Eduardo Campech Miranda
A quien corresponda:
Por este conducto quiero hacer de
su conocimiento la siguiente relación de hechos, que me han llevado a un estado
no considerado en mi panorama.
Primero: me formé como lector
autónomo en toda la extensión de la palabra. No tuve la fortuna de contar con
un mentor que guiara mis pasos por los senderos de la lectura. Porque este
concepto era aplicable a aquello que podía leer sin tener que dar cuenta de
nada a nadie. Y aún sigo ese trayecto.
Segundo: trabajar en la
biblioteca pública, rodeado de libros, mediando actos de lectura, conversando
de historias, autores, anécdotas, era sacarse la lotería. Empecé con la
responsabilidad de atender Videoteca, fui pasando por Sala General, Sala de
Consulta, e incluso, un año mi trabajo fue acomodar mochilas en el guardarropa
(fue la época que más leí). Proyecté y diseñé el Departamento de Fomento a la
Lectura de la Coordinación Estatal de Bibliotecas Públicas en Zacatecas, el
cual encabezo desde sus inicios. La Dirección General de Bibliotecas Públicas
del CONACULTA me ha distinguido al invitarme a ser parte de los festejos de
Hans Christian Anderson en Dinamarca, y cursar el Diplomado en Promoción de
Lectura bajo el sello de IBBY México. Además de publicarme en sus revistas,
memorias de congresos y manuales de animación a la lectura.
Tercero: tuve el privilegio de
acudir a una de las primeras capacitaciones del Programa Nacional Salas de
Lectura en Morelia, Michoacán. En ese momento no tenía el convencimiento, la
disposición, ni el compromiso con la lectura y su mundo. Así que no me integré
al programa. Años después, quizá cuatro o cinco, teniendo la intención de
joderme la vida, me mandaron a Jerez a una capacitación (ese fue todo el dato),
debería de estar ahí al día siguiente. Me hicieron un favor, era un módulo de
Salas de Lectura. Desde luego, me integré a sus filas. Participé en varios de
los eventos auspiciados: Encuentros Nacionales, Coloquios, Revistas, Publicaciones.
Sigo con mi Sala de Lectura. El Programa me abrió nuevos ángulos del acto
lector.
Cuarto: he tenido el inmenso
privilegio de compartir espacios de capacitación, como instructor, con mis
maestros: Efraín Gutiérrez de la Isla, Carola Diez, Claudia Gaete, Alma
Velasco, Gerardo Cirianni, Rubén Ávila Alonso, Rocío del Pilar Correa, entre
muchos otros.
Quinto: nunca me titulé de la
carrera que concluí: Economía. Sin embargo, he tenido oportunidad de impartir
capacitaciones por casi todo el territorio zacatecano –incluyendo la UAZ-, en
Aguascalientes, el Distrito Federal, y una charla en Pachuca. En un principio
mucho de ese trabajo lo hacía gratis, por amor al arte. Después ya no. Las
cuentas mensuales no se saldaban presentándome.
Sexto: veo en Facebook estados
donde se describen ingratas situaciones similares a la mía (un reconocimiento y
valoración del trabajo realizado en pro de la lectura, pero sólo de manera
verbal). Trataré de explicarme con un ejemplo: meses atrás acudió a mí una
maestra de un municipio cercano a la capital zacatecana. Me planteaba una
problemática de lectura en su escuela. Le ofrecí, incluso le esbocé, un
proyecto de capacitación de seis horas, destinado a treinta maestros. Todo iba
bien hasta que le dije que serían tres mil pesos más IVA. La maestra salió
despavorida. Una compañera que estaba presente me dijo que hubiera negociado el
precio, pero yo respondí: “El costo es de cien pesos por maestro, ¿no vale eso
mi trabajo?, es más ciento dieciséis, por el impuesto”.
Séptimo: si bien mi trayectoria
en el rubro no es nada de otro mundo, tampoco creo que sea despreciable. Si un
maestro gana más que yo, es porque a él lo avala un título académico que
respalda el conocimiento. Si yo cobro por mis capacitaciones, es porque el trabajo
que realizo (y los resultados derivados), también avalan mis conocimientos
(adquiridos no en la escuela –siempre fui un pésimo estudiante-, sino en mis
lecturas, conversaciones, en el registro y análisis de mis actividades). Porque
me he interesado en profundizar en el fenómeno de la lectura, sí, de manera
autodidacta, sí, y no en proponerme crear redes en ventas multinivel.
Octavo: intentando hacerme de
unos ingresos extras, he enviado proyectos a diversas instituciones educativas
nacionales. Hasta ahora las respuestas han sido negativas. Localmente no es
bien visto que siendo trabajador de la Secretaría de Educación, cobre por mis
servicios fuera de mi sede. De tal manera que es un campo que, toda vez que no
cuento con un respaldo institucional académico, va siendo vedado.
Por todo ello y más, señores de
la Procuraduría Federal del Consumidor, quiero decirles que leer no me ha hecho
más feliz, ni mejor; que leo más de veinte minutos al día y no siempre es
divertido, ni mucho menos un placer (sobre todo cuando llegan los recibos de
luz, agua, hipoteca, etc.). Que esas campañas que enarbolan el paraíso de la
lectura me han defraudado. Que estoy pensando seriamente en tirar la toalla de
la promoción de la lectura y la formación de lectores, para dedicarme a cantar
rimas sencillas, vulgares, agresivas, que le “lleguen a la gente”, y después me
paguen miles de pesos, por invitar a leer.
Publicado en "La Gualdra", suplemento cultural de La Jornada Zacatecas, marzo 10 de 2014.
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