martes, 16 de abril de 2013

Preguntas textuales o literales



Eduardo Campech Miranda

Dentro de al tipología de preguntas para evaluar la comprensión lectora, en primer lugar tenemos las clasificadas como textuales, literales o cerradas. De acuerdo a algunos estudiosos y teóricos, este tipo de preguntas requiere de la habilidad de comprender y analizar. A mi juicio, y en función de lo que he percibido en el sistema educativo mexicano, se privilegia la localización de la información sobre las habilidades citadas.

En una colaboración anterior, reflexionaba –e invitaba a hacerlo- en torno a la manera cómo se formulan las preguntas, tanto al momento de diseñar una guía de estudio o para corroborar que una lectura se ha realizado. Pese a la aparente sencillez en la respuesta de este tipo de cuestionamientos, existen una serie de tips con los cuales se asegura una mayor efectividad.

El primero de ellos es ubicar algunas pistas que nos indican que la pregunta es textual, sin que esto sea una regla. Preguntas que inician con frases como “Según el texto…”, “De acuerdo al texto…”, “Según el autor…”. Otro aspecto de este tipo de preguntas es que se refieren a un concepto, personaje, fecha o lugar concreto.

De aquí podemos derivar una estrategia para responder: la identificación de palabras clave. Lo primero es saber que se nos está preguntando (no es lo mismo, el qué, cómo, cuándo y dónde, cada uno de estos pronombres interrogativos tienen por objeto la obtención de un dato distinto al otro). Posteriormente, identifiquemos alguna palabra clave. Si ya se leyó el texto con antelación al momento de responder la evaluación, tendremos nociones de palabras o conceptos fundamentales dentro del escrito, lo cual brindará la oportunidad de localizar, relativamente, rápido el dato solicitado.

Ejemplos recurrentes de este tipo de preguntas, insisto, son muchas guías de estudio que se brindan a los estudiantes. ¿Cuántos de nosotros no pasamos una “noche mexicana” preparando el examen del día siguiente? Lo que hicimos fue memorizar datos precisos, pero pasado el examen y conforme transcurría el tiempo, la información se iba diluyendo en nuestra memoria.

Es aquí donde encuentro tramposo y deshonesto el trabajo docente de algunos profesores. Durante gran parte del ciclo escolar, fundamentaron y privilegiaron esta estructura de preguntas como herramienta de estudio. Sin embargo, cuando se acerca la evaluación de enlace o pisa, según sea el caso, cambian y amplían el tipo de preguntas, con el fin de estudiar para la prueba estandarizada.

También tengo claro que muchos mentores lo hacen por desconocimiento y comodidad (hay grupos sobresaturados en la educación pública), pero al leer este artículo, podrán reflexionar acerca de la forma de preparar a los alumnos, no sólo en la decodificación de las grafías, si no, en la posibilidad de otorgarles herramientas de pensamiento.

Publicado en "La Gualdra", suplemento cultural de La Jornada Zacatecas, febrero 25 de 2013.

Horinzontes más alentadores



Eduardo Campech Miranda

Cuando Enrique Peña Nieto cometió aquel triste desliz en la Feria Internacional del Libro, en Guadalajara (el primero de una bonita costumbre), las burlas, las críticas, las defensas y justificaciones, no se hicieron esperar. Los simpatizantes, aduladores y correligionarios  del ahora presidente, esgrimían pírricas argumentaciones como defensa: Que si iba a ser presidente, no intelectual; que si ya habíamos tenido presidentes cultos y de nada nos había servido; que si es el reflejo de un país que no lee. Sin embargo, ellos no dimensionaban, o no querían hacerlo, la gravedad y las consecuencias de un desprecio a la cultura general.

A menos de un mes de asumir la Presidencia de la República, supimos que el presupuesto del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes se reducía drásticamente, lo mismo sucedía en algunas áreas de la Secretaría de Educación Pública, desapareciendo con ello al Programa Nacional de Lectura. A la luz de los resultados internacionales (que tanto les gusta, como autoridades, difundir para denostar al sistema educativo, y no como verdadero interés en el área), de las prácticas de consumo cultural de la población, de la urgente necesidad que este país tenga una sociedad más participativa y demandante de los procesos democráticos, las decisiones asumidas son muy lamentables.

Las condiciones de nuestro país deben exigir programas de inclusión social, que a la par se conviertan en reguladores de la conducta social. Es decir, una política pública hacia la lectura no debe enfocarse única, y exclusivamente, en mejorar los estándares internacionales. Si no que debe generar escenarios donde la lectura sirva no sólo para aprobar materias. En días pasados una maestra de algún municipio zacatecano, me preguntaba cómo hacer para que sus alumnos, de segundo grado de secundaria, se interesaran por la lectura medieval (temática abordada de acuerdo al plan de estudios). Sugerí que indagara en torno a su cotidianeidad, sus usos y costumbres en la recreación, sus expectativas de vida. La respuesta fue contundente y demoledora: quieren se sicarios.

Con anterioridad había escuchado ese tipo de historias, pero ahora, quizá a consecuencia de la precisión de algunos hechos, la narración me causó escalofrío. Por un momento me sentí estúpido al ofrecer caminos hacia a la lectura a maestros en iguales circunstancias. De inmediato el cuestionamiento: ¿qué puede ofrecer la lectura, si lo que desean es dinero y poder? (los medios televisivos, principalmente, han abonado mucho en este terreno), si los noticieros, el sistema político, la farándula, la misma sociedad ha demostrado que se puede alcanzar el éxito (entendiéndolo en términos de puro valor de cambio y del tener) sin contar con el mínimo bagaje lector (y no me refiero a un canon en particular, si no a la incapacidad de citar tres libritos) se puede gobernar este país y manipular millones de voluntades.

La respuesta está en la misma naturaleza de la lectura. Ésta no puede hacer milagros por sí sola. Recuerdo que tuve algún entusiasmo cuando conocí que en cárceles brasileñas condonarían años de pena por libros leídos. Ahora, creo que se puede invertir la dinámica: apoyándose en otras disciplinas, acciones y programas, la lectura puede propiciar horizontes más alentadores. Por todo ello es una pena la desaparición de programas de lectura, y más lamentable, el silencio de los promotores de lectura peñistas.

Publicado en "La Gualdra", suplemento cultural de La Jornada Zacatecas, enero 28 de 2013.