez, habían hecho para dar a conocer el inicio de los trabajos. El 8 de febrero de 2011 no parecía una mañana de invierno zacatecano. El sol resplandecía, calentaba y quemaba cual verano. Hicimos un recorrido entre los locales y salimos hacia la fachada principal. Ahí nos esperaba don Raymundo. La incertidumbre comenzaba a perder terreno ante la desolación del paisaje. No había un sólo niño o niña dispuesto a participar en la actividad de la biblioteca (así se promocionó y así se nos conoce por la experiencia anterior). El reloj ya marcaba las 13:20 horas y nosotros esperábamos estoicamente bajo el astro rey.

Tímidamente se acercó una pequeñita. Las madres de familia nos veían pero no decían nada. Nosotros las invitábamos para que llevaran a sus hijos. De pronto y como si fuera un mago, don Raymundo llegó con una decena de pequeñines. Lo acompañaba una señora que acudió a las actividades en el 2005. No recuerdo su nombre. Familiarmente le hablé, le pregunté si se acordaba de mi. Por respuesta obtuve un "¡quién se acuerda de qué!, ¡nadie se acuerda de nadie!". Con la finalidad de que los niños no fueran presa de la desesperación y romper el hielo, José Luis inició con el juego de "Conejos y conejeras". Ante la necesidad de contar con un miembro más, invitó a la señora mencionada a jugar. El hecho de que dos adultos jugaran con una decena de niños en el mercado comenzó a llamar la atención de los transeúntes. La señora, argumentando mucho quehacer, se retiró.

Los niños siguieron llegando. Cuando ya tuvimos alrededor de unos veinte, inicié la lectura del primer capítulo del libro Las orejas de Urbano de Francisco Hinojosa. Aquí debo aclarar que llevábamos preparadas unas actividades con la monografía de Zacatecas, sin embargo, la variedad de edades era un inconveniente para llevarlas a cabo, por ello se apostó por la lectura en voz alta. Los infantes seguían llegando y el sol dejaba de ser un perrito faldero para convertirse en un cancerbero feroz. Los transeúntes, la clientela del mercado nos veían con curiosidad.

Se les solicitó que dibujaran al protagonista de la lectura: Urbano, el niño con una oreja más grande que la otra, con la más pequeña escucha los sonidos convencionales, pero con la grande, escucha los pensamientos. Cuando realizaban la actividad fui por unos pequeñitos, hijos de una señora que vende afuera del mercado. El mayor, que responde a Pancho, acudió con todo y chupón. Ángeles y José Luis distribuían hojas, lápices y crayolas. Al término de la actividad los niños nos pedían que nos quedáramos más tiempo. Las mamás se acercaban y preguntaban si eramos de la presidencia municipal y que cuándo íbamos a regresar. Concluimos esta primera expedición con una ronda tradicional mexicana: "Jugaremos en el bosque", coordinada por José Luis, con mucha satisfacción al ver que tuvimos más de veinte niños.




