jueves, 30 de diciembre de 2010

Biblioteca Pública Central Estatal "Mauricio Magdaleno": historias de vida, historias de la biblioteca.

La biblioteca, aparte de ser un lugar donde están los libros, un lugar donde
se estudia, un lugar para reunirse, una segunda casa, es un lugar de reflexión,
de comunicación.

...la biblioteca es un sustituto de Dios; si Dios existe, es una especie
de biblioteca completa porqeu lo contiene todo: una suma del saber.
De hecho, no es casual que muchas tiranías le teman. El califa 
destruye la biblioteca de Alejandría; los inquisidores nazis queman los libros;
las dictaduras de Latinoamérica torturan y asesinan a muchos lectores de
libros que movilizan el pensamiento. Hogueras de libros:
destrucción de la verdad.

Silvia Adela Kohan

  En 1986 México era sede del Campeonato Mundial de Futbol, morían Jorge Luis Borges, Juan Rulfo y Mauricio Magdaleno. También abría sus puertas al público la Biblioteca Central Estatal que llevaría el nombre de este último, en la capital zacatecana. Por esa época el señor José Antonio Carvajan Solís acudía al módulo de préstamo a domicilio y tramitaba la primera credencial que expedía la biblioteca. Dos décadas después, el Maestro en Desarrollo Regional, Carvajal Solís, comenta con ironía que aún conserva aquella credencial, pero que no cuenta actualmente con una que esté vigente. José Antonio Carvajal acude regularmente a la biblioteca desde su apertura. Ésta es importante dentro de su vida cotidiana porque es "una guía, el maestro más confiable es un libro, porque no tiene límites" y la biblioteca cuenta pues con alrededor de 47 mil maestros, casi 37 mil más que en sus incios.

Heredera de la Biblioteca Pública del Estado de Zacatecas, fundada hacia 1832, la "Mauricio Magdaleno", como se le conoce coloquialmente, abrió sus puertas en el verano de 1986 en un hermoso edificio que lo mismo albergó al mercado, que a la presidencia municipal o a la alhóndiga que fue en un inicio. Para el año 2004 estrena nuevas instalaciones albergadas en un moderno edificio construido ex profeso. En él se ofrecen los servicios básicos de una biblioteca pública y algunos servicios complementarios como lo son sala audiovisual, capacitación en promoción de la lectura y actividades de fomento a la lectura fuera de la biblioteca y asesoría institucional en procesos técnicos.



Mayoritariamente, la biblioteca pública y en general cualquier biblioteca, es concebida como un espacio exclusivo para el estudio, como el lugar sagrado de los libros y la pedante solemnidad que no rara vez acompaña a los consumidores de la República de las letras. Así lo manifiestan Sandra de la Cruz, Javier Gaytán, Gabriela Reza Esquivel, Fátima García Troncoso, Karina Rodarte Vázquez y Diana Muñoz Sánchez, todos ellos estudiantes de preparatoria y medicina humana. Las visitas frecuentes a la biblioteca tienen por objeto el estudio con su silencio, iluminación y confort necesarios que no siempre se encuentran en los hogares.

Diana, de veinte años y estudiante de medicina, concibe como una segunda casa a la Biblioteca Central Estatal "Mauricio Magdaleno". Y es que ella la visita de lunes a sábado, principalmente para estudiar, y utilizar la sala de Hemeroteca, que a su juicio es de las más adecuadas para realizar su labor.

En el segundo semestre del año 2002 la institución fue blanco de un atentado: el proyecto de "descentralizar" sus servicios y hacer de la Biblioteca Central Estatal cuatro bibliotecas municipales. No era la primera vez que la biblioteca pública de la ciudad de Zacatecas era embestida por acuerdos políticos-burocráticos, sin embargo, resultó gratamente confortante saber que la sociedad civil no estaba al magen en la defensa de su
centro bibliotecario, identificándolo como el lugar donde se hicieron lectores.Valga de ejemplo un artículo que apareció en un diario local, escrito por un usuario frecuente:

Soy Tryno Maldonado.Tengo 25 años.Mi oficio: escritor. Mi herramienta básica, por lo tanto, son los libros. Me atrevo a confesar sin empacho que nunca me explico a ciencia cierta el origen de mi vocación: y es que en mi casa jamás hubo libros.Desde niño, a guisa del sucedáneo más inmediato, tuve siempre la costumbre de, apenas terminaba las clases, dirigirme sin variación al lugar donde, sabía,me aguardaba un tomo de Stevenson, Hsuekin,Verne, Poe, Lovecraft o Bradbury durante la primaria; de Dickens a Kipling, llegada la secundaria; y Joyce, Proust, Borges, Cortázar, Kafka y Schopenhauer durante mi preparatoria.Me refiero, claro, a la Biblioteca Mauricio Magdaleno, que ha valido lo mismo que un segundo hogar para mí desde 1986. (Tryno Maldonado,“Carta de un usuario frecuente”, Imagen, 9 de noviembre de 2002).

Y es que la biblioteca, aparte de ser un lugar donde están los libros, un lugar donde se estudia, un lugar para reunirse, una segunda casa, es un lugar de reflexión, de comunicación, así lo manifiesta la señora Orayla Loera López. Ella es originaria del Distrito Federal, con 53 años actualmente trabaja en el Departamento de Limpieza del Municipio de Zacatecas, aquí se les conoce como “hormiguitas”, y como ellas trabaja de sol a sol dejando pulcras las calles de la capital zacatecana. Orayla estudió hasta la preparatoria.Tiene tres años acudiendo diariamente a la biblioteca. El área que más frecuenta es el Módulo de Servicios Digitales. Sabe sacarle provecho a las nuevas tecnologías.Vía Internet se comunica con amigos y familiares, se informa de la realidad mundial y aprovecha las ventas por ese medio. Su experiencia le hace ser contundente: “la biblioteca ofrece oportunidades de desarrollo personal. Es importante porque se pueden consultar libros y en un mundo globalizado viajar por el ciberespacio”.

Historias de vida que se han ido forjando en la biblioteca pública, historias de vida que se comparten con la “Mauricio Magdaleno”, historias, otras, donde es seguro que, aparte de formar lectores, la biblioteca haya formado amistades, romances, familias, historias todas de nuestra condición humana, historias de nuestra memoria colectiva.

EDUARDO CAMPECH MIRANDA
http://dgb.conaculta.gob.mx/Documentos/PublicacionesDGB/RevistaBibliotecario/2006/Bibliotecario59.pdf

martes, 28 de diciembre de 2010

Creo que en algún lugar hay un libro, un párrafo o una frase que nos espera




Por: Agustín Scarpelli
Fuente: ESPECIAL PARA CLARIN 

Uno de los jurados del Premio Clarín de 
Novela habla de su amor por la lectura y las bibliotecas. Y además, de las falsas identidades que necesitan de un sustento literario.

Como esos personajes literarios que pueden tomar cualquier  rincón del mundo como escenario, el escritor, ensayista y editor  Alberto Manguel alterna ciudad de residencia, idioma y hasta ciudadanía. Apenas tenía un mes de vida cuando partió de Buenos Aires con su padre, embajador, hacia Israel. Allí, una nodriza le enseñó a leer el alemán y el inglés, que es su lengua "materna". De nuevo en Buenos Aires estudió en el Colegio Nacional y, en los recesos, trabajaba en la librería Pygmalion donde, en 1964, un hombre casi ciego de apellido Borges le pidió si podía ir a su casa a leerle algunos pasajes. Lo hizo durante cuatro años hasta que se fue a Europa.


Manguel tenía como anhelo el anónimo oficio de bibliotecario, pero su destino lo condujo hacia el de editor -que ejerció en París, Londres, Milán y Tahití— y, más tarde, el de escritor. Uno exquisito, recursivo, viciado por la lectura. Su más reciente libro, que será editado en castellano por Emecé, se titula La ciudad de las palabras y trata sobre las identidades que crea la literatura, -y también sobre las identidades falsas, aclara Manguel, y ejemplifica-: "Como cuando Hitler convence a Alemania de que su identidad es wagneriana, o cuando Perón inventa para la Argentina una identidad demagógica de pueblo elegido. Son identidades falsas que necesitan un sustento literario".
-¿Hay momentos históricos que permiten la circulación de determinados libros y no de otros?


