Una de las actividades que menos disfruto es ser jurado. Menos aún de oratoria. De otras disciplinas, como narrativa o poesía, me conforta un poco más porque permite observar usos escolares. Me explico: Hace poco tiempo fui invitado como jurado, de un concurso de cuento y poesía, de jóvenes estudiantes de Educación Media Superior. Los trabajos presentados permiten el análisis de lo que representa la poesía y su relación con la lectura, y otros medios de esparcimiento, que consumen los jóvenes preparatorianos.
No hay duda que la escritura que
cada individuo realiza está influenciada por sus lecturas. Los primeros
ejercicios de creación literaria propia son, la mayoría de las veces, copias al
carbón de algún autor favorito. Así que a través de sus trabajos, los jóvenes
dejaron ver sus referentes culturales. Algunas creaciones narrativas
evidenciaban per sé la presencia
televisiva como factor determinante en la conceptualización del mundo y de la
vida. Historias casi trágicas con finales felices o adelantados, fieles a los
argumentos telenovelescos.
Pero, ¿cómo exigirles a los
estudiantes –y a los maestros- que lean cuando no tienen accesibilidad, ni
disponibilidad bibliográfica? Hay quienes sí cuentan con los apoyos
correspondientes (el Programa Nacional de Lectura y Escritura cumple con esa
función en Educación Básica), o al menos existe una biblioteca pública en su
localidad, que permita ofrecer una diversidad de estilos textuales que
enriquezca el bagaje cultural.
Por otro lado está lo referente a
la poesía. Tal y como lo comenté en una colaboración anterior, generalmente la
escuela aborda la poesía desde la declamación. De tal manera que “La Suave
Patria”, “El Seminarista de los Ojos Negros”, “Por qué me alejé del vicio”,
“Sólo tengo diecisiete años” es el universo poético de la gran mayoría de los
estudiantes. Es así como, en un afán de repetir estilos, los versos escritos
son historias rimadas, a las cuales, si les ponemos ritmo nos arrojarán un rap
o un corrido.
La literatura es más. Una
historia buena puede ser contada de manera fatal y ser una historia más. Una
historia mala puede ser escrita de manera que las palabras acaricien los ojos,
los oídos, y será una historia entrañable. Con la poesía sucede igual. Todos, o
casi todos, hemos dicho o escuchado decir: “Me muero de amor por ti”, aún en
las canciones populares. Fue Sabines quien pensó en decirlo distinto: “No es
que muera de amor, muero de ti./Muero de ti, amor, amor de ti,/de urgencia mía
de mi piel de ti,/de mi alma de ti y de mi boca/y del insoportable que soy yo
sin ti.”
Nuevamente, aunque suene
reiterativo, la obra literaria se valorará más en la escuela, cuando el
acercamiento a las manifestaciones culturales sea significativo, incluyente y
diverso. Cuando se privilegie el sentido estético (¿sentiste algo al escuchar
tal melodía, al apreciar tal obra plástica, al leer tal texto?) sobre los
aspectos técnicos y teóricos de la misma.
Apostar a la poesía para declamar
(individual o coral), es creer que toda la música es el género grupero y exigir
que aprecien jazz.
Publicado en "La Gualdra", suplemento cultural de La Jornada Zacatecas, 2 de septiembre de 2013.
Publicado en "La Gualdra", suplemento cultural de La Jornada Zacatecas, 2 de septiembre de 2013.