sábado, 19 de febrero de 2011

El bibliotecario: primer usuario de la biblioteca

Eduardo Campech Miranda




El primer usuario de la biblioteca, por definición y por congruencia, debe ser el bibliotecario. Éste debe erguirse como el experto en libros, y por consiguiente, en lector. Es decir, si un carnicero es vegetariano, si un carpintero es alérgico al aserrín, si un albañil no sabe diferenciar entre la cal y el cemento, o sencillamente si un médico se siente aterrado y llega a desmayar se por presenciar una hemorragia, entonces dudaremos mucho de contratar los servicios de cualquiera de estos profesionales. Lo mismo sucede a la sociedad cuando se enfrenta a un bibliotecario que en su infancia o adolescencia fue vacunado contra la lectura. Y hablo en este caso de bibliotecarios porque es el ámbito que nos ocupa, pero esta recomendación bien puede hacerse expansiva a todos los mediadores de lectura.
Iniciaré haciendo un breve recuento de mi experiencia como lector y formador de lectores. Recuerdo mi terror y emoción la primera vez que ingresé a una biblioteca. Cursaba el segundo de secundaria. Y era así porque sencillamente yo no era lector. En esa época tuve la fortuna (ahora, al pasar de los años, creo que fue más un infortunio) de que en la materia de español, nos obligaban a leer las ediciones de Porrúa y que en su gran mayoría incluían un estudio introductorio y un argumento. Suficiente para presentar la evaluación correspondiente y aprobar con la consigna de que “después del seis todo es vanidad”. Así pasaron junto a mí Santa de Federico Gamboa, El Zarco y Navidad en las montañas, de Ignacio Manuel Altamirano, Comedias de Juan Ruiz de Alarcón, Cuatro comedias de Molière, pero sólo eso; pasaron por mis manos y no por mis ojos, neuronas ni corazón.
Sería hasta tercer grado cuando mi entonces maestra Claudia Pastrana nos “recetó” Canasta de cuentos mexicanos, de B. Traven. Fue el primer libro que leí completo. En ese mismo año descubrí la poesía modernista y en un juego fortuito propiciado por la ignorancia, confundía las letras de “Nocturno a Rosario” de Manuel Acuña con la canción “Ella” de José Alfredo Jiménez. Y no era extraño que cantara el primero y recitara la segunda. Hago este recuento sencillamente porque es la base para mi trabajo de bibliotecario y promotor de lectura (de hecho al decir bibliotecario debo incluir al promotor de manera indisoluble).
Años después me encontraría en esta ciudad de plata y cantera, cumpliendo un sueño: laborar en la Biblioteca Central Estatal de Zacatecas. El primer día de trabajo intercambié impresiones con algunos compañeros, entre ellos Arturo Briseño Soriano y José Luis Martínez Rodríguez, ambos intendentes.
Nueve o diez años después, las cosas habían cambiado. Arturo y José Luis ya eran bibliotecarios, su trabajo constante era reconocido con una oportunidad. Se generó un proyecto de gestar un área al interior de la biblioteca que se dedicara exclusivamente al fomento de la lectura. En él la iniciamos la ingeniera Perla Martínez Murillo y un servidor. Una de las primeras acciones implementadas fueron los círculos de lectura con los compañeros. La dinámica se modificó y el interés comenzó a centrarse en la manera adecuada de leer en voz alta. El bibliotecario con más entusiasmo fue José Luis. Hasta entonces, él consideraba que leer en voz alta correctamente era una cuestión genética, una virtud con la que se nace. Le comentamos que e l trabajo y la práctica eran las herramientas que le permitirían dominar la técnica de esta modalidad de lectura.
José Luis confesaba no ser lector. Es más, que no le gustaba leer. No recuerdo con claridad si surgió de él o de nosotros la inquietud de recomendarle un libro. En ese instante recordé mi paso por la secundaria, a la maestra Pastrana y Canasta de cuentos mexicanos. José Luis quedó atrapado por los cuentos de Traven. Acabábamos de generar otra cuestión común para ambos: nuestro primer libro. El siguiente fin de semana José Luis sacó en préstamo El perfume de Patrick Süskind —sí, José Luis ya había tramitado y utilizaba para él su credencial de préstamo a domicilio. A primera instancia me parecía un riesgo que un nuevo lector se enfrentara a un texto cuyos referentes suponía estaban fuera de su alcance. Aunado a ello, la tipografía me parecía podría ser un obstáculo (cuántas veces no hemos escuchado como pretexto o como preferencia que “las letras están muy chiquitas”), pero finalmente eran prejuicios míos, porque el lunes, José Luis había leído completo el libro. ¡El perfume leído en dos días por un lector inicial! ¿y decimos que no tenemos tiempo de leer?
Posteriormente José Luis siguió leyendo y seguimos recomendando: Clemencia de Ignacio Manuel Altamirano, Días de pinta, rica antología de cuentos modernos, y comenzó a apasionarse por la poesía. José Luis leía en su casa en voz alta, al grado de que su esposa e hijos le preguntaban si estaba loco; su entrada a la biblioteca era a las 9:00 horas y llegaba una hora antes, y en e l silencio de la sala general se ponía a leer en voz alta. En la capacitación para Mis Vacaciones en la Biblioteca 2003, José Luis quiso integrarse con todo su entusiasmo para aprender más. Así lo hizo y su desempeño fue sobresaliente al grado de que al siguiente año la Dirección General de Bibliotecas del Conaculta lo invitó a que cursara el Diplomado en Promoción de la Lectura ofertado por la Asociación Mexicana para e l Fomento del Libro Infantil y Juvenil, IBBY México. Ahora, no hay duda, José Luis es un lector y esto se refleja en las bibliotecas del municipio de Guadalupe, Zacatecas, donde es Coordinador y contagia el amor por los libros y la lectura.
