Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler me duele hasta el aliento.
Miguel Hernández
Leer, como se ha repetido miles
de veces, enriquece nuestro vocabulario, nos lleva por viajes interminables e
increíbles, nos da la habilidad para jugar como el Barcelona F. C., o cantar
con la cadencia y el ritmo de Margarita, la Diosa de la Cumbia, o ser exitosos
como Carlos Cuauhtémoc Sánchez. Pero también leer nos ofrece la posibilidad de
estar en contacto con distintos discursos, de distintos tonos, con distintas
intenciones. A medida que conocemos más de algo, tenemos una mejor capacidad de
selección.
Si leyéramos más, como sociedad;
si diversificáramos nuestras lecturas, como individuos; seguramente tendríamos
más herramientas para identificar con claridad lo que se pretende decir desde
los medios de comunicación, desde los gobiernos, desde los actos proselitistas,
desde la visión crítica y de análisis que desarrolla una buena lectura. Entonces,
sin que lo siguiente constituya una regla inquebrantable, la clase política de
nuestro país se pondría a temblar. Lo saben, lo saben tan bien que nunca
regalan libros en sus actos de campaña. Lo saben tan bien, que la gran mayoría
de ellos no lee, corren el riesgo de descubrirse para sí mismos.
Insisto: si leyéramos más, más
géneros, más libros, más autores, más tiempo, más convencidos, descubriríamos
los engranajes de la maquinaria política de nuestro país, de sus oscuros nexos,
su múltiple moral (moral flexible la llamarían los reyes del eufemismo). Para
algunos es inconcebible que nadie en Iguala, en Guerrero, en México, se diera
cuenta el currículum de Abarca Velázquez. Quizá, unos solicitaban a cien pinches locos zacatecanos; otros
seguían exigiendo incrementar los índices lectores y defendiendo, a capa,
espada y televisión, a la materialización del analfabeta funcional. Otros más,
justificaban ecológicamente su interés por el verde, y otros, por los niños.
Si leyéramos, no nos sorprendería
que hay latitudes en el mundo donde en lugar de destinar grandes presupuestos a
las fuerzas armadas (o a la adquisición de costosos aviones), se destina a la
educación de calidad y calidez. Que hay una fosa común que se llama ignorancia,
a la cual la necesidad de unos y la avaricia de otros, nos están llevando a
(casi) todos. Que hay un discurso de conciliación y de paz, pero también hay
una política de enfrentamiento, exterminio e intolerancia.
Si leyéramos, tomaríamos ejemplo
de los ciudadanos que aparecen en Ensayo
sobre la lucidez, pero nuestro voto debe ser negro: por el luto que
llevamos como nación, por la vergüenza de país que somos. Hagamos de la lectura
un acto de rebeldía, de protesta, un acto que tenga eco a partir de nuestras
acciones.
No hay extensión más grande que mi herida
Lloro mi desventura y sus conjuntos
Y siento más tu muerte que mi vida.
Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.
Miguel Hernández
Publicado en "La Gualdra", suplemento cultural de La Jornada Zacatecas, octubre 13 de 2014.
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