-Es una relación mutua. Por ejemplo, la literatura libertina-erótica del siglo XVIII contribuye a crear un tipo de visión que luego acapara Napoleón. Pero hay una literatura que da el vocabulario para esas ideas. En mi libro cuento que casi un siglo antes de que Cervantes escribiera el Quijote, se había expulsado a los judíos y a los árabes. Entre la primera y la segunda parte del Quijote se produce la segunda expulsión, la de los judíos conversos (moriscos y marranos). España trata de definirse como una sociedad pura, ni árabe ni judía, pero es una identidad falsa. Entonces Cervantes decide que ese libro emblemático va a ser escrito no por un español sino por un árabe: dice que el autor es Cide Hamete Benengeli y que él es sólo el padrino. Y de esta manera restituye a través de la literatura una identidad árabe.

-Algo similar parece suceder en los países de habla inglesa. ¿Existe, quizás, un bloqueo de todas aquellas narrativas que no sean las propias y que se refleja en las escasas traducciones que se realizan a esa lengua?

-Es un problema distinto. El imperialismo crea una identidad absoluta en la cual no hay necesidad del otro porque el otro es inferior. Entonces la cultura de lengua inglesa hoy es totalmente cerrada e ignorante de lo que ocurre en el mundo. George Steiner la define como sorda y ciega. Además es una cultura copada por el modelo industrial. Lo que llamábamos literatura es ahora una industria como cualquier otra que, en lugar de salchichas, produce libros que se venden en los supermercados. Las consecuencias son drásticas, porque ahora la literatura inglesa más interesante es publicada por editoriales pequeñas o universitarias. El ejemplo más notable es la reciente Premio Nobel Doris Lessing, a quien hace dos años su editor inglés la llamó para decirle que escribía demasiado, que no la podía publicar. Entonces ella me escribió desesperada: "¿Ahora qué hago? Me gusta tanto contar cuentos..."

-¿Cómo se traduce esta decadencia literaria a otros niveles de lo social?


-Son todavía las sociedades más poderosas, pero no se fijan en las consecuencias. Un biólogo canadiense, David Suzuki, dice que hay sólo dos entidades en el universo que creen en el crecimiento infinito: las multinacionales y las células cancerosas. Y en los dos casos ese crecimiento lleva al aniquilamiento del soporte de esa entidad, ya sea una sociedad o un cuerpo humano.

-¿Hay libros que son para determinados momentos de la vida o, si un libro no nos gusta, no hay que volver?


-Creo que no tenemos que leer por obligación aunque nos digan que tal libro es importante. No estamos hechos para todas las personas del mundo, ni para todos los libros. Sí estoy convencido de que hay por lo menos un libro, un párrafo o una frase que nos espera, de que alguien en un lugar escribió algo exclusivamente para nosotros, que revela nuestros sentimientos más íntimos, nuestros temores más secretos, nuestras experiencias más profundas. Si tenemos la paciencia de ir a buscarlo, algún día lo encontraremos. Pero pienso también que hay libros que no merecemos o no nos merecen.

-¿La práctica de la lectura tiene que ver con un proceso o, más bien, con el hallazgo de alguna frase iluminadora?


-Chesterton dice que un libro se escribe para justificar dos o tres palabras. Hay algo de esa búsqueda en la lectura, pero es también un ejercicio, una práctica, y mientras más leemos más dificultades encontramos para que el placer sea más intenso.

-La tarea del editor implica la evaluación de un libro sin que nada haya sido dicho ni comentado antes. Su clave de interpretación debe ser inventada, es necesario captar el ritmo, la respiración. ¿Ha tenido alguna vez el temor de estar desechando una obra importante para la literatura?
-Siempre. Algo que tengo claro es que la literatura no responde a ninguna fórmula. Hay buena y mala literatura, pero nadie sabe cómo esos adjetivos pueden definirse. Somerset Maugham decía: "Hay tres reglas para escribir
una novela. Lamentablemente, nadie sabe cuáles son".