Si un bibliotecario no es lector, si no conoce los libros, no podrá hacer recomendaciones. Por ejemplo, si una señora llega a la sala general y pide un libro de García Márquez, un libro de cocina mexicana o Arráncame la vida de Ángeles Mastretta, sencillamente recurre a los catálogos y asunto solucionado. ¿Qué sucede si alguien nos solicita un libro para llorar, para reír, para leer en familia, para emocionarnos, para sentir miedo, para leer en el baño, para leerlo a la pareja después de hacer el amor? Si el mediador, ahora bibliotecario, no está familiarizado con los libros, se encontrará con la dificultad de que los catálogos públicos sólo son tres: autor, tema y materia. ¿Qué tal ir generando con los mismos bibliotecarios y con los usuarios un catálogo de sensaciones, evocaciones, emociones, espacios y momentos de lectura? Acercarnos a los lectores e iniciar una conversación e intercambio de opiniones en torno a los libros. Si no somos lectores, acercarnos al usuario que sí lo es. Y si lo somos, acercarnos al que espera una orientación y deposita su confianza en nosotros.
Hemos  llegado pues a otro aspecto fundamental en la formación de nuevos lectores: el saber escuchar. Ya comenté lo sucedido con José Luis y su proceso lector. Si mis múltiples interrogantes y dudas de su capacidad de entendimiento, comprensión y disfrute de El perfume se hubiesen interpuesto como una especie de censura, seguramente José Luis no leería el texto. Voy a referirme a otra experiencia en este sentido.
En octubre del año pasado, el señor Raymundo Márquez acudió a la biblioteca para solicitar actividades de lectura para los niños del mercado “Alma Obrera”. Él es el representante de los locatarios del lugar y junto con su esposa María de Jesús Correa y otros comerciantes como Jovita Oseguera, estaban interesados en ofrecer opciones de desarrollo a la población de una colonia humilde de la periferia zacatecana. Este trabajo quedó inconcluso en abril o marzo pasados, pero arrojó importantes datos y confirmó otros. Durante estos meses se involucraron los siguientes compañeros y compañeras: Víctor Hugo García Sandoval, Lucía García Carrillo, Arturo Briseño Soriano, Javier Pinedo Pinedo y la maestra Laura Soto Maltos. Todos ellos en su oportunidad trabajaron con niños. Se llegó a convocar a veintiocho. Por mi parte, trabajé con jóvenes y adultos. Desde luego hubo más eco de los segundos, pero nunca pasaron de cinco o seis.
En un principio llevé lecturas que consideré “adecuadas” para ellos: ¿Águila o sol? de Octavio Paz; La feria, Confabulario y Estas páginas mías de Juan José Arreola; El Llano en llamas de Juan Rulfo, entre otros. Los escasos tres o cinco adultos que acudían se llevaban los libros a su casa. Y yo creía que los leían. Sin embargo, no contaba con ningún indicador que así fuera, salvo algunos comentarios del señor Raymundo. Hasta que un día una charla detonó lo que sería la nueva dinámica de la actividad. Conversando, con la finalidad de sensibilizar en torno al tema de los hijos, comencé platicando un fragmento de mi historia de vida.
Tenemos estereotipos que son lapidarios o estigmáticos, uno de ellos son las conversaciones que se vierten en este tipo de espacios: “¡pareces verdulera!”, “¡hasta parece mercado, puros chismes!”. Pues bien, al concluir mi participación, Jovita, quien tiene un local de gorditas de guisados, me preguntó muy seria: “¿Qué no ha leído a Carl Jung?”. Aún no salía de mi sorpresa cuando María de Jesús Márquez, la señora de la tortillería, secunda la explicación que me daba Jovita: “Eso también lo dice Freud”. ¿Cómo habían llegado esos autores y esas lecturas a un espacio como el mercado? Sencillamente porque ambas mujeres habían estado en un curso de metafísica o gnósticos, o algo por el estilo ahí les habían compartido algún material de estos autores. Fue entonces que se me ocurrió preguntar acerca de su creencia en el zodiaco y vidas extraterrestres y temas afines.
Para la próxima sesión llevé un título que encontré en el área de cocina de la biblioteca Cocina Zodiacal, y otro texto de divulgación científica Vida extraterrestre, ambos fueron solicitados para leerlos en sus casas. Ese fue el inicio de conversaciones y recomendaciones de los libros que se leían. Entre los asistentes se comentaban los libros y ofrecían sus puntos de vista. Desafortunadamente dejamos de acudir con regularidad y cuando volvimos, ya no encontramos a nadie.
A manera de conclusión me gustaría enunciar y resumir dos enseñanzas que adquirí con estas dos experiencias, las cuales a los ojos de los teóricos podrían parecer Verdad de Perogrullo, y que sin embargo me convencen y motivan para seguir trabajando en la formación de lectores con jóvenes y adultos: La primera es que no echemos en saco roto nuestra propia formación, retomemos las lecturas que nos hicieron disfrutar y nos abrieron otros mundos; y la segunda que escuchemos a los destinatarios de nuestros esfuerzos, sus intereses son tan válidos como el que más, para que de esta manera tengamos un cimiento en el cual apoyarnos al momento de la selección de libros para un sector específico. Ambas cuestiones se consiguen siempre y cuando seamos lectores y, por consiguiente, usuarios de la biblioteca.
Para terminar, contaré una última anécdota con un compañero bibliotecario que, creo, es un buen ejemplo de lo que la lectura puede generar, descubriéndonos, encontrándonos, conociéndonos, una y mil veces. En una búsqueda que no se agota. Entre los soportes textuales que mayor demanda tienen entre los usuarios y trabajadores de la biblioteca está el diario deportivo Esto. El futbol es una de las pasiones de los bibliotecarios. Observando esta situación me acerqué a uno de ellos, Antonio Hernández Saucedo, “Toñito”, como lo conocemos. Le ofrecí un libro que acababa de adquirir, El futbol a sol y sombra de Eduardo Galeano, mismo que no tiene imágenes más allá de unas sombras a manera de viñetas, de cuerpos humanos practicando este deporte. En él se cuentan las hazañas y el contexto histórico social que las enmarcan. Cuando “Toñito” me entregó el libro lo hizo con el siguiente comentario: “Está bueno el libro. ¡Qué golazos!”.

