Eduardo Campech Miranda
En alguna otra colaboración
mencioné el uso y apoyo de las imágenes para la adquisición de destrezas,
habilidades y conocimientos. Intentaré resumir aquella colaboración: Asumiendo
e identificando de antemano que estamos frente a dos formas de pensamiento
distintas, los apoyos visuales son una herramienta tanto para la adquisición de
la lectoescritura como del pensamiento lógico matemático. Los libros álbum
(esos de gran formato, donde las hermosas y coloridas ilustraciones ocupan
mayor espacio que el texto) y los “palitos”, “manzanas”, “frijolitos”, etc., en
el aprendizaje de las operaciones aritméticas básicas son de uso constante en
la formación académica.
Poco a poco estos apoyos van
dejando lugar a las operaciones mentales. Sin embargo, pese a las diferencias
implícitas en cada una de las actividades, en ocasiones se cree que un método
de evaluación es válido para una y otra. Como ejemplo de lo anterior pongo el
aprendizaje y memorización de las tablas de multiplicar. Se aprenden,
regularmente, en forma mecánica, repitiendo el sonsonete: “dos-por-una-dos,
dos-por-dos-cuatro…”, y cuando preguntamos ¿por qué ocho por ocho es sesenta y
cuatro?, no es extraño que no respondan de inmediato. La escuela ha enseñado
que lo importante es el resultado, al margen de cómo se obtenga.
Ese mismo ejercicio de
memorización aparece, no pocas veces, en las evaluaciones de comprensión
lectora. ¿Cuántas ocasiones nos vimos en la necesidad de retener, incluso la
puntuación, para presentar un examen? O en su caso, nos solicitaron explicar el
texto “con nuestras propias palabras”, pero ¿ello asegura que se comprendió lo leído? Veamos el siguiente ejemplo y
juzgue usted.
Lea con atención el siguiente texto. Posteriormente
explíquelo con sus propias palabras, por escrito.
Que trata de la
condición y ejercicio del famoso y valiente hidalgo don Quijote de la Mancha
(fragmento)
En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme,
no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga
antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero,
salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lantejas los viernes,
algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres parte de su
hacienda. El resto de ella concluían sayo de velarte, calzas de velludo para
las fiestas, con sus pantunflos de lo mismo, y los días de entresemana se
honraba con su vellorí de lo más fino. Tenía en su casa una ama que pasaba de
los cuarenta y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y
plaza que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera. Frisaba la edad de
nuestro hidalgo con los cincuenta años. Era de complexión recia, seco de
carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza. Quieren decir que
tenía el sobrenombre de «Quijada», o «Quesada», que en esto hay alguna
diferencia en los autores que de este caso escriben, aunque por conjeturas
verisímiles se deja entender que se llamaba «Quijana». Pero esto importa poco a
nuestro cuento: basta que en la narración de él no se salga un punto de verdad.
De antemano sé que el texto es
complicado en función de que utiliza un lenguaje distinto a nuestra oralidad y,
por otro lado, nos enfrentamos a una serie de palabras desconocidas. Sin
embargo, para cuestiones ilustrativas, es de gran utilidad.
Realizando este ejercicio con
promotores de lectura y docentes, he encontrado las siguientes respuestas:
“Habla de un señor que era un soñador y luchaba por la
justicia. Vivía en La Mancha.” [1]
“Un hombre vive en un lugar que no se nombra. Tenía una
hacienda, una sirvienta de más de cuarenta años, una sobrina menor de veinte,
un mozo. Tenía cincuenta años y era conocido como “Quijada” o “Quesada”. [2]
“Habla de un hombre que tenía un caballo flaco, un galgo.
Vivía en una hacienda, gustaba comer y vestir bien, tenía una sobrina, un ama
de llaves, un sirviente.” [3]
“Un señor vivía en un lugar de La Mancha, usaba lanza en
astillero, adarga antigua, rocín flaco y tenía un galgo corredor. Comía más
carne de vaca que de carnero. Usaba pantunflas. En su hacienda, vivían con él, una
ama, una sobrina y un mozo. Cazaba y madrugaba. Le apodaban Quesada o Quijada.”
[4]
Analicemos
las paráfrasis anteriores. En la número [1], lejos de realizar una paráfrasis,
se está haciendo uso de los referentes que se tienen en torno a la obra. Cabe
apuntar que además de que el fragmento tenía la nota al pie, citando la obra
original, es harto conocido el comienzo: “En un lugar de La Mancha de cuyo
nombre no quiero acordarme…”, así como, en términos generales, el argumento. Ninguna
parte del fragmento proporcionado nos lleva a la idea de “era un soñador y
luchaba por la justicia”. Ahí, son los referentes quienes asumen la
preponderancia.
En [2] y [3],
encontramos situaciones similares entre sí. Ambas hacen mención de un hombre.
En [2] menciona su edad, pero en [3] su aspecto físico. También ambos casos
enlistan a las personas con las que vivía este hombre, y ambos escritos
comparten con [4] el error de entender la palabra “hacienda” como “finca
agrícola” y no como “bienes que uno tiene”.
No es
necesario hacer un análisis minucioso para darnos cuenta que [1], [2] y [3],
muestran una extremada síntesis, en comparación con [4], sin que lo anterior
sea un criterio para determinar que ésta última es la más acertada. Veamos el
último caso.
Como en la
consigna no se prohibía volver al texto, es claro que hay un intento por
parafrasear el texto original, no obstante, existen elemento para identificar
una clara transcripción: la secuencia en el mismo orden que están citados en el
texto original, e incluso, repite la estructura gramatical: “una ama”.
