Eduardo Campech Miranda
El que quiera ver más de cerca un libro deberá solicitarlo al bibliotecario, que se lo mostrará y, llegado el caso, le permitirá leerlo.
El enunciado anterior lo encontré leyendo el artículo “¿Hubo una revolución en la lectura a finales del siglo xviii?” de Reinhard Wittman, dentro del volumen Historia de la lectura en el mundo occidental, dirigido por Guglielmo Cavallo y Roger Chartier, y fue tomado de la Ordenanza ducal de bibliotecas de la ciudad Turingia de Gotha. De inmediato me recordó algunas cuestiones que se suscitan en algunas las bibliotecas públicas.
La más reciente, una entrada en algún blog de bibliotecas donde se reflexionaba en torno al papel de mediador del bibliotecario. En ocasiones este rol trasgrede algunas fronteras y se convierte en censura. Censura hacia libros, hacia páginas web, hacia comunidades y redes sociales, aún más hacia actividades o indumentaria al interior de la biblioteca.
Y desde luego, no sé si las más lamentable, la censura a los libros. El epígrafe hace referencia al sistema de estantería cerrada. Está claro que el bibliotecario era el intermediario entre el libro y el lector. Hoy las cosas han cambiado, al menos normativamente, y se usa la estantería abierta. En este marco se incrusta la siguiente anécdota sucedida en la Biblioteca Central Estatal “Mauricio Magdaleno”, de Zacatecas.
Cuando llegué a tierra zacatecana uno de mis primeros amigos, y lo somos hasta la fecha, cantaba constantemente una tonada que decía: “Yo no te agarro las chichis cabrona, porque las tienes aguadas, hay, hay, porque las tienes aguadas…” Le pregunté de dónde había sacado tal canción. Me respondió que era una que tocaban en las callejoneadas, pero sólo con música.
Siendo ya trabajador de la biblioteca mencionada, observé en cierta ocasión a un profesor que se desempeñaba como Jefe de Servicios Bibliotecarios. Había quitado de la estantería el libro de Lucía Reyes Gómez, Academia de Danza Folklorica. Conocimiento de la monografía, de la editorial acadeda. Cuando le pregunté la razón de tal acto, me comentó que porque tenía cosas que no deberían leer los niños.
La obra en cuestión contiene en uno de sus tomos aquella canción que alegremente cantaba mi amigo: “La mala palabra” (cuyo nombre original es “La cabrona”). Dicha pieza data de los años treinta del siglo xx, y se presume fue escrita en Villanueva, Zacatecas. En torno a la historia de la canción, Reyes Gómez apunta:
“La cabrona” en su origen no era una pieza bailable, era una pieza vulgar, arrabalera y descarada, que se cantaba principalmente en las cantinas y zonas de tolerancia, pues para la población del rumbo era una manera de divertirse, pues al escucharla se sentían eufóricos y gozaban.
Después fue censurada por la iglesia y la prohibieron, y optaron por llamarle “La mala palabra”…[1]
Los niños a los que se refería el maestro mencionado eran estudiantes de secundaria que deberían llevar la historia y la letra de la canción. Obviamente, la llevaron pero fueron los únicos que lo consiguieron. En los meses siguientes el libro estaría bajo resguardo del Jefe de Servicios Bibliotecarios.
¿Qué criterios deben predomina para acceder al material, que a juicio del bibliotecario es o no conveniente para el lector? Creo que el criterio de la interacción con éste, de la conversación, del acompañamiento. ¿El caso referido es producto de un vacío en el perfil del bibliotecario público? Si, pero de ese tema se hablará en otra ocasión.
[1] Reyes Gómez, Lucía: Academia de Danza Folklorica Mexicana. Conocimiento de la monografía, México, acadeda, 1990, p. 27.
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