Ponencia presentada  en el VI Congreso Nacional de Bibliotecas Públicas "La Red Nacional: Evaluación de sus Programas" el 22 de septiembre de 2006, en la ciudad de Zacatecas, Zac.

sábado, 12 de febrero de 2011

Taller de dinamización de la lectura en Río Grande, Zacatecas

El viernes 4 de febrero del presente año se llevó a cabo el taller de "Dinamización de la lectura", dirigido a personal bibliotecario (de bibliotecas públicas y bibliotecas de Centro de Maestros) del municipio de Río Grande, Zacatecas. La sede fue la Biblioteca Pública Municipal, ubicada en las instalaciones del Centro Cultural.

Quien participó lo hizo de una manera entusiasta y desinteresada. La disposición y actitud receptiva motivo un espacio de aprendizaje, además de compartir experiencias. En general, consideramos que el taller cumplió sus propósitos y más. Ojalá y a partir de esta experiencia se de una colaboración (institucional y/o personal) entre los distintos actores bibliotecarios.

miércoles, 9 de febrero de 2011

Cómo juzgar un texto literario

Raquel M. Barthe


Forma y contenido


Un texto literario está compuesto por un contenido y una forma que incluye la estructura y el lenguaje. El contenido es producto de la creatividad del autor. La forma es producto de la técnica. No todos los libros para niños y jóvenes pueden clasificarse como Literatura Infantil y Juvenil (LIJ). Esto sucede porque hay que diferenciar los tipos textuales que los componen, ya que no es lo mismo un texto informativo, argumentativo o instructivo, que un texto literario. La LIJ trata solamente de esta última tipología.

