domingo, 13 de noviembre de 2011

Los hijos de Marx... mi consuelo

A Emiliano se le leyó desde el vientre materno. No ha habido un año en que no se le obsequie al menos un libro. Se le cantaron rondas infantiles, juegos de palabras, pusimos a su alcance muchos juegos y juguetes que inciden positivamente en el desarrollo cognitivo y motriz de un niño. Se le leyó en voz alta. Emiliano nos fue enseñando muchas cosas, consolidando unas y desmintiendo otras.

En el vientre materno, él escuchaba y opinaba cuando había lectura en voz alta. Daba patadas a su madre en cuanto ésta se callaba. Dejaba de hacerlo si continuaba escuchando su voz. Cuando tenía cuatro años me pidió que le leyera un libro, pero “de esos de aprender”. A su edad, insípidamente, ya lograba diferenciar la ficción de la divulgación. Ya en la primaria, en primer o segundo grado para precisar, un día llegó platicando que habían llevado a su grupo a la biblioteca, y que les habían preguntado algo que nadie supo, sólo él. La incógnita resuelta que lo llenaba de orgullo era el nombre “del hoyito por donde respiran las ballenas”. Ufano, se respondía a sí mismo: “Espiráculo”. Hasta entonces jamás había escuchado tal palabra. Confieso que si hubiera salido de la boca de un adulto, pensaría que me albureaba.

Desconfiado, indagué cómo había obtenido aquel conocimiento. Me respondió que los fines de semana, no le atraía la programación televisiva y leía una enciclopedia infantil. Ahí estaba el dato. Por esos mismos días, buscando ingenuamente algo diferente en la televisión, di con Discovery Kids. En la pantalla aparecía una animación de un niño y una ballena. El pequeño explicaba lo que es el espiráculo. Llamé a Emiliano y le dije que la palabra en cuestión la había aprendido de la televisión. Acudió a su librero y me llevó el libro donde había leído el dato. Una vez más me manifestaba una predilección por los textos de divulgación versus los literarios (los cuales insistía y sigo insistiendo en acercárselos).

Debo decir que pocas veces, muy pocas, me ha solicitado un libro por iniciativa propia.  En un principio eran libros de dinosaurios, de trenes, de barcos piratas, de autos. Hace casi un año, durante una Feria del Libro, me pidió un título: Diario de Greg. Un renacuajo de Jeff Kinney. Revisé el libro y no me convenció. Pero reflexioné un poco más y accedí. Eso fue en diciembre. Hacia abril o mayo de este año, ya había leído los cinco volúmenes de la saga. Y en el verano, adquiría el sexto título, pero ahora con la característica que él podría escribir su diario. No leía lo que a mi me gustaría, pero fue importante respetar su decisión.

A la par de los libros aparecieron los videojuegos. Primero por cortesía de sus tías, después por los padres. Emiliano tiene sus preferencias lectoras, sus preferencias de esparcimiento y entretenimiento, su tiempo de lectura y escritura; sin presionarlo. Tal vez no sea el lector que me gustaría que fuera, pero es feliz. Como padre promotor de la lectura, ante tal escenario me consuela pensar que los hijos de Marx, seguramente fueron capitalistas. Hasta la próxima.

Publicado en "La Gualdra", suplemento cultural de La Jornada Zacatecas, noviembre 7 de 2011.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Los estándares de lectura



Eduardo Campech Miranda[i]

Con preocupación y asombro, observo cómo cada día se consolida día a día el ejercicio de la lectura como un acto meramente mecánico. La inclusión de los estándares de lectura dentro de la boleta de calificaciones así lo deja entrever.

Hace un par de años tuve la oportunidad de impartir un taller en la capital mexicana, gracias a una invitación de Carola Diez, y en la última sesión tuvimos una larga charla en torno a un proyecto que estaba incursionando en la Secretaría de Educación del Distrito Federal: “el número de palabras por minuto”, así lo nombraron. Decían que lo habían traído unos maestros peruanos.

Quiero aclarar que de ninguna manera se trata de descalificar las aportaciones de otras naciones latinoamericanas, en este caso particular, peruanas. Pero habría que realizar una comparación, de esas que tanto gustan a los apologistas de la lectura obligatoria, entre las dos naciones: mientras México ocupó el lugar 48 de 65, nuestros hermanos andinos son el 43. Como se denotará fácilmente, no hay mucha diferencia. En otro indicador, el consumo per cápita de libros, tampoco muestra diferencias sustanciales: se dice que los mexicanos leemos 2.9 libros al año, en tanto que los peruanos leen 3.6.