Una vida dedicada a la construcción de su biblioteca. En su último libro en español, La biblioteca de noche, a 
Manguel le interesó pensar cómo de noche desaparece ese orden tan evidente que tiene una biblioteca: "De noche -dice- estoy en otro espacio, más ambiguo, menos riguroso, donde puedo dejarme influir por los libros 
individualmente, haciendo asociaciones libres; esta idea, un poco fantasiosa, me permitía justificar esta forma de pensar y escribir totalmente caótica, yéndome por las ramas todo el tiempo". En este libro Manguel hizo 
un recorrido por un sinnúmero de bibliotecas, desde las legendarias hasta las modernas, pero se detuvo particularmente en una: la de Aby Warburg, que fue trasladada a Londres en 1933 con la llegada del nazismo y cobijó intelectuales como Ernst Gombrich y Frances Yates. Agamben refiere que Warburg tenía trece años cuando le ofreció la abultada herencia que recibiría a su hermano a cambio de que le comprara todos los libros que él pidiera.El plan prosperó hasta hacerse real y Warburg iba ordenando sus libros no según criterios alfabéticos sino según sus intereses y su sistema de pensamiento, hasta el punto de cambiar el orden en cada 
variación de sus métodos de investigación. Lo guiaba la "ley del buen vecino", según la cual la solución al problema no está contenida en el libro que se busca sino en el de al lado. "El orden de esa biblioteca es el orden de la libertad más absoluta del pensamiento, es la libertad de asociación. Si yo quiero poner los poemas de Lorca junto con un libro de Alberti y otro de pinturas del Renacimiento, porque algo los junta para mí, lo puedo hacer. Es una especie de archivo sentimental".




 Tanto Manguel como Warburg han dedicado su vida entera a la
 construcción
 de la biblioteca. "La que tengo ahora -cuenta Manguel-
 es un conjunto de
 bibliotecas. Tenía una cuando era chico, otra en
 Argentina, pero como
 siempre viví en lugares pequeños la iba guardando en
 cajas. Cuando me mudé
 a Francia lo hice con el propósito de encontrar un lugar
 suficientemente
 grande como para poner la biblioteca. Pero la ley de toda
 biblioteca es
 que sea siempre demasiado chica".


http://edant.clarin.com/diario/2007/11/04/sociedad/s-05815.htm

Los niños. Ricardo Guzmán Wollfer entrevista con Francisco Hinojosa


Pocos escritores lo logran: crear mundos realmente habitados. Así sucede con Francisco Hinojosa. Los niños viven rodeados de los personajes por él escritos. Y se han de juntar con los de Cri-crí y hasta con los de Posadas 

y Méndez. Ni siquiera los mejores escritores de ciencia ficción o de fantasía pueden conseguir que su invención cobre vida en la mente de los lectores, con la misma fuerza que sucede en la percepción infantil. 

Por eso no me pareció nada extraño que en la casa de Pancho Hinojosa, además de las tres hermosas mujeres con las que vive, los personajes de sus cuentos deambularan, brincaran y se regodearan en molestarme. La más jija del máis era La peor señora del mundo. Entre que El Fisgón la dibujó con cara de líder magisterial prófuga de su partido, y que Hinojosa la dotó de cualidades sádicas, no me dejó en paz.


Retirado de la ciudad, Hinojosa vive encerrado entre árboles paradisíacos, en una especie de refugio canino de labor social (hay gente que recorre el estado de Morelos para dejar perros huérfanos en la puerta de su casa; ni se diga cuando los cachorros son fruto del pecado de su perra madre). Ni siquiera necesitan salir a comprar víveres: él y su familia (y los perros, es verdad) se alimentan del niño de Amadís de anís, Amadís de codorniz. Y convidan a los visitantes, de muy buena gana, que al fin que el niño se regenera cual presupuesto federal, a fuerza de comer con furia compulsiva. No sé si serán mis traumas infantiles, pero ver cómo los infantes se divierten con la posibilidad de que un niño pueda ser mordido, masticado y prácticamente atacado cual beca literaria por escribanos famélicos, termina por ponerme nervioso.

Entre dubitaciones y un poco de temor al niño pegalón de Aníbal y Melquíades, que igual me tacleaba para darme de coscorrones bárbaros, le hice el primer cuestionamiento al tal literato:


¿De dónde tanta risa infantil?


La risa y el juego están siempre unidos a la infancia. Las rimas, los juegos de palabras, el absurdo, la exageración, lo irreverente, la trasgresión son fuentes de risa y de juego. Son también la materia prima de la que puede echar mano un escritor de literatura para niños. El absurdo, en especial, no pierde su atracción en etapas posteriores.