Mediadores


Hay diversas posturas frente a la LIJ que se les da a leer a los niños y jóvenes. Algunos consideran que cuando el libro muestra una realidad ajena a la que vive el lector, no será del interés de estos. Por ejemplo, para un niño que vive en una zona rural, apartada del centro urbano, no debería dársele a leer un libro cuyos personajes vivan en una cómoda vivienda rodeados de todas las tecnologías de avanzada. Pero como también es cierto que la Literatura posee un potencial informativo (tanto la general como la destinada a la infancia y la juventud) y contiene
una postura ideológica, al mismo tiempo que entretiene, despierta la curiosidad y estimula la fantasía. Es entonces a través de la lectura como una persona ensancha sus horizontes y adquiere conocimientos de otras culturas, épocas y lugares geográficos. Y vuelvo a los ejemplos: quien vive en zonas tropicales solo podrá tener una idea de lo que significa la nieve a través de lo que escucha, lee o ve en el televisor o el cine. De esta manera también el mar se acerca a las zonas mediterráneas[1] o las montañas a las planicies. De igual forma, todos podemos también imaginar el pasado. Pero si a una comunidad que vive aislada, lejos de los avances de la civilización la mantenemos también apartada de los libros que le permita conocer otras realidades y soñar con superar sus dificultades, ¿no la estaremos condenando a permanecer en la ignorancia, sin posibilidades de evolucionar? Es así como algunos, en la imposibilidad de lograr cambios que puedan mejorar la vida de su comunidad, deciden emigrar y abandonan sus costumbres y tradiciones, perdiendo sus raíces e identidad.

Sin embargo, esta posición frente a la literatura solo se aplica a los niños, ya que es frecuente la existencia de un "mediador" entre el libro y el lector, pero no sucede lo mismo con la literatura general, puesto que el adulto elige el libro que leerá y goza también de la libertad de elegir "no leer". No obstante, con los niños es frecuente que, al ser la escuela el lugar donde se inician en la lectura literaria, sean los docentes quienes se arroguen el derecho de elegir por ellos. 

Intervención de la Escuela

Sí, es cierto que los maestros tienen el deber de guiar, recomendar y promover la lectura para que la alfabetización pueda ser utilizada en la vida cotidiana y ayude a potenciar la capacidad lectora de los alumnos, pero de ninguna manera deberán "imponer" las lecturas porque es entonces cuando la LIJ se transforma en una "herramienta didáctica" al servicio de la escuela.

Cada vez que intento iniciar un estudio de la LIJ, tropiezo con el mismo problema y es que casi siempre reviste un interés didáctico y se la termina usando "para", olvidándose del placer de leer y de la formación de lectores críticos y competentes. Este escollo o piedra en el camino deriva de la falta de actualización de la educación que continúa enseñando contenidos en lugar de desarrollar competencias y para profundizar este tema, recomiendo la lectura de Guía para la formación de nuevos docentes.[2] La lectura de este libro muestra también el posicionamiento de la Escuela en un paradigma conductista que, pese a los currículos escolares actuales, no termina de erradicarse.

La escuela como mediadora

En cuanto a los jóvenes y los niños, solo leen en la escuela durante el ciclo lectivo. Esta franja etaria no considera la lectura fuera del ámbito escolar ni que pueda tener una finalidad placentera y gratuita. La escuela, a veces primera mediadora entre ellos y los libros, les enseña a leer, pero no les deja tiempo para la práctica de una lectura voluntaria y regalada. Por lo tanto, el alumno recibe el mensaje subyacente de que "leer literatura es perder el tiempo" y solo el ocio ("madre de todos los vicios") permite ese tipo de lectura.

Aunque el libro propuesto por la/el docente sea una atractiva novela, "hay que trabajarla y calificarla" y al alumno solo le interesará la nota final. La conclusión es que la escuela no enseña para la vida, sino que "la escuela enseña para la escuela". Entonces la importancia está en las notas (premio o castigo) que transforman los boletines en trofeos y no en el espejo donde el educando debería ver reflejados sus logros.

Dada la cantidad de libros que recibo para prensa y difusión y que comento en El Mangrullo, decidí prestarlos a los chicos del barrio, a modo de "Biblioteca Barrial". Con sorpresa descubrí que estos niños se acercaban a pedirme libros solamente durante las vacaciones (de invierno y verano) y, ante mis preguntas, alegaron que durante el período de clases "no tenían tiempo para leer". Entonces mi perplejidad fue, ¿por qué la escuela enseña a leer si luego no les permite leer?

Comprensión e interpretación

La "comprensión" lectora solamente puede aplicarse a los textos informativos, argumentativos e instructivos, mientras que el texto literario requiere "interpretación", puesto que su principal característica es el plural de lecturas que brinda a sus lectores y que necesita de una lectura connotativa donde no todo está dicho con palabras.Y por lo antedicho, es importante recordar en, el momento de juzgar un texto literario, que lo más importante no es su forma ni el argumento, sino el contenido profundo porque es allí donde debemos apuntar para un buen análisis de la obra.

