Forma y contenido
Un texto literario está compuesto por un contenido y una forma que incluye la estructura y el lenguaje. El contenido es producto de la creatividad del autor. La forma es producto de la técnica. No todos los libros para niños y jóvenes pueden clasificarse como Literatura Infantil y Juvenil (LIJ). Esto sucede porque hay que diferenciar los tipos textuales que los componen, ya que no es lo mismo un texto informativo, argumentativo o instructivo, que un texto literario. La LIJ trata solamente de esta última tipología.
Mediadores
Hay diversas posturas frente a la LIJ que se les da a leer a los niños y jóvenes. Algunos consideran que cuando el libro muestra una realidad ajena a la que vive el lector, no será del interés de estos. Por ejemplo, para un niño que vive en una zona rural, apartada del centro urbano, no debería dársele a leer un libro cuyos personajes vivan en una cómoda vivienda rodeados de todas las tecnologías de avanzada. Pero como también es cierto que la Literatura posee un potencial informativo (tanto la general como la destinada a la infancia y la juventud) y contiene
una postura ideológica, al mismo tiempo que entretiene, despierta la curiosidad y estimula la fantasía. Es entonces a través de la lectura como una persona ensancha sus horizontes y adquiere conocimientos de otras culturas, épocas y lugares geográficos. Y vuelvo a los ejemplos: quien vive en zonas tropicales solo podrá tener una idea de lo que significa la nieve a través de lo que escucha, lee o ve en el televisor o el cine. De esta manera también el mar se acerca a las zonas mediterráneas[1] o las montañas a las planicies. De igual forma, todos podemos también imaginar el pasado. Pero si a una comunidad que vive aislada, lejos de los avances de la civilización la mantenemos también apartada de los libros que le permita conocer otras realidades y soñar con superar sus dificultades, ¿no la estaremos condenando a permanecer en la ignorancia, sin posibilidades de evolucionar? Es así como algunos, en la imposibilidad de lograr cambios que puedan mejorar la vida de su comunidad, deciden emigrar y abandonan sus costumbres y tradiciones, perdiendo sus raíces e identidad.
Sin embargo, esta posición frente a la literatura solo se aplica a los niños, ya que es frecuente la existencia de un "mediador" entre el libro y el lector, pero no sucede lo mismo con la literatura general, puesto que el adulto elige el libro que leerá y goza también de la libertad de elegir "no leer". No obstante, con los niños es frecuente que, al ser la escuela el lugar donde se inician en la lectura literaria, sean los docentes quienes se arroguen el derecho de elegir por ellos.
Intervención de la Escuela
Sí, es cierto que los maestros tienen el deber de guiar, recomendar y promover la lectura para que la alfabetización pueda ser utilizada en la vida cotidiana y ayude a potenciar la capacidad lectora de los alumnos, pero de ninguna manera deberán "imponer" las lecturas porque es entonces cuando la LIJ se transforma en una "herramienta didáctica" al servicio de la escuela.
Cada vez que intento iniciar un estudio de la LIJ, tropiezo con el mismo problema y es que casi siempre reviste un interés didáctico y se la termina usando "para", olvidándose del placer de leer y de la formación de lectores críticos y competentes. Este escollo o piedra en el camino deriva de la falta de actualización de la educación que continúa enseñando contenidos en lugar de desarrollar competencias y para profundizar este tema, recomiendo la lectura de Guía para la formación de nuevos docentes.[2] La lectura de este libro muestra también el posicionamiento de la Escuela en un paradigma conductista que, pese a los currículos escolares actuales, no termina de erradicarse.
La escuela como mediadora
En cuanto a los jóvenes y los niños, solo leen en la escuela durante el ciclo lectivo. Esta franja etaria no considera la lectura fuera del ámbito escolar ni que pueda tener una finalidad placentera y gratuita. La escuela, a veces primera mediadora entre ellos y los libros, les enseña a leer, pero no les deja tiempo para la práctica de una lectura voluntaria y regalada. Por lo tanto, el alumno recibe el mensaje subyacente de que "leer literatura es perder el tiempo" y solo el ocio ("madre de todos los vicios") permite ese tipo de lectura.
Aunque el libro propuesto por la/el docente sea una atractiva novela, "hay que trabajarla y calificarla" y al alumno solo le interesará la nota final. La conclusión es que la escuela no enseña para la vida, sino que "la escuela enseña para la escuela". Entonces la importancia está en las notas (premio o castigo) que transforman los boletines en trofeos y no en el espejo donde el educando debería ver reflejados sus logros.
Dada la cantidad de libros que recibo para prensa y difusión y que comento en El Mangrullo, decidí prestarlos a los chicos del barrio, a modo de "Biblioteca Barrial". Con sorpresa descubrí que estos niños se acercaban a pedirme libros solamente durante las vacaciones (de invierno y verano) y, ante mis preguntas, alegaron que durante el período de clases "no tenían tiempo para leer". Entonces mi perplejidad fue, ¿por qué la escuela enseña a leer si luego no les permite leer?
Comprensión e interpretación
La "comprensión" lectora solamente puede aplicarse a los textos informativos, argumentativos e instructivos, mientras que el texto literario requiere "interpretación", puesto que su principal característica es el plural de lecturas que brinda a sus lectores y que necesita de una lectura connotativa donde no todo está dicho con palabras.Y por lo antedicho, es importante recordar en, el momento de juzgar un texto literario, que lo más importante no es su forma ni el argumento, sino el contenido profundo porque es allí donde debemos apuntar para un buen análisis de la obra.
En ese "plural de lecturas" mencionados, que subyacen por debajo del texto escrito con palabras, es donde un texto "dice" sin decir, dice con silencios, sugiere, pero no explicita la idea. Es el lector competente quien descubrirá lo que ese texto encierra y oculta a los ojos de un lego. Entonces, además de comprender lo que se lee, vemos que la literatura exige una interpretación mucho más profunda.
El mercado está plagado de libros infantiles que intentan venderse como "literatura infantil" y debemos estar alertas para no confundirnos y poder diferenciarlos. Quizá debamos dar más crédito a la intuición de los pequeños que captan inmediatamente la diferencia entre un relato, una historia o un cuento y lo primero que dicen es "pero no pasa nada..." Esta expresión espontánea e ingenua nos indica que no hay un conflicto que pueda resolverse en el desenlace, entonces, en lugar de una resolución final aparece la moralina en forma explícita, por si el niño no lo hubiese entendido. Explicaciones innecesarias que subestiman y menosprecian la capacidad de entender, comprender e interpretar de los niños. Este tipo de libros (relatos, anécdotas, historias) que intentan pasar por cuentos, suelen tener una lectura unívoca; es decir que todo está dicho con palabras y no se puede comprender otra cosa más que el mensaje premeditado del autor al niño, con el propósito de enseñarle algo.
______________[1] El niño que soñaba el mar, de José Murillo.
[2] LUCHETTI, Elena. Guía para la formación de nuevos docentes. -- Buenos
Aires : Bonum, 2008. -- 112 p. ; 22 cm. -- ISBN 978-950-507-827-1.
Fuente
El Mangrullo http://usuarios.sion.com/
Año 11 Número 127 - 1 de febrero de 2011
Artículo obtenido a través de la lista ANIMACIONALALECTURA de rediris
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