Como viles diputados, le iba a decir. Pero las niñas de Mi hermana quiere ser una sirena me hicieron ver que nuestros legisladores son serios, chambeadores y absolutamente ubicados en la realidad nacional. Pero como la mujer más terrible seguía de latosa, me limité a señalarla.

Como en La peor señora del mundo, ya traducido.

Exacto, el aparente terror de su maldad se convierte muy pronto en risa. Los niños se ríen de ella, que no sólo es muy mala, sino que les da de comer comida de perro a sus hijos, que los castiga aunque se porten bien. En ese absurdo aparece una primera risa nerviosa, que no es propiamente de desahogo. A veces el único reducto para deshacerse de la violencia cotidiana, quien vive en ella, tiene que ver con esos cuentos en los que hay una dosis de humor. Los cuentos pueden servir para exorcizar la realidad del mundo, para experimentar una catarsis.

Recordando cómo me brinca mi hijo desde la punta del librero, emulando a esos luchadores ya fallecidos (quiero evitar pensar que de un mal golpe), apenas pude decir, haciendo cara de inocente y con tono de sorna:

¿Pero tú crees que los niños son crueles?

Todos los personajes caricaturescos me miraron apenas para avisarme que antes de que saliera de esa casa iba a pagar mi osadía por andar de chistoso. Y me arrugué un poco, para qué negarlo.

Como dice Freud, los niños son perversos polimorfos. La perversión está ahí, y como son lectores exigentes y sólo buscan lo que les gusta, terminan por exigir textos lúdicos en los que el humor está presente. Al inicio hay una sonrisa, luego viene la risa de desahogo y finalmente la risa cómplice.

Sólo con ver los dibujos, creados por el maestro Fisgón, entendí a qué se refería el escribano.

¿Te preocupa excederte en la negrura del humor?

Hasta entonces comencé a darme cuenta que el tal Hinojosa cada tanto hace gestos que podrían haber cambiado las teorías de Lombroso, para crear un nuevo tipo de delincuencia latente.

Cuando es para niños me cuido mucho en administrar esa crueldad en los personajes del texto, lo hago por intuición. Lo más violento se transforma en exageración: la flaca más flaca, el gordo más gordo. Incluso algunos 
>golpes, pero sólo hasta donde la imagen literaria no dañe al lector infantil. Como en Amadís de codorniz, donde al personaje se lo comen los otros niños; al niño no le duele que le muerdan y le arranquen el dedo, pues enseguida le vuelve a crecer. Por eso al niño no le afecta esa imagen, porque todo lo transforman en imagen; más si el libro es leído por una persona de modo que les permita imaginar a los niños.

Ya decía yo, me dije en silencio, mientras le arrancaba los cachetes con plena superioridad corporal al personaje en mención; que por cierto sabía como a ensalada brasileña. No sé qué relación mental entre las féminas de 
aquellos lares y la col que degustaba, me hizo preguntar:

¿Y en el tema del sexo, de qué se ríen?

Como tal, creo que el tema del sexo es más frecuente en la literatura para jóvenes y adolescentes, aunque no estoy tan seguro de que su tratamiento provoque en el lector un mismo tipo de risa.

Entonces el absurdo tiene que ser el punto central de la risa infantil.

Es un disparador de la risa bastante eficaz, pero no el único ni el principal. El gusto por el lenguaje –de ahí las rimas o los juegos de palabras o las jitanjáforas–, la sorpresa, el ingenio, la venganza, el ridículo, e incluso el pastelazo. Por ejemplo, en cuanto al uso de la lengua, la saga de Manolito Gafotas es muy popular en España, es un bestseller infantil que en México no ha vendido más que unos cuantos ejemplares. El protagonista es un niño cuyo principal atractivo tiene que ver en su manera de expresarse, en una jerga muy particular. Cuando dos o 
tres palabras o expresiones, que a un niño español le arrancan la risa, no le dicen nada a un mexicano o un argentino, el libro pierde su encanto.

Si yo me pusiera a decir de la ascendencia ibérica de varios políticos, ya se vería que esa cuestión no es sólo en la literatura infantil.

¿Qué se te ocurre como característico en nuestro país?