En ese "plural de lecturas" mencionados, que subyacen por debajo del texto escrito con palabras, es donde un texto "dice" sin decir, dice con silencios, sugiere, pero no explicita la idea. Es el lector competente quien descubrirá lo que ese texto encierra y oculta a los ojos de un lego. Entonces, además de comprender lo que se lee, vemos que la literatura exige una interpretación mucho más profunda.

El mercado está plagado de libros infantiles que intentan venderse como "literatura infantil" y debemos estar alertas para no confundirnos y poder diferenciarlos. Quizá debamos dar más crédito a la intuición de los pequeños que captan inmediatamente la diferencia entre un relato, una historia o un cuento y lo primero que dicen es "pero no pasa nada..." Esta expresión espontánea e ingenua nos indica que no hay un conflicto que pueda resolverse en el desenlace, entonces, en lugar de una resolución final aparece la moralina en forma explícita, por si el niño no lo hubiese entendido. Explicaciones innecesarias que subestiman y menosprecian la capacidad de entender, comprender e interpretar de los niños. Este tipo de libros (relatos, anécdotas, historias) que intentan pasar por cuentos, suelen tener una lectura unívoca; es decir que todo está dicho con palabras y no se puede comprender otra cosa más que el mensaje premeditado del autor al niño, con el propósito de enseñarle algo.
______________

[1] El niño que soñaba el mar, de José Murillo.
[2] LUCHETTI, Elena. Guía para la formación de nuevos docentes. -- Buenos
Aires : Bonum, 2008. -- 112 p. ; 22 cm. -- ISBN 978-950-507-827-1.
Fuente
El Mangrullo  http://usuarios.sion.com/mangrullo/
Año 11 Número 127 - 1 de febrero de 2011

Artículo obtenido a través de la lista ANIMACIONALALECTURA de rediris

domingo, 6 de febrero de 2011

Los libros y los días

Amor a la lectura por Guillermo Urbizu, 1 de junio de 2006.

"La vida es un temblor, una inquietud que se contempla en el espejo del tiempo. Luces y sombras entre una muchedumbre de indiferencia. O el revuelo de unas lágrimas en el rostro, mientras el óxido del otoño reza de belleza el paisaje de los años. Nada es inútil. Cada brizna de lenguaje es la obertura de una memoria futura que nos recuerda tal y como somos. Pero ¿qué somos? Ésa es la seducción que nos carcome, la emoción más pura que puja en el alma del hombre. Nada es inútil. Nada. Porque amamos. Y buscamos ser amados. He aquí el sentido último de la rutina, o el de la mirada, o el de la lectura.

Leer es no cansarse de mirar. Es como sumergirse en el sueño de una fotografía y su profundidad. Una fotografía que es imagen muda de un paisaje incierto pero a la vez definitivo. Desde su fondo otra mirada nos observa, en una lengua que se adivina curiosa y llena de delicados secretos. ¿Qué nos dice su estilo, qué nos sugiere su ritmo? Las palabras meditan sobre su propio silencio. Su pecho respira acompasado, en la prosa de una plegaria o en la estrofa de Eros. Leemos aventuras, metafísica, memorias, poesía… Cada libro leído nos aporta al menos una idea, o mejor aún, una efusión de compañía.

Uno a uno suma ensueños, caricias o desasosiego. Emanación de una presencia invisible que amanece cada mañana en la biblioteca. La luz, en su crepitación, toma conciencia de nuestra soledad. Ahí están. Sus lomos son el alfabeto de una evocación, y de una pérdida, pulcramente alineados en afinidad de dones. Nada es inútil. Nada. Y abrimos los libros como quien abre sus alas al vuelo de lo imprevisto. Mientras con la altura vuelve la elasticidad a los entumecidos músculos del alma. Sin ruidos, sin la mezquina altisonancia de la prisa.

El amor a la lectura es cada vez un bien más preciado. Su criterio nos orienta en el precario sarcasmo de la mentira. Su imaginación nos redime de una realidad insuficiente. Su armonía nos traduce el significado oculto de la lluvia. Y su pasión nos aboca a la causa primera de toda experiencia (o excelencia). Comprar un buen libro es, en sí mismo, un acto intemporal, un gesto cuya dimensión no alcanzamos a comprender del todo. En esas pocas
páginas nos reunimos personalmente con Montaigne o Tácito, con Pérez-Reverte o Salinas. Porque leer es una conversación. Y también la mejor manera de aprovechar el tiempo, porque no en vano es la mejor manera de interpretarlo."