En otras palabras, las diferencias no son significativas, y tal vez resulte obvio: hay más cuestiones en común entre peruanos y mexicanos de lo que podríamos pensar. Sin embargo, la realidad es otra. Los famosos estándares de lectura son dictados por el Banco Mundial (institución que se ha caracterizado por su compromiso desinteresado por el desarrollo humano, económico y social), así como ha dictado la política económica desde los años ochenta del siglo pasado.

Por ello no resulta extraño que los mencionados estándares se circunscriban al puro acto mecánico de decodificar, dejando de lado aspectos tan fundamentales en la lectura como lo son el emocional, el económico, el social, el cultural, el psicológico. La política educativa apuesta por un “saber hacer” y poco abona por el “saber inventar”. Es conveniente, en esta época globalización que la mano de obra sea más efectiva, más adoctrinada, más “estandarizada” (cosa curiosa, uno de los argumentos en contra del fallido socialismo ruso fue esa uniformidad y homogeneidad en el ser humano, y ahora, el capitalismo salvaje, en su máxima expresión, intenta exactamente lo mismo, aunque con otros fines).

Lo que sí llama la atención es el silencio sepulcral de las autoridades estatales ante las descabelladas indicaciones, en torno a la lectura, emanado desde la centralidad de la administración pública federal. En otros ámbitos, llámense presupuestales, de seguridad pública, de política en general, no siempre se encuentran las posturas del gobierno federal con los estatales, y así se externa. Pero en lo que respecta a la lectura, hay una fe ciega, casi dogmática a lo que indica la Secretaría de Educación Pública. Un silencio que llena de sospechas: ¿Habrá miedo a las represalias del centro? ¿Serán no lectores y no tienen ni la mínima idea de lo que se trata la lectura? O sencillamente, no es asunto de su interés.


[i] ecampech@yahoo.com.mx

¿Todos los caminos llevan a la biblioteca pública?



Eduardo Campech Miranda

Cada año la Dirección General de Bibliotecas (dgb) del conaculta oferta un catálogo de cursos y talleres de capacitación, dirigidos al personal bibliotecario. El abanico está compuesto por una variada temática que va desde la capacitación básica enfocada, principalmente, al personal de nuevo ingreso, hasta áreas más especializadas como son promoción y mercadotecnia de la biblioteca pública o la dirigida a coordinadores estatales.

La dinámica financiera es la siguiente: se determina un lugar sede y a él se dirigen las personas que se capacitarán. El gobierno federal se hace cargo de la alimentación y hospedaje, el gobierno estatal de café y galletas (cuando hay para eso) y el gobierno municipal del traslado. Anteriormente los cursos y talleres tenían una duración de cuatro o cinco días. Ahora, algunos apenas alcanzan los tres días.

No obstante que la menor parte porcentual del financiamiento de la capacitación corresponde al municipio, existen casos donde el personal bibliotecario no acude a la invitación por no contar con el apoyo correspondiente, argumentando carencias de recursos económicos.

En ese sentido, algunos municipios (por no decir que la mayoría) enarbolan un doble discurso: por un lado se quejan del escaso presupuesto que federación y estado le asignan, pero por otro, cambian de personal bibliotecario por múltiples razones, menos por su desempeño, actitud, aptitud, etc. Cada tres años los bibliotecarios públicos municipales ven, con angustia unos y con beneplácito otros, la posibilidad real de salir de la biblioteca.

Y es que a la par de no contar con una seguridad labora (a reserva de ser sindicalizado), se adolece de un perfil bien definido y especificado para ocupar el cargo de bibliotecario público. Así, lo mismo se llega a la biblioteca por azares del destino, por factura políticas, por castigo, por un extenso e impresionante currículum consanguíneo o promiscuo, además, claro está, en la suerte de ser una persona que le interesan los libros y la lectura. La capacitación y la inversión se van a la basura, porque cual Sísifo la rueda cae y hay que volver a empujar.

En algunas conversaciones con amistades de la dgb del conaculta, he expresado la necesidad de fortalecer la capacitación bibliotecaria, pero no sólo de una manera técnica (como hasta ahora), sino que se prepare también un perfil humanístico. Sin embargo, también estoy convencido de que es urgente diseñar un mecanismo de evaluación de los conocimientos técnico-administrativos, de las habilidades y aptitudes con las que debe contar un servidor público, de la competencia (palabreja putilla y tramposa dijo alguien que citó Argüelles) lectora, con la finalidad de determinar si quien ostenta el cargo de bibliotecario público está en condiciones de hacerlo. De lo contrario, seguiremos teniendo bibliotecarios (y bibliotecarias) anquilosados entre anaqueles y excelentes bibliotecarias (y bibliotecarios) desempleados, o en el mejor de los casos realizando otras tareas burocráticas, menos en lo que se les capacitó.

Publicado en "La Gualdra", suplemento cultural de La Jornada Zacatecas, octubre 24 de 2011.