Pensaría, otra vez, en la escatología o en la desgracia ajena como fuentes de risa, pero no creo que sean exclusivas del mexicano. En realidad, si hablamos de literatura, creo que el germen de la risa en los niños es igual para todos. Claro, siempre adaptado a las circunstancias locales. Y como locales me refiero no sólo a países, sino a regiones, estados, comunidades pequeñas, entornos familiares. Las fuentes son únicas y los tratamientos las multiplican.

Y con los entrevistadores altamente chipocles como su servilleta, pensé mientras me quitaba de encima al infante de Repugnante pajarraco.

Alguna secuela tendrá la mexicana predilección por los muertos, con sus calaveras de azúcar.

Hoy las calaveritas de azúcar son una especie de souvenirs que consumimos como lugareños, y el humor que los otros ven en ellas es sólo un humor que exportamos para luego volverlo a importar cargado de significados ajenos. Las calaveritas son "surrealistas", diría Breton, y nosotros las aceptamos como tales.

Estaba a punto de soltar mi personal calvario con el tema de los editores que no publican o distribuyen por motivos verdaderamente surrealistas, pero supuse que no era el momento adecuado.


Los editores infantiles son muy escrupulosos. Hay temas que no les gustan y basta su mención para hacer impublicable el texto.

Alguna vez me invitaron de una editorial norteamericana para hacer libros infantiles. Resultó que tenían un catálogo de temas prohibidos: la muerte, la guerra, la violencia, y entre la lista de treinta y cuatro temas, estaban el rock, los dinosaurios, el día de muerte y ya al final, no me preguntes por qué, las casas con alberca. A esta editorial no le gustaban esos temas. Les preocupaba mucho ser políticamente correctos. Pero ahora se ha visto que algunos libros así han funcionando, de modo que se puede decir que hay una apertura pero es porque los consumidores aceptan estos nuevos libros con temas que sin duda eran antes inconcebibles como materia literaria. Hay un libro sobre un pedo, visto desde el propio pedo, no de quien se lo echó. Se llama Yo no fui y es de Vivian Mansour.

Al sentir los cachiporrazos del Doctor Funes, acoté:

¿Los niños entenderán el concepto de que en la cabeza de sus parientes hay una calavera?

Supongo que sí, pero prefieren no estarse acordando de este tipo de cosas.

Con la invasión de productos extranjeros (¿dónde estás, San Lázaro nacionalista, dónde?), ¿esos temas cómo cambiarán?

Claro, antes la escatología privaba. Ahora hay cosas de un humor negro terrible. Imagínate una historia sobre un niño, que sólo es un torso, que trabaja en el circo porque tiene buena voz y que se casa con la contorsionista, que es una diva. Bueno, pues ese libro existe: se llama Jesús Betz, escrito por un francés. Es una historia terrible que no estoy muy seguro de que le guste a los niños, a pesar de que el humor negro tiene sus imanes.

Eso tendrá que ver con el niño que todos llevamos dentro que siempre quiere salirse a reír. El adulto que se ríe de lo escatológico, de la desgracia.

Hay una tendencia hacia lo cruel, aunque los niños se pongan del lado de la víctima y del lado del bien; les gusta que exista un pleito entre el bien y el mal, más si se pueden identificar con el bueno del cuento. El lector enfrenta la contienda de la mano del protagonista.

¿Y del horror, de lo grotesco fantástico?

Se ha llegado al límite, de los monstruos con muchas cabezas hay una saturación y no hay monstruo que cause risa... ni terror. Cuando voy a las escuelas los niños me piden siempre cadáveres, manos ensangrentadas, historias con cementerios de fondo, etcétera. Les digo que no se me ocurren esos temas porque siempre me gana la risa. Hoy es mejor sugerir que presentar, dar algunos datos acerca de lo grotesco de un personaje o una situación que dibujarlos con palabras. Es mejor, también, hacer partícipe de la creación al lector, involucrarlo en la confección tanto de la risa como del miedo. O sea: hay que jugar.

Eso quisiera yo, iba a decir, pero los pingüinos de Yanka, yanka me tomaron de los pies para echarme a la alberca, y hacerme pasto de los seres que brotan de la deliciosa imaginación del maese. Yo sé, como decía Hinojosa, que hay una tendencia a proteger a los niños, aislarlos de la realidad; pero a los adultos, ¿quién nos protege de los niños? Y peor aún, ¿quién nos protege de los escritores infantiles que pueden cambiar la perspectiva infantil del mundo?