Ahora tratemos de analizar en
dónde reside la complejidad del ejercicio. Por principio de cuentas nos
enfrentamos a un texto con una oralidad distinta a la nuestra, un texto con
palabras que han entrado en desuso y, otro tanto, desconocidas. Sin embargo,
con un poco de detenimiento podremos encontrar una estructura jerárquica y
organizativa al interior del texto.
Dividamos el texto en oraciones.
La primera de ellas: “En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero
acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en
astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor.” Aquí estamos ante la
presentación de un personaje, hasta ahora indeterminado, a reserva de su género
masculino y su edad adulta (el llamarlo “hidalgo”, así lo informa). Después, la
descripción de ese hidalgo nos lleva a la imagen de un caballero, lo anterior
por dos razones: en primer lugar el conocimiento que ocupa en el imaginario
colectivo el aspecto del caballero de la triste figura (aún sin leer El Quijote una gran cantidad de
mexicanos lo reconocen en obras plásticas y cinematográficas), además de
asociar la representación del famoso Rocinante con las palabras “rocín flaco”;
en segundo lugar, palabras como lanza refuerzan la imagen y no hacen posible
que el lector atento deduzca que “adarga” es un elemento de la indumentaria
caballeresca.
La segunda oración también brinda
pistas al lector: “Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más
noches, duelos y quebrantos los sábados, lantejas los viernes, algún palomino
de añadidura los domingos, consumían las tres parte de su hacienda.” Saltan a
la vista conceptos del campo semántico alimentico o culinario: “olla”, “vaca”,
“carnero”, “salpicón”, “lantejas”. Quizá las dos últimas palabras generen más
dificultad que las primeras. No todo el mundo conoce el platillo del
“salpicón”, y no todos relacionarán “lantejas” con “lentejas”. Sin embargo, hay
dos conceptos más: “palomino”, que aunque de fácil asociación con “palomo”,
dada la dieta mexicana convencional queda un tanto fuera de los conocimientos
previos del grueso de la población; el segundo es “duelos y quebrantos”, aquí
me detendré un poco más.
En diversos talleres, con el
mismo número de públicos, al trabajar este fragmento, me detengo y pregunto, ¿a
qué se refiere “duelos y quebrantos”? Las respuestas van de lo más absurdo a lo
más ingenioso, desde luego, los referentes entran en juego. Es así como “duelos
y quebrantos”, es “una lamentación por la quiebra de la hacienda” (recuérdese
que en la segunda parte de esta colaboración se hacía mención de las acepciones
de “hacienda”); “se sentía triste porque no conseguía la justicia” (¿recuerdan
la paráfrasis [1]?) y, finalmente, hace años, en un ejercicio lúdico con jóvenes
preparatorianos, una jovencita dijo que “se sentía triste porque no lo dejaban
ir al antro”.
“Duelos y quebrantos”, si el lector pone atención a la estructura y
campo semántico en que se insertan estas palabras, podría inferir que se trata
de algo relacionado a la comida, a un platillo. De lo contrario, sucederá lo
que citábamos en la tercera parte de este artículo. Duelos y quebrantos es algo similar a lo que hoy conocemos como
huevos con tocino (desde luego tendrá sus particularidades).
Paráfrasis como las señaladas poco o nada muestran que se presente un
proceso de comprensión lectora. La respuesta es relativamente sencilla: porque
no observamos un esfuerzo por jerarquizar, organizar, clasificar, analizar,
sintetizar la estructura del párrafo. El cual permitiría una comprensión más
profunda.
Como opción, considerando lo anterior y sin que sea la única
interpretación valida, propongo la siguiente paráfrasis:
En cierta región de Europa (puede
precisarse que en España), vivía un caballero, de los de armadura, lanza y
caballo. Tenía una dieta muy predecible cada semana, en la cual gastaba un
tercio de sus bienes. Su guardarropa se conformaba con vestidos para los días
de fiesta y los días comunes. Su casa la habitaban él, su sobrina y dos
sirvientes (una mujer madura y un hombre joven). Este caballero de cincuenta
años, de hábitos madrugadores, complexión delgada, gustaba de la cacería. Le
apodaban Quijada o Quezada, aunque hay quienes dicen que se llamaba “Quijana”.
Eso es lo de menos, lo importante es no mentir en lo que se narrará.
Insisto, el ejemplo anterior, si bien puede ser susceptible de múltiples
cuestionamientos, también sirve para ilustrar que la paráfrasis no implica una
edición del texto original (cortar, pegar, cortar, copiar). Para llegar a un
resultado así, es necesario mostrar, lo más gráficamente posible, al incipiente
lector (entendiendo por éste, a aquel lector que no es capaz de regular su
propio proceso) cómo es la disección de un texto.
El subrayar las ideas principales (ambigüedad recurrente, según Emilio
Sánchez Miguel), no siempre es una práctica que posibilite la estructuración
del texto. Principalmente cuando la premisa es errónea, como aquella de que la idea principal siempre está en la primera
oración de cada párrafo. (?). El docente, o mediador, deben –primero
aprender- y luego enseñar a sus discípulos a identificar ideas principales y
secundarias; jerarquizarlas, establecer vínculos entre esas jerarquías,
relaciones entre esas ideas. En resumen, se trata de enseñar el proceso de la
lectura y no sólo la decodificación.
Me consta que lo anterior no es una tarea que se realice en la mayoría
de las escuelas. Lo anterior no necesariamente es culpa de los maestros, si no
del mismo diseño del sistema educativo. Por más reformas que se efectúen a los
planes de estudio, mientras en las capacitaciones y actualizaciones no se contemple,
y se entienda, a la lectura como un acto sociocultural, y por ende, histórico,
los docentes no contarán con las herramientas para mejorar la comprensión
lectora.