A Emiliano se le leyó desde el vientre materno. No ha habido un año en que no se le obsequie al menos un libro. Se le cantaron rondas infantiles, juegos de palabras, pusimos a su alcance muchos juegos y juguetes que inciden positivamente en el desarrollo cognitivo y motriz de un niño. Se le leyó en voz alta. Emiliano nos fue enseñando muchas cosas, consolidando unas y desmintiendo otras.
En el vientre materno, él escuchaba y opinaba cuando había lectura en voz alta. Daba patadas a su madre en cuanto ésta se callaba. Dejaba de hacerlo si continuaba escuchando su voz. Cuando tenía cuatro años me pidió que le leyera un libro, pero “de esos de aprender”. A su edad, insípidamente, ya lograba diferenciar la ficción de la divulgación. Ya en la primaria, en primer o segundo grado para precisar, un día llegó platicando que habían llevado a su grupo a la biblioteca, y que les habían preguntado algo que nadie supo, sólo él. La incógnita resuelta que lo llenaba de orgullo era el nombre “del hoyito por donde respiran las ballenas”. Ufano, se respondía a sí mismo: “Espiráculo”. Hasta entonces jamás había escuchado tal palabra. Confieso que si hubiera salido de la boca de un adulto, pensaría que me albureaba.
Desconfiado, indagué cómo había obtenido aquel conocimiento. Me respondió que los fines de semana, no le atraía la programación televisiva y leía una enciclopedia infantil. Ahí estaba el dato. Por esos mismos días, buscando ingenuamente algo diferente en la televisión, di con Discovery Kids. En la pantalla aparecía una animación de un niño y una ballena. El pequeño explicaba lo que es el espiráculo. Llamé a Emiliano y le dije que la palabra en cuestión la había aprendido de la televisión. Acudió a su librero y me llevó el libro donde había leído el dato. Una vez más me manifestaba una predilección por los textos de divulgación versus los literarios (los cuales insistía y sigo insistiendo en acercárselos).
Debo decir que pocas veces, muy pocas, me ha solicitado un libro por iniciativa propia. En un principio eran libros de dinosaurios, de trenes, de barcos piratas, de autos. Hace casi un año, durante una Feria del Libro, me pidió un título: Diario de Greg. Un renacuajo de Jeff Kinney. Revisé el libro y no me convenció. Pero reflexioné un poco más y accedí. Eso fue en diciembre. Hacia abril o mayo de este año, ya había leído los cinco volúmenes de la saga. Y en el verano, adquiría el sexto título, pero ahora con la característica que él podría escribir su diario. No leía lo que a mi me gustaría, pero fue importante respetar su decisión.
A la par de los libros aparecieron los videojuegos. Primero por cortesía de sus tías, después por los padres. Emiliano tiene sus preferencias lectoras, sus preferencias de esparcimiento y entretenimiento, su tiempo de lectura y escritura; sin presionarlo. Tal vez no sea el lector que me gustaría que fuera, pero es feliz. Como padre promotor de la lectura, ante tal escenario me consuela pensar que los hijos de Marx, seguramente fueron capitalistas. Hasta la próxima.
Publicado en "La Gualdra", suplemento cultural de La Jornada Zacatecas, noviembre 7 de 2011.